El recuerdo de lo que una vez fue hermoso

El recuerdo de lo que una vez fue hermoso

AVISO DE CONTENIDO: El presente relato menciona de manera no gráfica
temas que podrían ser sensibles para el lector, como el suicidio y la depresión.

En memoria de los idols que han fallecido víctimas del suicidio
y las víctimas de la estampida en Itaewon, Seúl el 29 de octubre de 2022

No sabía cuánto tiempo pasó desde que entró en aquel laberinto entretejido de túneles de piedra, iluminado apenas por luz proveniente de los tragaluces en lo más alto de las paredes. Siempre era de día del otro lado y, aun así, no encontraba claridad hacia la salida. Su condena era recorrer ese lugar hasta pagar por su pecado, si es que algún día podía lograrlo.

            Suspiró dirigiendo su vista hacia la luz, como tantas otras veces hizo antes de llegar a ese sitio. Levantaba el rostro al cielo en busca de algún consuelo o fuerza en los cálidos rayos del sol sobre su cara, pero difícilmente encontraba lo que buscaba.

Recordó la última vez que vio el sol, se asomó por el balcón de su departamento para recibir ese último atardecer otoñal, despidiéndose del astro entre los rascacielos de Seúl. Había esperado terminar con el profundo sufrimiento enraizado en el centro de su ser, pero parecía que las pastillas solo fueron suficientes para arrancarle la vida, mas no el dolor; eso le tomaría otra vida, una eternidad.

El tiempo ya no existía, tampoco él. Su alma estaba más cansada que nunca. Quiso creer en una nueva vida, o en un fin, pero olvidó que las almas que se suicidan no pueden reencarnar. Primero son castigadas por intervenir en el orden de la vida y la muerte. Solo le quedaba continuar su camino sin fin, incluso si apenas tenía fuerzas.

            Se dejó caer de espalda contra el muro de piedra gris y recargó la cabeza hacia atrás. ¿Su situación actual era mejor que seguir con vida? ¿Acaso servía de algo arrepentirse? Estando allá, en el Mundo de los vivos, se sentía exactamente igual: no importaba cuánto lo intentara, ni cuántas personas le demostraran su amor, no encontraba una salida. Pensó en sus compañeros de grupo, sus hermanos después de tantos años viviendo juntos como una familia. Algunos eran más difíciles de tratar que otros, pero esperaba que estuvieran bien. Les dejó una carta pidiéndoles que lo disculparan, ¿lo harían? Solo su perdón podría darle un poco de calma.

            Deseó llorar, sentir algo diferente a la presión en su pecho que ansiaba rebobinar el tiempo y evitarlo todo, pero existía una certeza en su interior: si hubiera aguantado solo se hubiera retrasado unos meses más, hasta que volviera a tocar fondo y la desesperación por apagar esa aplastante soledad le susurrara que era mejor irse. Ya conocía esa voz, no era amable nunca y tampoco se rendía, ni siquiera entre esos túneles.

            Cerró los ojos por un momento, extrañando lo que era sumirse en el sueño para evadirse un poco de la realidad, pero incluso eso le fue arrebatado cuando su corazón dejó de latir.

            —Kang Young Seok.

            Sus ojos se separaron con sorpresa en cuanto escuchó su nombre, pensando que no volvería a hacerlo después de que le abrieron las puertas a aquel limbo. Frente a él estaba una mujer de cabello corto y rubio y vestía un traje negro hecho a la medida. Era una emisaria de la muerte, la misma que recogió su alma la última vez que vio la noche.

            —Se requiere tu presencia en la Embajada de Almas.

            Las palabras rebotaron en sus oídos, Young Seok tardó unos segundos en procesarlo.

            —¿Emba… jada? —preguntó. Ese era un concepto totalmente nuevo, como todo lo que tenía que ver con la vida después de la muerte.

            La emisaria asintió y permaneció con la mirada fija en él. Young Seok se incorporó, todavía un poco confundido por la noticia, pero no dudó en seguirla hasta una salida que se sorprendió de encontrar con demasiada facilidad. Seguramente él no hubiera podido hacerlo por sí solo.

No lo podía creer: salía del laberinto. Miró de reojo a la mujer que iba a su lado, más pequeña que él a pesar de los altos tacones que resonaban sobre la piedra.

