Con las ideas perdidas

CON LAS IDEAS PERDIDAS

Cuando decidimos mudarnos a este pueblo, tenía ganas de comprar una casa de dos pisos y que tuviera un ático.

– ¿Un ático? – preguntó María con dudas.

– Si un ático, quiero un lugar que me permita trabajar sin ser interrumpido y si está en la misma planta de la casa, va a ser difícil. ¿verdad? ─la miré a los ojos sonriéndole y me le acerqué para envolverla entre mis brazos. Estábamos sentados en el balcón de nuestro apartamento, viendo cómo caía la tarde coloreando de rosado el cielo azul mientras el sol se iba a dormir.

– Sí, claro, siempre tendría una razón para ir por ti.

– Y eso me parece maravilloso, pero quien quiera dedicarse a escribir, cariño, necesita su espacio propio.

– Claro, tienes razón.

– Bueno gracias a ello podremos comprarnos la casa. ¿No paga eso el precio?

– Si, tienes razón, sé que los paga. Es que no quiero olvidar que estás conmigo en el mismo lugar.

¬– Siempre estoy contigo, no tienes por qué olvidarlo.

– Es que no quiero olvidar que estás conmigo siempre.

– Siempre estaré contigo. ─ le besé la mejilla, mientras estiraba mis piernas y se recostaba a mi pecho.
– ¿Siempre?
¬– Siempre, lo prometo.

María se dedicaba a pintar, había iniciado una técnica con acuarela y carboncillo, especialmente rostros. Lo que la hacía especial es que se centraba en dibujar ciertos rasgos de la persona que retrataba, siempre en colores blanco, gris, negro y un poco de rosado en el rostro. Difuminaba los bordes, como si fuera alguien que solo quiere enfocarse en ciertas partes del rostro que ve.

Aunque escribía y había publicado varias veces, aún no podía vivir de ello, por lo que seguía trabajando en el periódico. Me dedicaba a investigar los casos que la policía no concluía, tal vez porque así ayudaba a los demás, pensé que era lo correcto. Una muerte merece ser explicada a aquellos que siguen con vida, no puede olvidarse porque deje de ser noticia o novedad, no por ser noticia vieja debía borrarse de la memoria de la gente. En cinco días no puede olvidarse a una persona que se quiere, un ser humano no es una noticia que dura solo cinco días en la psique del lector de periódicos.

Esa tarde nos encontramos en el restaurant, frente al periódico para almorzar, estaba feliz. Había logrado vender su pintura, un comprador la vio en su cuenta, interesándose tanto en ella que le dio más del precio en la que la habíamos tasado. No creí que fuera importante preguntarle por ese comprador misterioso al que no había visto porque le había pedido que se la hiciera llegar a una dirección por correo. A María le pareció extraño también, pero seguimos conversando sobre la casa y dejamos el tema atrás. Era lunes en la tarde, recuerdo bien que era lunes.

El día miércoles, cuando llegué a buscarla a la galería, la chica que se encargaba de atender a los clientes me comentó que no la había visto. Había salido para comer, pero no regresó. Llamé a su número varias veces y no contestó. Tal vez había olvidado cargarlo de nuevo, caminé al apartamento, pero ya estaba anocheciendo.

Cuando llegué a casa repicó el teléfono y al contestar me llamó un policía amigo.

– Fabricio, ¿tu esposa está en casa?

– No, no ha llegado aún. Fui a buscarla a la galería, pero me dijeron que había salido.

– ¿Su teléfono, la llamaste?

– Si, pero no contesta. ¿Qué ocurre? Daniel.

– Hay una chica que fue encontrada en un callejón, está muy golpeada, la llevaron al hospital y no recuerda su nombre.

– ¿Qué tengo yo que ver en eso?

– Ve al hospital y preguntas por el oficial a cargo, está bajo custodia.

– ¿Por qué?

– Pensamos que quieren matarla. Ve y busca el cuarto 220.

– ¿Daniel?

– Si tu esposa no aparece, no la localizas, por qué no vas al hospital y descartamos cualquier otra hipótesis.

– Bien, iré al hospital. Gracias.

Como me dijo Daniel llegué hasta la habitación 220. La enfermera del piso me preguntó el nombre de la paciente y no supe qué decirle, solo dije que la había traído la policía porque la habían golpeado. Se levantó para hacerle señas al oficial que estaba sentado frente a una puerta y este se acercó al módulo de información.

– Creo que este señor es el que viene a ver a la mujer.

– ¿Cuál es su nombre?

– Fabricio Trillo.

– Venga ciudadano, acompáñeme.

