El despertar de un padre.

Al ver a su hijo se cuestionó su propósito...

Al ver a su hijo ante la computadora...

Era la tarde de un sábado soleado de abril cuando Antonio, en plena euforia, entró en el cuarto de su hijo David, de ocho años,

olvidando incluso llamar a la puerta debido a su repentina emoción. Paró en seco, sin perder la sonrisa, cuando David levantó una mano para darle el alto mientras permanecía sentado de espaldas él.

El chiquillo se hallaba frente al ordenador y al parecer estaba en medio de una de sus partidas, motivo por el cual no se había siquiera girado cuando su padre entró en su habitación de forma tan inusual y repentina. Al darse cuenta el padre de que no se trataba de nada privado, avanzó hasta su hijo, asomándose por el encima de su hombro para ver la pantalla. David estaba matando personas virtuales en un juego de enfrentamientos, guerrillas y destrucción en el que hasta la sangre parecía real. Eran, una tras otra, imágenes devastadoras y espeluznantes que al crío, sin embargo, no parecían afectarle lo más mínimo. Es más, según observó Antonio, estaba disfrutando enormemente con eso que él llamaba “juego”.

A Antonio se le fue borrando la sonrisa de la cara hasta quedar transformada en un gesto agudo de dolor. Había entrado para hablarle a David de las ilusiones, de la esperanza, de cómo y por qué no había que perderla; que había que ser perseverante y luchar hasta conseguir los sueños. Precisamente, acaba de ocurrirle algo a él, algo maravilloso que esperaba desde muy niño: ¡Su sueño se había cumplido!  Ello le serviría de ejemplo al hablarle a su hijo sobre la importancia de las ilusiones.

Pero ahora, con la mirada fija en el monitor mientras David acababa la partida, se cuestionó su propósito…: ¿¡Cómo explicar a su hijo que al fin, a sus treinta y ocho años, había recibido la visita de su Hada Madrina!?

Encarna Martínez Oliveras.

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