Cuento: Colibrí.

Ángel de la guarda

Colibrí

En una pequeña nube muy lejana, cerca del horizonte habitaba un pequeño angelito, tan pequeño y activo que los otros ángeles lo llamaban “Colibrí”  porque siempre estaba ansioso por ayudar a alguien.

Colibrí deseaba sobre todas las cosas convertirse un día en el ángel de la guarda de algún niño, cuidarlo y darle buenos consejos para ayudarlo a ser un buen ciudadano  amable y bondadoso, pero era tan pequeño, que Dios pensaba que era una tarea muy difícil y de mucha responsabilidad para un angelito como él.

Triste decidió apartarse de todos los demás ángeles y no escuchar los comentarios que éstos expresaban, por la pena que les causaba ver a Colibrí, que a pesar de sus esfuerzos no lograba convencer a Dios de que podría ser un eficiente Ángel de la Guarda, así que decidió habitar lejos de todos en una  pequeña nube donde no hubiera espacio para nadie más; pero donde siempre pudiera estar atento a lo que sucedía en el mundo, sobre todo al momento de nacer los bebés; por si alguno necesitara ayuda adicional.

En cierta ocasión, nació un bebé en una casa tan pobre, que los padres no tenían ni una migaja para comer, por lo que decidieron que sería mejor abandonarlo en la calle con la esperanza de que alguien lo recogiera y pudiera darle una vida mejor.  El Ángel de la Guarda buscaba por allí alguien que pudiera cuidar del bebé, quien había sido depositado bajo un árbol junto a la banqueta.

Colibrí, siempre alerta; vigilaba al bebé, así que cuando vio que un perro hambriento se acercaba para devorar al pequeño, tan rápido como el pensamiento se puso entre el perro y el bebé que lloraba de hambre y de frío.   Colibrí le dijo al perro que se olvidara del bebé que él le ayudaría a encontrar algún alimento.  Mientras el Ángel de la Guarda del bebé,  hizo salir de su casa a una señora para depositar las sobras de la cena en el contenedor de basura, Colibrí atravesó una rama a sus pies, ella tropezó y soltó las sobras que cayeron al suelo.  De inmediato el perro pudo saciar su hambre, al tiempo que la señora escuchó el llanto del bebé.  Sorprendida lo recogió y lo llevó a su casa.  El Ángel de la Guarda se sintió satisfecho, pero no supo que Colibrí impidió que el perro le hiciera daño al bebé.

En otra ocasión un niño que era llevado  a la escuela por una sirvienta, fue arrebatado de imprevisto por unos secuestradores, quienes aventaron al suelo a la pobre mujer, al tiempo que subían al niño en un coche que se alejó velozmente, mientras la sirvienta se levantaba trabajosamente del suelo sin saber qué hacer por la sorpresa.

Colibrí voló rápido siguiendo al auto hasta que logró ponerse al frente del coche a mitad de la calle; tomó entonces la forma de un gran toro bravo que se plantó de frente al auto. El conductor trató de esquivarlo rápidamente, giró el volante y al hacerlo chocó contra el muro de una casa, cayéndole los ladrillos encima, una puerta del coche se entreabrió y apenas pudo salir el niño asustado, mientras que los malandros no podían salir, dando lugar a que la policía llegara al sitio del accidente. 

El niño, que era muy listo; explicó lo que sucedió, pero él no vio nada en el camino, ni nadie vio ningún toro que pasara por ahí, por lo que la policía y la gente que presenció el accidente, pensó que los hombres estaban drogados. Colibrí hizo saber a los angustiados padres del niño, el lugar donde se encontraba su hijo, protegido por la policía y esperando ser recogido. Colibrí se sintió satisfecho de haber logrado un buen trabajo entregando al niño a sus padres.

Este hecho fue conocido por Dios quien decidió poner más atención a las actividades de Colibrí, que dicho sea de paso; nunca comentaba lo que hacía, pues era modesto y discreto.

Un día salió de la ciudad para admirar el campo, y subió a un cerro donde había una pequeña casita de adobe.   Allí vivía una ancianita que molía maíz en el metate para hacer sabrosas tortillas que comerían con los frijoles que cocinaba en una olla de barro.  Ella vivía sola, con la única compañía de su fiel perro que siempre la acompañaba.   Por varios días la observó y notó que la visitaba un leñador de edad madura, quien le proporcionaba la leña que necesitaba.   Ella correspondía la atención con un oloroso plato de frijoles, salsa y tortillas recién hechas.

Un día que el hombre llegó con un hato de leña como siempre para que la anciana cocinara, un fuerte olor a frijoles quemados llenaba el ambiente.   Empezó a llamarla sin respuesta, el perro tampoco se encontraba en el lugar. Colibrí, inquieto salió a buscarla y cuando llegó al arroyo, encontró a la anciana tirada sin sentido a la orilla del arroyo.   El perro echado junto a ella, le lamía la cara esperando que despertara.

Colibrí llamó al perro y le mandó a buscar al leñador para que ayudara a la anciana. El leñador al ver que el perro ladraba ansioso, decidió seguirlo y corrió tras él, al llegar al arroyo vio a la anciana, la tomó en sus brazos y la llevó a su casita  para cuidarla mejor y cuando la anciana se recuperó, la convenció de que debía vivir con él y ambos se cuidarían como si fueran madre e hijo.

Dios consideró entonces que el pequeño colibrí sería un buen ángel de la guarda y le designó un bebé que iba a nacer para que fuera su ángel guardián oficial. Satisfecho Colibrí se esmeró por ser el mejor cuidando al bebé, quien bajo sus cuidados se hizo un hombre de bien.

Hoy Colibrí, cuida a los nietos de aquél bebé que un día le fuera asignado, y sigue siendo el mejor Ángel de la Guarda.

Beddy Gamboa Lugo.

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