            —Te lo explicarán todo en cuanto lleguemos ahí —comentó ella como si fuera capaz de leerle el pensamiento. Young Seok apenas alcanzó a asentir con la cabeza, sintiendo que la sorpresa desplazaba la desolación de su interior de a poco.

            No reconoció el camino, no podría recordar cómo es que llegó hasta su limbo. Cruzaron otra puerta que los llevó a un pasillo más luminoso y llegaron a una sala de amplios ventanales, colmado con el aroma del campo fresco, contrario al encierro que conoció esas últimas semanas o meses; no tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde su última noche en el Mundo de los Vivos.

Se dio cuenta de que había flores amarillas y naranjas en macetas, lo cual hacía el sitio mucho más colorido, incluso alegre. Parecía otro atardecer en medio del campo, encerrado ahí, entre las paredes adornadas con un tapiz colorido con pequeñas calaveras impresas. Nunca antes presenció algo así, mucho menos esperó verlo como la oficina de la Embajada de Almas.

            —Espera aquí —la mujer señaló una silla antes de salir.

Young Seok apenas le prestó atención, pues su alrededor resultaba mucho más interesante. Sus alargados ojos oscuros se detuvieron en los libros de una de las estanterías de madera negra. Estaban en otro idioma, español, tal vez. Conocía apenas unas pocas palabras que aprendió para agradecer a algunos de sus fanáticos y decirles que los quería. Era cierto, de verdad los quería. Y también los extrañaba. Deslizó sus dedos con cuidado por los lomos de esos libros, se sentían extrañamente cálidos, como la luz que entraba de manera natural en toda la habitación, engrandeciéndola.

            —¿Te interesa alguno?

            Volteó y alejó la mano en el acto, casi un brinco, temeroso como si lo hubiesen atrapado en medio de un crimen. Había un hombre ahí, de redondos ojos oscuros y piel morena, tampoco era demasiado alto, al menos no más que él. Le sonrió y se acomodó los lentes sobre el puente de la nariz. No se parecía en nada a ningún otro emisario que hubiera visto al caminar entre los pasillos del Inframundo.

            —Siéntate, ¿quieres algo de tomar? —Le habló en un coreano perfecto, salvo por el acento que lo delataba como extranjero. Young Seok lo siguió al escritorio, se sentó frente a él y vio la placa con el título “Embajador Mexicano de Almas”.

            —¿Qué…? ¿Por qué estoy aquí?

            El embajador volvió a reír un poco y extendió una taza humeante de chocolate caliente hacia él. Young Seok ni siquiera supo de dónde salió, pero si existía una Embajada de Almas, el origen de su bebida era lo que menos le preocupaba.

            —Kang Young Seok —dijo el nombre con solemnidad mientras tomaba una carpeta negra que yacía sobre su escritorio, comenzó a pasar las hojas y luego desprendió un sobre morado con un bonito sello dorado que pintaba una calavera—. Veo que moriste hace poco… Sobredosis… Ah, es una lástima…

            El músico bajó la mirada y los hombros, avergonzado por sus acciones incluso si la voz del embajador no parecía inculparlo. Revivía esa noche con facilidad, el momento en que dejó la carta para sus amigos, cuando les mandó un último grito de ayuda. Si hubiera aguantado un poco más, los paramédicos hubieran logrado llegar a él, pero murió a solas en su habitación.

            —Realmente es una lástima… Pero te tengo una buena noticia, hay una invitación para ti —dijo y extendió el sobre morado hacia él.

Había cierta gentileza en su trato, era un cuidado que, hasta el momento, el joven idol de apenas veintiséis años no había experimentado desde su muerte. Los emisarios eran fríos, solo dedicados a su trabajo, como si hubiera una barrera entre ellos y las almas para no encariñarse y que nada interviniera en los estrictos procesos y normas que regían esa parte del mundo espiritual.

            —¿Una invitación? —tomó el sobre con manos temblorosas, tenía su nombre escrito tanto en hangul como en su versión latinizada.

            —Así es. Es… un evento especial. Léela y bebe un poco, te sentirás mejor y recuperarás energías. Es un regalo de los dioses —insistió el embajador, empujando la taza unos centímetros más.

