UNA NAVIDAD DIFERENTE.
Es veinticuatro de diciembre. Los primos se reúnen. De Durango vienen Felipe, niño muy inteligente y estudioso; su hermana Diana Carolina, bonita, tierna y cariñosa. De Monclova viene Tatiana, una hermosa joven y la mayor de los primos. En Monterrey los esperan Johana quien tiene una gran habilidad para pintar y dibujar, además de un buen sentido estético. Su hermano Pablo Daniel, listo, sensible y un peculiar sentido del humor, también está listo para la celebración que se avecina. No podía faltar Melissa, una pequeña rubia que más semeja un torbellino que la preciosa niña que es.
Conforme van llegando los protagonistas de esta historia, la expectación crece. Según han escuchado a los mayores, pasarán la Navidad en las cabañas de una de las montañas que se yerguen como gigantes guardianes de la ciudad de Monterrey.
Cada uno checa el equipo que llevará, asegurándose que no falte nada que pueda ser necesario en un lugar sin tiendas, ni televisión, ni computadoras. Melissa, la más pequeña, se dedica simplemente a sacar todo lo que encuentra a su alcance, sin entender totalmente la prisa y emoción de sus primos y hermanos.
Al llegar la hora señalada, todos se apresuraron a acomodar su equipaje en los automóviles que los llevarían a su destino. Melissa, con un gran sentido de cooperación, tomó la correa de la primera mochila que encontró, y con grandes esfuerzos la arrastró a la salida, donde con su muy peculiar lenguaje, ininteligible para los adultos, pero clarísimo para los bebés, solicitó ayuda para subir su equipaje, sin soltar su muñeca consentida.
Cuando todo estuvo listo, todos se acomodaron en sus asientos y… claro… ajustaron sus cinturones de seguridad, pues todos ellos saben de la importancia de seguir las normas de seguridad.
Sin dejar de platicar mil cosas, los niños miraban atentos la carretera que se hacía más angosta y sinuosa conforme subía la empinada falda de la montaña, admirando los detalles del paisaje.
Venados, ardillas, pájaros azules y hasta alguna aguililla desfilaron ante los maravillados ojos de los primos, quienes más atentos cada vez, buscaban nuevos puntos de interés.
La bruma cubría partes del camino, dando un toque de natural misterio a las copas de los pinos y los árboles que, como una alfombra entretejida de nubes, cubría la parte baja de la montaña.
Después de una larga travesía, al fin llegaron a las cabañas. Los primos cautelosos bajaron de los autos y después de unos instantes, procedieron a inspeccionar las cabañas, así como sus alrededores, admirando las fascinantes montañas boscosas y los añosos árboles cuyos troncos apuntaban hacia el cielo, en tanto que el heno escurría de sus ramas como tiras de finos encajes, añadiendo una hermosa vestimenta a los pinos que adornan el paisaje.
Al frente de algunas cabañas, unos pinos adornados con luces multicolores daban un ambiente festivo al exterior, mientras que las coronas de aromáticas piñas y listones rojos parecían dar la bienvenida a los alborozados paseantes.
Al entrar a la cabaña, al centro de la estancia familiar, los primos pudieron observar un pequeño nacimiento sobre la chimenea, lo que daba un toque cálido y festivo al ambiente. Tal pareciera que la naturaleza se confabulara con el ambiente festivo y los pensamientos de los recién llegados, en una muda alabanza a Dios.
Así, el resto de la tarde, los primos acomodaron sus cosas, cada quien eligió y acomodó un espacio para colocar sus juguetes y para dormir.
Al anochecer, los niños entraron a las cabañas, encendieron el fuego en la chimenea. No podían dejar de admirar las llamas que danzaban entre los troncos encendidos y que de vez en vez, dejaban escapar chispas traviesas que se elevaban hasta perderse en el tubo de la chimenea.
De acuerdo al plan trazado, todos cantaron alegres villancicos, sobresaliendo el dúo de Johana y Carolina.
Después de cantar, jugar y disfrutar una deliciosa cena, llegó la hora de dormir. Sabiendo que era Navidad, los niños preguntaban ansiosos si Santa Claus sabría donde encontrarlos.
– ¿Santa Claus sabe dónde estamos? -preguntó Pablo muy inquieto.
– Creo que sí -contestó Felipe-, él sabe todo acerca de los niños… si se portan bien o mal, si hacen sus tareas de la escuela, todo, todo…
– ¡También sabe si nos bañamos o si no tenemos ganas de hacerlo! -replicó Johana- pero… ¿por dónde entrará si la chimenea está encendida?
– Pues… yo creo que si él sabe todo, también debe saber cómo hacer cada cosa -afirmó Diana Carolina-, además mi mamá dice que puede entrar por cualquier parte.
– Pues entonces será mejor dormirnos ya para que venga pronto -agregó Pablo.
Sin más, todos se fueron a dormir. En unos minutos la cabaña quedó en silencio, arrullada por el suave vaivén de los árboles y el tierno chisporrotear de los leños encendidos. De pronto se oyó un ruido extraño y pareció que la luz parpadeaba. Diana Carolina fue la primera que lo escuchó, y pensando que era un oso que venía a robarse la miel, se cubrió su cara con los cobertores e intentó llamar a sus padres, pero no pudo emitir sonido alguno.
Por su parte, Melissa también despertó y de pronto parecía que “hablaba” con alguien mientras reía feliz. Johana se sentó en su cama y le susurró a Melissa:
– Duerme y no hagas ruido.
