Inconciencia

INCONCIENCIA.

Aureliano se miró al espejo, vio que tenía muy irritado un ojo, y su cara desencajada como si sus sueños deshilvanados fueran nubes que diluía el viento, aún estaba somnoliento.

Sí, había soñado que su esposa lo perdonaba, luego, apareció un hombre al lado de ella, quien la tomó por los hombros y cariñosamente le hablaba de su proyecto de trabajo en Mazatlán y ella podría acompañarlo. – ¡Dijiste que me perdonabas! ¿Quién es este sujeto?

– Te perdono todas tus infidelidades, y toda la mierda que viví contigo, ya no te odio, pero ahora decido no vivir contigo. Ah mira, llévate esa bolsa de plástico, en el carro estaba una pashmina, un labial, y una sola arracada, no son míos. ¡Desaparécete pero ya! Ya no quiero que estés en mi casa. ¡Cabrona traicionera! ¡Eres una odiadora profesional!

Otro día, Aureliano no conciliaba un sueño tranquilo, había guerras internas y las estaba perdiendo. Despertó bufando como animal descontrolado, su respiración comenzó a agitarse y la vena sobre su frente se inflamaba, era muy característico verlo así cuando se encorajinaba y su tono de voz se tornaba peligroso, desafiante. Ella, conociendo sus arranques se arrinconó asustada en el lavadero. Sus dedos en la pared encontraron la varilla que encaja para cerrar la puerta. Aureliano entró al lavadero con el cinturón para golpearla y o para ahorcarla, ella cuando vio la sombra de su ex dirigirse al lavadero, tomó la varilla y en cuanto él entró, se la ensartó en un ojo, él, adolorido y encabronado tiraba manotazos, ella tenía la visibilidad completa, luego ensartó la varilla en la boca abierta de Aureliano, ahí dejó de respirar y lentamente se resbalaba por la pared, dejando una marcada línea roja, “Como adorno que ponía un alto a su propia catástrofe” Eso hubiera pensado ella, en el arrebato, miedo y desesperación sin medir las consecuencias posteriores, sin embargo, empezó a temblar, lloraba al ver la sangre en la pared y se preguntaba ¿Cómo fue que lo perforé? Llorando se dejó caer al suelo sin saber qué hacer, a quien recurrir, ya se estaba visualizando en la cárcel, ahí terminaban sus esperanzas, luego sintió mucho miedo, después un coraje desmesurado contra el mismo Aureliano, y con la varilla le surtió cuatro o cinco golpes más sobre su espalda y brazos, como si con eso pagara el muerto por el problema que había provocado. En eso asoma la cabeza a la escena Lola la vecina, tartamudeando y muy nerviosa. – Oí gritos y vine a ver si usted estaba bien, vecina, en qué podía yo ayudarle…

– Voy a ir a la cárcel, Lola. ¡aaayyy! Mis hijos están pequeños todavía.

– No diga eso, fue en defensa personal, yo…yo vi, además él tenía prohibido venir a su casa..

– ¿Usted cómo sabe eso? – Bueno, es por ley, cuando hay violencia intrafamiliar y ustedes se estaban divorciando así que…ya ve que aquí todo se sabe pues. ¿Quién te dijo que nos estábamos divorciando? – Por ahí lo supe, en los tendederos de ropa.

El lugar dónde se sabe la historia completa del difunto y su familia: El funeral. Exagerando sus virtudes o desatinos.

Los susurros se mezclan con el rezo del rosario. Me imagino a Aureliano escondiéndose detrás de su propia caja mortuoria cada vez que entra alguna de sus muchachas traviesas.

– Santa María. –2 Ruega por nosotros.

1– Vecina, se contesta: “Ruega por él”. – Santa virgen de las vírgenes. –1+2 Ruega por él. – Estrella de la mañana. Ruega por él. 1– Mire Vecina, ya llegó la coloreteada, con ese vestido tan cortito, casi se le ven los calzones.

– Torre de David. – Ruega por él. – Torre de marfil. – Ruega por él.

– 2 Vergüenza le debería de dar, ponerse ropa tan rabona con esas patillas tan flacas.

– Arca de la alianza. – Ruega por él. –1 Yo no sé qué le vería de agraciado Don Aureliano, nada más despíntela y se ve taaan sin chiste.

– Salud de los enfermos. – Ruega por él. 2– Lo único que tiene es que está pechugona.

– 1– Con eso es suficiente. Se acuerda como Don Aureliano se le quedaba viendo a una los pechos cuando hablaba, en lugar de poner atención en lo que decía.

– 2– Vecina, mire quien llegó, con tal desvergüenza, tanto que hizo sufrir a Teresita tan bonita ella, y ahora viuda, mírela nomás.

Entraban unos y otros a ofrecer el pésame a Teresita, la abrazaba Doña Rosa y le decía una oración para conseguir la paz interior, en ese momento se percató que no le dolía en lo más mínimo la ausencia de su marido, más le preocupaba lo que venía de la investigación policiaca, había algo que la inquietaba: –¿Por qué le apareció una herida en la espalda? Tan delgada y profunda, dice la policía que fue con picahielos… Yo no tengo picahielos… ¿Acaso fue tanto mi miedo que no me di cuenta como lo golpeé? Sólo están esperando a que lo entierre para que me lleven presa. Dice la autopsia que el piquete perforó el pulmón. Dios mío, ¿pero cómo pude descontrolarme de esa manera? Estaba en sus razonamientos y con las manos entrelazadas con Doña Rosa cuando vio entrar a Lola a la sencilla funeraria, quién vestía de color blanco con una pashmina inequívoca, un labial para “zorras” (así llama mi marido a las mujeres resbalosas, según él, siempre lo persiguen) y un par de corrientes arracadas.

FIN ( 1 )

– Amorcito ya despiértate, aquí está tu café. FIN ( 2 )

Antonia Rivera Cháidez.

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