            Young Seok lo miró, todavía con las dudas reflejadas en su rostro. Tomó la taza con cautela y se sorprendió al tener por fin algo caliente en sus manos después de tanto tiempo. Dio un sorbo y el sabor dulzón se sintió como un abrazo en su interior, borrando la amargura que el recuerdo de su suicidio dejó en su boca. Disfrutó del sabor fuerte del chocolate y esa sensación ligeramente cremosa que dejaba al pasar por su garganta, extendiendo la calidez por el resto de su cuerpo.

            —Es receta ancestral —comentó el embajador con una sonrisa cómplice.

            —Gracias —respondió el idol con una pequeña inclinación hacia el frente.

            Young Seok vio el sobre una vez más y rompió el sello; sacó la hoja, también decorada con un bello diseño de flores como las que llenaban la oficina. Para su facilidad, estaba escrita en coreano, pero se sorprendió al pasar los ojos por cada una de las palabras escritas con tinta dorada. Alzó ambas cejas lleno de incredulidad y vio al embajador.

            —¿El Día de Muertos? —Esas palabras se quedaron presentes de manera especial entre el resto de la carta, como si resaltaran para él.

            —Así es. ¿Sabes algo al respecto?

            —Es… es un día importante, ¿por qué estoy invitado a algo así?

            El embajador bebió de su propia taza y extendió otra hoja hacia él, una lista.

            —El Día de Muertos es la noche del 2 de noviembre, pero las personas preparan sus altares con algunas semanas de anticipación. Durante ese tiempo hacemos un registro de todos los altares dentro y fuera del país, hechos por mexicanos o sus descendientes, para celebrar la fecha. Así podemos planear las visitas como se debe. Y tú, mi amigo, tienes varios altares por visitar, si aceptas la invitación.

            Young Seok abrió ambos ojos por completo, sorprendido y abrumado al mismo tiempo. Entendía hasta cierto punto aquello de los altares, pero al ver la hoja que enlistaba los lugares con todos los altares que había para él, no podía creerlo.

            —¿Cuánto tiempo ha pasado?

            —¿A qué te refieres?

            —Me suicidé a mediados de octubre, ¿cuánto tiempo ha pasado?

            El embajador vio hacia el pequeño calendario de escritorio que tenía a su izquierda.

            —Hoy es 29 de octubre en el Mundo de los Vivos. Quizás salgan algunos altares extra, mi gente a veces deja todo para último momento… Si quieres ir, debes aceptar antes de que acabe el mes y presentarte el 1 de noviembre.

            —Pero… no lo entiendo —confesó. Su confusión quedaba más que clara, así que dejó los papeles a un lado y, con sus manos temblorosas, tomó de nuevo la taza para buscar un poco de calma en ese agradable chocolate—. ¿Han hecho todos esos altares para mí? ¿En doce días? —sintió su voz temblar también—. ¿De verdad puedo salir de aquí?

            — Sí. Eras un idol, fama internacional. Fuiste a un par de conciertos en México el año pasado, ¿no? ¿Recuerdas cómo fue?

            — Sí.

Lo recordaba. No fue una multitud enorme, pero había suficiente gente para llenar la zona general. Los vio esperar desde temprano, los escuchó cantar canciones enteras a todo pulmón. Apasionados. Locos. Sus fans en esa pequeña gira por Latinoamérica lo sorprendieron tanto como a sus cinco compañeros de grupo. De pronto su corazón se estrujó entre los recuerdos y la melancolía.

            — No puedo hablar por otras personas, pero entonces sabrás que los mexicanos somos… apasionados —bromeó ligeramente—. No olvidamos fácilmente, en especial cuando queremos a alguien. No importa que no los hayas conocido, todas esas personas que han hecho altares para ti tienen ofrendas y esperan que tu alma se encuentre bien. Se rompieron cuando supieron la noticia, pero no te culpan. Esta propuesta de visitas es relativamente nueva, comenzó hace unos diez años apenas. Ya teníamos el pacto con otros países, pero algunas oficinas del Inframundo tienen más regulaciones que otros. Aun así, lo logramos. Conseguimos la lista de todos los que tienen por lo menos un altar y se les permite ir al Mundo de los Vivos por una noche. Después de eso, deberás volver aquí a continuar con tu pena.

            La voz del embajador reflejaba con perfección sus emociones al hablar del tema. Era obvio que todo representaba un choque cultural, que el Inframundo mexicano era diferente y le gustaría proponerle una opción a aquel muchacho, así como el resto de almas extranjeras que llevaba a México cada noviembre, pero eso estaba fuera de sus límites. Solo le quedaba ofrecerles esa noche.

