Por azar, parte 5 final.

Incendio en el hospital.

Evacuaron a los enfermos.

Eduardo procedió a hacer su ronda, pero al doblar el pasillo se encontró con un gran resplandor que procedía del fondo, del lado derecho.

Sin pensarlo dos veces, presionó la alarma de incendios. Recordó su papel como responsable de la evacuación y extinción de primera intervención y le entró una excitación que, lejos de paralizarle, le puso en marcha al momento para actuar como tal. La jefa, que aún estaba sentada terminando de leer un historial, dio un salto al oír el estruendo de la alarma. Sonó su teléfono y recibió el comunicado de Raúl, el auxiliar de portería, al cual Asun pidió que llamara enseguida a los bomberos y, rápidamente, fue a ocupar su puesto en el orden de evacuación de residentes, empezando por los que tenían mejor movilidad. Cuando hubo dejado al primer grupo en la salida de incendios, quiso volver por el mismo camino, pero las llamas se lo impidieron. Retrocedió y giró por otro pasillo en el que encontró a Eduardo dejando un extintor vacío en la puerta de una habitación ya desocupada y dirigiéndose hacia otra. Había mucho humo y sumado al hecho de que el enfermero había tenido que vaciar el extintor, la supervisora dedujo que aquellas habitaciones habían estado en llamas, así que observaría conductos y posibles entradas inoportunas de oxígeno que pudieran avivar el fuego mientras se dirigía a la planta superior, donde se encontraban los residentes no válidos, de los cuales la mayoría se encontraba en coma. Pudo sacar dos camas y dirigirlas a la salida de emergencia antes de ver cómo el fuego se iba haciendo dueño de más habitaciones y valorar el peligro que correría si no salía pronto de ahí. Los cuidadores ya estaban en la calle organizando a todos los residentes, algunos de los cuales habían sufrido pequeñas quemaduras y otros los traumatismos propios de su estado durante una evacuación de emergencia.

Quedaban dentro ―como le explicaron a aquel bombero― la supervisora, un enfermero, cuatro residentes en coma y otro que había salido del coma pero, como se iba a ir de alta dos días después, no se le había cambiado de habitación. Y otro más, Paco, que caminaba con mucha dificultad aun con ayuda, por lo que iba en silla de ruedas. Todos, excepto este último residente, estaban en la zona reservada a personas en coma, en la planta superior. El otro, Daniel… Pero se interrumpieron las explicaciones, pues en ese momento Eduardo asomaba a la escalera de incendios con Paco, el mencionado residente, al cual los bomberos se apresuraron a bajar como harían minutos más tarde con los que llegaron casi hasta la salida de incendios en cama.

Eduardo, que había vuelto a entrar, comunicó a los bomberos que en su camino encontró que aún quedaba gente arriba. Fue entonces, mientras se dirigía corriendo al piso superior, cuando cayó en la cuenta de que Daniel no se habría enterado de nada por la medicación… ¡Daniel! ¿Y si la supervisora no había tenido tiempo de leer sus informes y ponerse al día de su increíble mejoría? De ser así, no lo habría incluido en su grupo de evacuación y, por tanto, seguiría en la habitación. No podía ser, ¡imposible! Para mayor desesperación, le comunicaron que la supervisora y él ya tenían que abandonar el edificio, puesto que estaban poniendo en riesgo sus vidas;

ahora la tarea era de los bomberos, que intentarían sacar a los que quedaban… Dos en coma vegetativo y Daniel, repasó Eduardo mentalmente.

Respondió, con la respiración entrecortada, que tenía que sacar a un residente que tal vez estaría profundamente dormido. No tenía tiempo para más explicaciones, así que se dirigió lo más rápido que pudo a la habitación de Daniel seguido de un bombero. Subieron los dos por la escalera de incendios y entraron en el segundo piso. El bombero despejó con la manguera del pasillo la zona y entraron en el cuarto de Daniel dispuestos a sacarlo en volandas. Pero Eduardo se detuvo en seco: Junto a la cama se hallaba Asun, ya dispuesta a marcharse. Con un gesto de espanto, el enfermero se llevó las manos a la cara:

—¿Qué has hecho? —le espetó a la supervisora—. ¡Qué has hecho? —gritó de nuevo, consternado.

El bombero sacó a la supervisora de allí en volandas, pues el humo estaba cegando la habitación y podía producirse una deflagración si el oxígeno hacía su entrada. Tiró también de Eduardo justo cuando los cristales estallaban dejando paso al aire de la calle. Como una fiera enfurecida ―igual que entraron las llamas en el cuarto de Daniel ―, Eduardo entró en el dormitorio contiguo, donde se encontraba Víctor en estado de coma, pero en un par de segundos otro bombero lo sacaba de allí obligándole a abandonar la residencia por la salida de emergencia. No había tiempo para nada más.

Desde la escalera exterior, bajando los peldaños de uno en uno con todo el peso de su dolor, pudo ver que el resto de residentes había sido evacuado; excepto el tercero del segundo piso, José, que habría quedado también atrapado y cuya puerta él ya no llegó abrir porque el fuego invadía todo y el bombero le arrastraba hacia la salida. Vio también al personal en la otra acera; en la acera del edificio cuya parte superior Daniel se había aprendido de memoria cuando vivía aislado en su interior sin posibilidades de gritar que estaba ahí, esperando que alguien lo descubriese. ¡Cuánto habría sufrido encerrado en su silencio! Y ahora, por azar, le había sorprendido la muerte justo a las puertas de la felicidad.

El enfermero estaba enrabiado y ofuscado: ¿Por qué había gritado a la supervisora? ¿Qué había visto que le hizo entrar en el cuarto de Víctor de esa manera? Daniel se hubiese salvado, el bombero y él habían llegado a tiempo, pero… Le vino la imagen a la mente: Daniel había abierto los ojos, se había enterado; él vio sus pupilas totalmente dilatadas y la saliva colgando como cuando hacía un esfuerzo para hablar. Pero ella tenía un compresor en la mano y una jeringa vacía. En su mente apareció, como un destello, la cama de Víctor, donde tuvo tiempo de ver una jeringa vacía abandonada sobre la colcha. ¿Qué demonios…? Y pensó en José, a quien ni siquiera tuvo tiempo de ver. Y comprendió.

Lo comprendió en ese momento, en cuanto puso los pies en la acera y la supervisora le buscó la mirada. Recordó que ella no había tenido tiempo de ponerse al día con todos los pacientes y confirmó su sospecha de que no sabía nada de la evolución de Daniel. Pero lo que no esperaba… ¡Eso no formaba parte del protocolo! ¡Si no podían sacar a los que estaban peor, lo dejarían en manos de los bomberos! Pero ella había subido ya preparada porque mentalmente y en secreto siempre lo estuvo: se había disciplinado para decidir el destino de aquellos residentes no válidos en caso de catástrofe, pues siendo los últimos en ser rescatados, eran los que menos probabilidades tenían de salir vivos de un siniestro. Por eso, cuando vio que el fuego avanzaba y pensó que no podrían sacarlos, les puso una inyección letal.

Eduardo sollozaba desconsolado: ¡Daniel! ¡Daniel habría podido salvarse!
Seguro que la medicación que se le dio para que durmiera esa noche le impidió hablar; pero… con ayuda Daniel habría podido salvarse. ¿Y Víctor? ¿José? Con el tiempo… ¿podrían haber tenido acaso su oportunidad?

Encarna Martínez Oliveras.

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