Me guió hasta la habitación y abriendo la puerta me permitió pasar, caminé despacio para acercarme a la cama donde reposaba una mujer de cabello negro lacio conectada a varios aparatos y a un paral por donde le suministraban algún medicamento. Tenía la cara llena de moretones, especialmente en la mejilla, el ojo izquierdo tan hinchado que tal vez no podría abrirlo, ambas piernas con yeso y en el brazo izquierdo. Noté que su mano derecha tenía los dedos sumamente hinchados y amoratados, tal vez los habían golpeado.

Cuando la chica giró su rostro al lado contrario la reconocí, era María. Vi entonces que en su mano izquierda estaba su anillo aún en su dedo. Me acerqué a ella aún más y cerré los puños quería tener enfrente de mí a aquel que la había golpeado. No quería tocarla pues temía que le doliera si lo hacía.

Un médico entró a la habitación acompañado de la enfermera que me recibió.

– ¿Es usted su familiar? ¿La conoce?

– Sí, es mi esposa.

– Ella no recuerda quién es, en realidad la sedamos para que se recupere más rápido. Fue brutalmente golpeada, tiene dos costillas rotas, así que mientras más duerma es mejor.

– ¿Cuánto tiempo hace de esto?

– Tal vez fue a primeras horas de la mañana.

– ¿Qué puedo hacer?

– Por ahora no mucho, estará así unos días. Tal vez puede venir el sábado que dejaremos de sedarla para ver cómo reacciona.

– De acuerdo, pero preferiría pasar a verla todos los días.

– Como quiera.

El doctor la revisó y junto con la enfermera salieron dejándome solo con ella. Tenía que encontrar al que lo había hecho y romperle el alma, era lo menos que se merecía.

María pasó un mes en el hospital mientras se recuperaba de las heridas, todas las veces que despertó no supo decir su nombre y no me reconoció. Era como si su cerebro hubiese sido vaciado de todo dato.

Daniel, el policía, inició la investigación. Todo apuntaba a que había sido un error, no había sido un robo pues sus pertenencias estaban intactas incluyendo su teléfono al igual que sus pinceles, la paleta de acuarelas y su anillo de bodas. El agresor tal vez la confundió y para evitar que lo delatara la golpeó con tal fuerza con el hierro su brazo, las piernas y su cabeza, que perdió la memoria.

Cuando revisaron el lugar para levantar evidencias encontraron un retrato hecho en papel, como un boceto, aún sin terminar y pintado en acuarela. Le pedí a Daniel que me dejara verlo así que fui al departamento de policía.

– Necesito verlo.

– ¿Sabes que no puedo dejártelo? Es una prueba del hecho, estaba en la escena del crimen

– Lo sé. Dame una copia entonces, es la única manera, tal vez ella reconozca la pintura.

– Bien. –se levantó de su silla dejándome solo en su oficina con el expediente. Sabía que tardaría, lo tomé y comencé a revisarlo.

Vi las fotos, ese bastardo quería matarla, su cuerpo estaba en la calle al lado del bote de la basura. Cerca de ella estaba su carpeta con los bocetos dispersos, los colores, lápices y las acuarelas. María sostenía en su mano derecha un boceto que estaba al revés. Escuché su voz afuera así que coloqué de nuevo sobre el escritorio la carpeta, Daniel entró sosteniendo la copia del dibujo.

– Aquí lo tienes –me dejó en la mano el dibujo, era un boceto como los que pintaba María, un rostro con rasgos orientales, con ojeras, ojos hinchados, pelo corto y en la parte superior de la cabeza un espacio en blanco. Parecía que todo lo que hubiera en ese lugar fuese borrado, como si hubieran abierto para dejarlo vacío. Era un boceto hecho por María, siempre los firmaba Mimo T 19, esta T parecía una mezcla entre esta letra y la Z.

– Este boceto es de María –le dije muy seguro

– ¿Por qué estás seguro?

– Es su firma, generalmente le coloca el año de la pintura, eso es el 19.

– Pero eso no tiene sentido, parece que dijera Mimo

– Así es, dice Mimo, son sus iniciales María Ines Martínez Orellana

– Dios. ¿Y la Z?

– No es una Z, es una T que desdibuja para parecer una Z, las invierte. Es por mi apellido Trillo.

– ¿Me permites verlo?

Lo sacó de nuevo de la carpeta y constaté que no era un boceto, estaba terminado. Lo que me impactó más que nada era que ese retrato era suyo, su rostro, el que dibujó. Recordé entonces que me comentó que le habían comprado un retrato pero que la persona solicitó que se lo enviaran por correo.

– ¿Qué ocurre?

– Este no es un boceto, el cuadro está terminado. Generalmente cuando los vende la galería se encarga de enmarcarlos de acuerdo al gusto del cliente. Tal vez quién compró el cuadro puede decirnos por qué razón apareció en la escena.

– Si ya María lo había finalizado, ¿por qué apareció en la escena como si fuera un boceto?

– No lo sé.