            Young Seok no encontró palabras, salvo una:

            — Gracias —repitió abrumado en más de una ocasión, acompañando la palabra con reverencias cada vez más pronunciadas.

Tres días después, la misma emisaria fue por él y lo condujo de nuevo por los pasillos, primero a una sala donde pudo cambiarse y arreglarse. Se sintió como cuando se encontraba rodeado de estilistas y maquillistas que lo preparaban antes de salir a un concierto; salvo que en esa ocasión lo hizo por sí mismo y no necesitó flexionar un poco las piernas o abrirlas a los lados para disminuir su estatura. Peinó su cabello hacia atrás, dejando libre su frente y acomodó los mechones más largos detrás de sus orejas. Tenía un ligero maquillaje, sí, justo como si fuese a salir a una presentación. Se puso una chamarra de cuero muy similar a una de sus favoritas, colgó unas cadenas de su pantalón, las botas se sentían como si estuvieran perfectamente amoldadas a sus pies. Por último, se colgó del cuello el pase y la identificación que le permitirían hacer el recorrido.

            Al terminar, pasó a una sala diferente a la del embajador, aunque también con las mismas flores amarillas, naranjas, y otras de color vino que parecían de terciopelo. No era el único ahí. Eran once personas incluyéndolo a él, pero alzó las cejas al reconocerlos a todos, hablando entre ellos con familiaridad. De pronto, todos giraron hacia él, pasmado ante esas seis almas.

            — Oh, esta es tu primera vez, ¿no? Yo soy…

            — Daisy subaenim —Young Seokse adelantó a ella.

La conocía, claro que sí. Era una solista bastante famosa, cuya carrera terminó repentinamente porque ella se suicidó también, debido a fuertes ataques que empezaron por rumores en internet y que terminaron en un acoso imposible de soportar. Él era apenas un rookie cuando eso sucedió; llevaba unos meses desde su debut, pero siempre fue su fan y conocía todas sus coreografías, la admirada de verdad, al igual que a cada uno de los actores, modelos y músicos a su alrededor. Todos le dieron una bienvenida cálida, pero Young Seok quedó mudo entre las presentaciones.

            — Jeon Hak Bin

Su suicidio fue una noticia que sacudió con fuerza a todo el país, incluso a él, cuando todavía estudiaba la preparatoria y practicaba para su audición. Otra víctima de la depresión, exactamente como él. Era exitoso, tenía tantos fans alrededor del mundo, le iba bien. Siempre aparecía feliz y daba lo mejor de sí mismo animando a otros a mantenerse optimistas ante las adversidades. Nadie imaginó lo que pasaba dentro de él, la oscuridad que lo embargaba por las noches. Quizás por eso su muerte fue una de las que más recorrieron las noticias alrededor del mundo, pero fue su carta la que más dolió, lo que hizo que Young Seok se sintiera identificado y, tal vez, como si alguien lo entendiera.

            — Mucho gusto —dijo Hak Bin con una agradable sonrisa. Habían pasado siete años desde su partida, y él seguía ahí, esforzándose como siempre, como los demás, por pagar la deuda que ocasionó su decisión.

            — Igualmente. Yo… —no podía creerlo—. Yo era un gran fan suyo.

            La mirada de Hak Bin resplandeció ante las palabras y le regaló una pequeña reverencia en agradecimiento. Young Seok jamás pensó que la muerte sería así, solo quería era acabar con el vacío que sentía en su interior que se tragaba incluso la felicidad de los mejores momentos. Y ahora estaba frente a algunas de las personas que más llegó a admirar en vida.

            El embajador llegó junto con un pequeño grupo de emisarios coreanos, así como con un par de asistentes mexicanos para explicar las reglas de esa noche. Eran principalmente horarios, mantenerse lejos de las personas y siempre con los emisarios para evitar problemas con almas errantes, así como los castigos que recibirían en caso de que intentaran quedarse en el Mundo de los Vivos.

            — Si no tienen dudas, podemos empezar.

            El embajador abrió una puerta que tenía un sello intrincado en la placa, con las palabras “Mundo de los Vivos” en coreano y en español. Un brillo naranja llegó hasta ellos, Young Seok se cubrió los ojos ante la luz repentina y sintió una mano posarse sobre su hombro.