Pasados unos segundos apenas, se oyó que algo cayó con fuerza. Pablo despertó y corrió a la ventana para ver qué sucedía, pero tan solo alcanzó a ver a Santa Claus que se elevaba en su trineo jalado por renos. Pablo emocionado llamó a todos, quienes apenas lograron ver como el trineo se perdía en el cielo.
Al momento, encendieron la luz y vieron una gran cantidad de regalos junto a la chimenea. Emocionados se apresuraron a abrirlos. Todo era alegría y asombro.
Toda la mañana jugaron. Melissa prefirió compartir su felicidad con un muñeco de nieve que estaba fuera de las cabañas, así como un ángel de piedra que parecía haber sido tallado para ser su gemelo y escucharla pacientemente. Por último, no perdió ocasión de entablar una divertida conversación con Winnie Pooh.
Así transcurrió la mañana. Al caer la tarde, todos salieron a buscar leña para volver a encender la chimenea esa noche. Cada uno recogía las ramas y troncos que les permitían sus fuerzas.
Cuando hubieron recogido toda la leña que se encontraba al frente de sus cabañas, empezaron a buscar en los alrededores retirándose un poco. Pronto descubrieron una goma pegajosa que brotaba de un tronco. Era la resina de los pinos. Se apresuraron a colectarla y ponerla en un recipiente, ya que el guardabosques les dijo que tenía un olor muy especial. Esa noche, una vez que encendieron el fuego, los niños empezaron a arrojar pequeños pedazos de resina que chisporrotearon entre las doradas lenguas de fuego, esparciendo su aroma con generosidad. Esta fue una tarea divertida y satisfactoria, ya que sabían que estaban haciendo algo para el bien y confort de todos.
A la mañana siguiente, cuando apenas asomaba el sol por el horizonte, los azulejos curiosos se posaron en el barandal situado al frente de la cabaña, mirando a los niños a través de los cristales de la ventana.
Las ardillas no quisieron quedarse atrás, con su natural curiosidad dejaron sus refugios para acercarse a las cabañas a observar a esos pequeños cachorros de hombre.
Los niños, al percibir la presencia de los animalitos, sacaron algunas tortillas y trozos de pan para ofrecérselos en señal de amistad. Las ardillas bajaron alegres para almorzar tranquilamente, y aunque no huían de los niños, Melissa era la que parecía entenderse con ellas más que todos.
Al filo del mediodía, todos fueron hacia la Laguna de Sánchez, por lo que se dirigieron al Cañón de San Juan. La montaña cortada por el centro, daba paso a la estrecha carretera, y su cima parecía perderse en las nubes.
Extasiados los niños disfrutaban del maravilloso e inusual paisaje.
– ¿Arriba está el castillo del gigante? -preguntó Pablo con cierto recelo.
– ¿Cuál gigante? -preguntó Johana.
– Pues el del Sastrecillo Valiente -contestó el chico.
– Quien sabe -dijo Felipe-, pero lo que sí es verdad, es que por aquí hay un oso que a veces baja para robarse las ovejas.
– Entonces será mejor subir otra vez a los carros -sugirió Pablo.
-¿Dónde está Melissa? -preguntó Johana de repente.
– Se fue por allí -contestó Diana.
– ¡No la dejen sola! -exclamó Felipe un tanto preocupado.
Todos corrieron llamando a Melissa a voces, hasta que la encontraron sentada entre la hierba.
Nadie podía creer lo que estaban viendo. Ahí estaba, Melissa platicando con un enorme oso amarillo que sentado en sus patas traseras, atento la escuchaba.
Cuando Pablo vio al oso, supo que su hermanita se había topado ni más ni menos con el famoso Winnie Pooh, quien complacido por la visita y las atenciones de la niña, le dio su e-mail para que los niños se pudieran comunicar con él cuantas veces quisieran.
– winnie.pooh@hotmail.com es mi domicilio virtual, te prometo contestar todos tus mensajes -decía el simpático osito mientras masticaba una zanahoria que Melissa le había convidado.
Después de un breve intercambio de palabras y gruñidos amistosos, Winnie decidió retirarse antes de que lo viera un adulto incapaz de comprenderlo, porque a veces los adultos son las personas más irracionales que existen y le temen a todo lo que no es como ellos deciden.
Así, después de guiñar graciosamente un ojo, Winnie regresó a los bosques de las altas montañas, en tanto que los niños prosiguieron su camino a Laguna de Sánchez. Al llegar, Diana Carolina se decepcionó un poco, pues no encontró el lago que se había imaginado, y fue entonces cuando se enteró que de laguna, solamente tenía el nombre.
Así, entre exploraciones y charlas con los animalitos del bosque, las vacaciones terminaron y llegó el momento de regresar a casa.
Los niños aceptaron regresar un tanto tristes al principio, pues les dolía dejar a sus amigos azulejos, los tiernos venados, las inquietas ardillas y por supuesto el legendario Winnie Pooh, pero felices por haber tenido una Navidad diferente.
Al ir bajando por la carretera que daba a la ciudad, los niños se prometieron a sí mismos, regresar a ese bosque mágico, en busca de nuevas sorpresas que alienta su pródiga imaginación infantil.
Por lo pronto, no les extrañe si el teléfono de Pablo o de Felipe están ocupados, es que están contactando con Winnie Pooh a través del internet.
Beddy Gamboa Lugo