– Busca en sus cosas las ventas que ha hecho en la última semana. Tal vez nos dé una pista. En la galería no hay mucha información, solo los cuadros que enmarcan son los que dejan registrados y generalmente tienen un código con el nombre del artista. No hay ninguno con el nombre de Mimo Z 19

– Claro, ya sabes que si la galería no lo enmarca no lo codifican. Muchas veces vendió por la página de internet y son ventas solo de ella.

– Debes buscar entonces, o ¿necesito una orden de cateo para revisar tu casa? –miró fijamente a mi rostro buscando la reacción.

– ¿Crees que la mandé a golpear?, ¿golpearla hasta casi matarla? Hace ya un mes que pasó y ustedes no tienen nada concreto, entonces me acusas. Así también yo soy policía.

– No te molestes, Fabricio. Debemos considerar todos los escenarios.

– Claro, es cierto. ¿Cuántos casos te he ayudado a resolver? ¿Cuántos? ¿Diez, doce, quince o tal vez más?

– Fabricio….

– Veinte casos desde que te conozco. Veinte muertes, veinte asesinatos desde que te conozco y eso es más de quince años. ¿Recuerdas? ─ arrugué la copia del boceto que usaba para reafirmar cada una de las palabras que le dije. Cuando me di cuenta, llevé las manos a los bolsillos de la chaqueta que usaba

– Si tienes razón.

– Encuentra al maldito que le hizo esto a María, si no yo mismo lo buscaré y te juro que haré justicia con mis propias manos, si no lo atrapas primero.

Salí de la oficina, molesto. Camino a casa evalué todas las probabilidades posibles, abandoné todo lo demás y me dediqué en las próximas semanas a revisar cada pista.

Esas semanas fueron horribles, el problema es que no encontré ninguna información sobre el comprador del retrato entre las cosas de María. Nada. Al menos en la casa, tal vez había algo en su estudio de la Galería, de ser así Daniel me lo hubiera comunicado. ¿O no?

Recordé que hacía tres meses habían apresado a un hombre de unos cuarenta años, de mucho dinero, que había golpeado a una chica a tal extremo que casi la mata. La mujer quedó en sillas de ruedas y había perdido la memoria. Probar que había sido él fue casi una odisea, pero dejó demasiadas pistas en el sitio de la agresión y por esas pistas pudieron apresarlo. Por la hospitalización de María, tuve que aplazar la compra de la casa, y no le hice el seguimiento debido. Un mal presentimiento me invadió, como una descarga de electricidad que alertó mis sentidos, sabía que ese hombre estaba enterado de la investigación que hice y que gracias a ella lo apresaron.

En mi cabeza las ideas más locas aparecieron. Busqué las llaves del estudio y caminé a la galería. Cuando llegué, la secretaria no estaba en su puesto, casi no había nadie solo el vigilante que hacía la ronda, me conocía y nos saludamos.

Encendí la luz y cerré la puerta recostándome en ella. Respiré profundo cerrando los ojos para recordar dónde pudo haber escondido María la información que buscaba. Generalmente me comentaba sobre las pinturas que hacía, pero no recordé nada para esta. ¿Por qué había hecho su retrato?, recordé el comentario en el balcón sobre olvidar las cosas, perder la memoria, olvidarme. Dios algo malo debía estar pasando y no lo noté.

Tal vez estaba equivocado y busqué la copia del boceto en el bolsillo de la chaqueta. Estiré el papel lo más que pude para revisarlo con más detenimiento. Tal vez era solo el boceto y no el cuadro. Recordé que las pinturas que estaban listas para entregarlas las guardaba en una carpeta de cuero que colocaba en la parte de abajo del escritorio, escondida. Efectivamente ahí estaba, debajo de la base de la mesa del escritorio, sacándola con cuidado la puse sobre la mesa. Encontré varios retratos, incluyendo el mío solo que noté que miraba hacia la izquierda y el de ella a la derecha. El boceto estaba terminado, pero era para nosotros, no era para otro. No tenía ningún registro en el anverso que indicara que lo había publicado para la venta y después de haber sacado todas las pinturas encontré el de ella, el retrato del cual tenía el boceto arrugado.

Todas aquellas obras que vendía por internet las anotaba con un código en su libreta de teléfono, en las últimas hojas con una especie de código. Muchas veces me comentó que dudaba de la gente de la galería, por eso creó un código con letras y números, así nadie entendería a qué se referían esos números. La busqué y en las últimas páginas encontré la lista de los cuadros que estaban en el internet, pero todos estaban vendidos porque estaban tildados. Sabía que los últimos dígitos correspondían a la fecha de la creación sin el año, cuatro dígitos, los cuatro primeros la ubicación de sus iniciales en el abecedario, pero los últimos eran el mes y el día. La fecha coincidía unos días antes de su accidente. Busqué el teléfono para ver el calendario y la fecha coincidía con el día lunes, el día del almuerzo en el restaurante. El cuadro que vendió al comprador extraño no fue el boceto de su retrato.

