EL DIPUTADO.
Una ráfaga de aire fresco le dio la bienvenida al abrir la puerta del restaurante para aliviar el calor vespertino, el cual dejó afuera porque le había hecho sudar al inicio de la Primavera. Sus ojos negros recorrieron todo el lugar para distinguir con precisión quienes se encontraban presentes. Caminando perfectamente erguido, siempre con su mirada al frente y paso firme, Diego Alonso pasó por entre las mesas (varias de ellas ocupadas por muchachas -cincuentonas encopetadas- socias de la sección local de la UVA, otras circundadas por los eternos cafeteros verbales componedores del mundo), saludando de mano y con frases de cortesía a conocidos y extraños, hasta llegar donde lo esperaban sus amigos.
–Saludo a los egregios, destacados y distinguidos amigos que hoy me honran con esa magnífica, excelente y cálida anfitrionía que los caracteriza en todo momento –dijo ceremonioso con esa cortesía palaciega del hombre acostumbrado a deambular por entre los pasillos de los edificios del Gobierno o el Congreso del Estado.
–¡Estimado Diego Alonso! –exclamó Rodrigo mientras se levantaba de su asiento para saludar de mano y con un abrazo de sonoras palmadas en la espalda– llegaste justo a tiempo, fíjate que estamos hablando sobre los engorrosos papeleos que se tienen que hacer en el sistema de calidad de la empresa.
–Justo eso –exclamó el recién llegado, quien todavía se tomó su tiempo para saludar a los otros dos compañeros–, sí, justo eso, como siempre los problemas los encuentra el trabajador común y corriente, como tú y como yo, con un empleadillo de octava que le encanta demostrar el poder sobre los trabajadores que tiene a su mando en este mundo kafkiano.
–Vamos mi estimado diputado –terció Agustín, que en plan de broma llamaba así a su amigo, no porque ostentara dicha investidura, sino por la ceremoniosidad y verborrea de uso típico en la tribuna legislativa– no es para tanto, nada más recuerda que ya tenemos certificado el sistema de calidad desde hace dos años.
En la inducción a un tema que siempre le apasionaba a Diego Alonso, por su capacidad crítica en contra de la medianía que puede ofrecer un sistema de producción no estandarizado debidamente, su piel blanca de pronto se puso del color de la grana, el gesto de su boca se apretó un poco más para dejar resbalar entre sus dientes las palabras tan afiladas como su nariz respingada, duras y frías como sus ojos negros, despejadas y amplias tal cual su frente apenas rematada con un copetillo de pelo lacio y negro.
–Eso de nada sirve si lo que se certifica son las ineficiencias del sistema de producción al estandarizar la medianía de un espíritu conformista, autocomplacciente y falto de crítica, la realidad es que en estas fantasías del México mágico hemos estado en el peor de los mundos que cohíben, coartan, inhiben la iniciativa de los trabajadores con estandarizaciones mediocres, por eso debemos buscar el círculo virtuoso de innovación, eficiencia y competitividad, competitividad, eficiencia e innovación –emocionado golpeaba la mesa con el dorso de la mano extendida, como si fuera un cuchillo, como queriendo romper el incesante parloteo de las guacamayas y cacatúas de la UVA; con la constancia aniquiladora de la nieve que cae empujada por los analíticos vientos del norte en medio de la vida paciente de los páramos que encuentran la sabiduría en la soledad silente del altiplano.
–No creo que sea para tanto mi estimado diputado –le picó la cresta Agustín, quien externando la mayor gravedad y seriedad del mundo, se divertía a mares con las actitudes de su amigo, porque siempre se la tomaba en serio como una consecuencia de su poco sentido del humor–, lo que pasa es que sólo ves lo negativo, te has olvidado que en el último año hemos avanzado mucho y ya son mejores los sistemas de producción, recuerda que hace algunos días nos recertificaron con los mismos procedimientos que marcamos hace dos años.
–¡Bah!, minucias, lo que pasa es que quien no quiere ver, percatarse, distinguir con claridad eres tú, claro ejemplo de los que restan y dividen olvidándose que el mejor signo es el de sumar porque luego nos permite multiplicar, y además, recuerda que en este mundo de competitividad globalizada el que no avanza retrocede, y si alguna vez se registró un avance, en ese simple registro quedó, por lo que ante el avance de los demás, al no caminar nos hemos rezagado nuevamente.
–Vamos mi estimado Diego Alonso –intervino Rodrigo–, disfruta tu cafecito, es del bueno, de Córdoba, no dejes que se enfríe porque sería un insulto a las buenas costumbres.
–Un insulto a las buenas costumbres, eso es la mediocridad de estandarizar las mediocridades con supuestos sistemas de calidad y nada más –expresó entre dientes el aludido con un tono cortés rayante en lo irónico.
–No te agüites mi diputado, quizá algún día se te haga la curul.
–Es hora de irnos –terció Manuel, quien hasta ese momento había estado escuchando la conversación, para romper la inercia de la plática que amenazaba la tormenta del enojo de Diego Alonso, ante las silenciosas carcajadas que emitía el grito de los ojos traviesos de Agustín –si no nos apuramos vamos a llegar tarde a la conferencia…
–Tenías que ser tú –le interrumpió Agustín–, como siempre, eres insultantemente puntual, ya no tomes la vida tan en serio que de cualquier forma se va a reír de ti.
Mientras sus compañeros se reían de las bromas que se gastaban con los juegos de palabras y una que otra indirecta, Diego Alonso permanecía sentado con la espalda rígidamente vertical y la mandíbula trabada, a la vez que sus pensamientos se mezclaban con los sentimientos en el vórtice de los vientos huracanados procedentes de los mares tropicales, orgulloso galeón apartado de su flota en el Caribe alebrestado.
Phillip H. Brubeck G.