            — No te preocupes, es mi tercer año y siempre es igual de sorprendente —le dijo Dong Hang, un actor muy popular que protagonizó más de una telenovela reconocida desde su juventud.

            El pasillo estaba lleno de pétalos amarillos, luz de vela y aroma a flores e incienso. Un emisario acompañó a Young Seok a las primeras visitas donde iría a ver los altares exclusivos para él. Algunos tenían más niveles que otros, pero todos estaban atiborrados de esos papeles que colgaban de todas partes, las flores aromáticas, calaveras de azúcar con más y más colores. Viéndolo así, la muerte parecía viva.

            Cada visita era abrumadora y emocionante. Ahí, entre los niveles llenos de ofrendas, incienso y flores encontró una esperanza que creyó perdida. La visión de todas aquellas pequeñas flamas titilantes le recordaron lo que era ver las lightsticks en las presentaciones y conciertos. Encontró peluches de tigres, el animal que siempre le regalaban y que tanto amaba; había botellas de soju, platos de ramyeon y ppyeongan casero, entre algunos otros paquetes de dulces y bebidas coreanas. Le indicaron que podía tomar un poco, bastaba con tocar la para absorber la esencia y recuperar energías para el camino de regreso.

Siempre que veía una foto nueva de él en la parte más alta del altar, sentía una emoción difícil de describir, pero que se comparaba al ver una sala de concierto llena de personas diciendo su nombre. En todas las fotos salía sonriendo, y lo hizo al ver también los artículos de su grupo: photocards, playeras, banners

Sin embargo, fue cuando se reunió con Jeon Hak Bin y Daisy, cuando no pudo más.

            Ante él, estaba el altar más grande. Siete niveles adornados con tantas flores y papel picado. Parecía como si hubieran tomado todos los altares anteriores y los pusieran en esa habitación. Los mismos adornos, pero con comida e incienso para los tres músicos, cuyas fotos estaban acomodadas de manera simétrica en los dos niveles superiores y, en el centro de todo, estaba él.

            El altar era tan grande y precioso, que apenas verlo Young Seok se dejó caer de rodillas sobre las flores y cubrió su rostro con ambas manos. A un lado del altar había un panel de madera, donde había algo escrito que apareció traducido ante sus ojos como por arte de magia.

            “Gracias por todo. Lo hicieron bien. Siempre los amaremos”.

            Eran justo las palabras que había pedido escuchar cuando escribió la carta que dejó al mundo. Sus últimas palabras, una petición desesperada para que lo perdonaran. Para que le dijeran que lo hizo bien, incluso si al final no pudo más.

            Aquella carta se quedó grabada en su mente y la repitió en ese momento. Tantas disculpas como si no fueran suficientes por alejarse, por no ser capaz de aguantar un poco más, señalándose a sí mismo como el culpable porque la desolación venía de su interior. Se culpaba a él, y creía que jamás tendría el perdón suficiente, pero ahí estaban esas palabras asegurándole que todo estaría bien y que jamás lo olvidarían. Una promesa de amor eterno, un deseo sincero de que él, Daisy, Hak Bien y el resto del grupo pudiera encontrar por fin un poco de paz.

            Young Seok lloró de nuevo. Daisy y Hak Bin se acercaron a él, buscando calmarlo y reconfortarlo un poco. Ellos también lloraron, embriagados por aquel amor tan fuerte que se reflejaba en el calor de las velas y los vibrantes colores a su alrededor. Tal vez deberían volver y continuar penando hasta que fuera suficiente para reencarnar, pero tenían esa noche para recuperar energías, para recordar el amor y dejar de culparse, saber que realmente no fallaron. Hicieron lo mejor que pudieron. Fueron fuertes y aguantaron todo lo que pudieron. No había culpas sobre ellos.

            Young Seok lo supo. Viviría para siempre en los mejores recuerdos que las personas tenían de él. Las canciones que escribió, el amor que entregó y ahora recibía multiplicado. Alzó un poco la vista para encontrarse con su foto iluminada en ese atardecer perpetuo, justo entre el asombroso Jeon Hak Bin y la hermosa y talentosa Daisy.

            No estaban solos. Estaban juntos en el recuerdo de lo que una vez fue hermoso.

Diana Brubeck.

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