María no entregó el boceto, alguien lo copió y se lo entregó a quien la golpeó.

La lap top de su escritorio aún estaba prendida, moví el mouse y pude ver el escritorio. Entré al buscador para ver las boletas de salida otorgadas por el tribunal, en la base de datos de la policía, sabía que me rastrearían seguramente.

Roberto Di Carlo había sido puesto en libertad por haber pagado la fianza de trescientos mil dólares, tenía como castigo labor social y asistencia médica psiquiátrica, había retirado la denuncia por agresión. ¿Pero qué pasó aquí? ¿Y la chica? Salí de la base de datos y apagué la lap top.

Llamé a Daniel para decirle lo que tanto temía, Roberto Di Carlo agredió a María por venganza. ¿Cómo no lo pensé? ¿Por qué no tomé las precauciones del caso como lo hacía siempre?

– Daniel, ve al apartamento, creo saber quién lo hizo.

– ¿Dónde estás? Fabricio, tengo días que no sé de ti.

– En la galería, María no le vendió el cuadro, sacaron una copia y se la dieron a Roberto. Se está vengando de mí.

– Es absurdo Fabricio, Roberto no está en la ciudad, después que lo liberaron se fue.

– Enviaría a alguien a hacerlo por él. María fue agredida por ese hombre.

– Ok, ok, entiendo que estés molesto y preocupado, pero no debemos hacer falsas acusaciones.

– ¿Falsas acusaciones? –respiré profundo y una alarma se encendió dentro de mí. Daniel había sido sobornado, a él también lo compró. No tendría oportunidad de probar nada porque estando adentro del departamento pararía toda investigación.

– ¿Fabricio, sigues ahí?, ¿Responde?

– Claro, claro. Tranquilo tienes razón debe ser el cansancio.

– ¿Encontraste al comprador misterioso?

– No. No tengo nada.

– Vete a casa a dormir. Es mejor, déjamelo a mí, por eso soy policía.

– Claro, por eso. Descansa, me voy a casa.

Colgué el teléfono y apoyado aun en el auricular mis instintos me dijeron que no fuera a casa sino al hospital. Por eso la tienen en custodia policial, si llego a hacer algo deben tener la coartada perfecta y si María había perdido la memoria no podría atestiguar en contra de quien la había agredido porque no lo reconocería. Daniel está trabajando para él, buscándole víctimas. Maldito.

Llegué al hospital y al entrar a la habitación María veía la televisión y me sonrió.

– Hola cariño, qué bueno que estas aquí –estiró su mano derecha para tomar la mía.

– ¿Cómo te sientes?

– Bien. Tengo buenas noticias.

– ¿Cuáles?

– Ya recordé que eres mi esposo y te llamas Fabricio.

– ¿Sí? ¿Cuándo pasó?

– Soñé y ahí te vi cuando nos casamos. No eres un sueño, eres real, eres mi esposo. ¿No es maravilloso?

– Claro que lo es –le besé los dedos de su mano y con lágrimas en los ojos por la felicidad de que al menos eso recordara, me levanté para besarla en la frente–. Todo estará bien, ya verás que sí.

– Sé que en mi cabeza hay ideas que están perdidas, pero poco a poco voy a recuperarlas.

– Claro, claro. Dime, ¿le has dicho a alguien más? –me acerqué a verla a los ojos, sabía cuándo me mentía porque me desviaba la mirada.

– No, a nadie. Es que el doctor vino temprano pero el sueño fue después del almuerzo, cariño.

– Tranquila, no debes decírselo a nadie. Vamos a sacarte de aquí, pero debes insistir que no recuerdas nada.

– ¿Por qué?

– Te mantienen en custodia policial. Voy a gestionar con el abogado para que pida que te den permiso para salir conmigo, es asunto legal nada más. No te preocupes, voy a cuidar de ti.

– ¿No es peligroso?

– No, para nada –me acerqué para abrazarla, debía sacarla de aquí lo más pronto posible. Irnos de la ciudad y empezar una nueva vida lejos de aquí y de los policías.

Si ese hombre la había agredido tenía que silenciarme también, por ahora no hablaré ni presentaré cargo alguno. Dejaré la ciudad y renunciaré al periódico con la excusa de que María necesita atención, eso haremos, una nueva vida dedicándome a escribir. No quiero arriesgarme a que nos maten, ese hombre compró a Daniel el incorruptible, no tengo nada más que hacer.

Debo recuperar las ideas perdidas de la cabecita de María y crear las nuevas para que olvide todo lo que pasó, incluyendo el rostro de ese hombre.

M. A. Vega.

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