El abuelo y yo.
Me encanta el abuelo.
Me encanta el abuelo, él no es como mi papá, siempre tiene tiempo para mí, no se preocupa por el trabajo o por el dinero, ahí está en la casa, disponible para jugar conmigo en cualquier momento.
Son fascinantes sus historias del siglo pasado en la que siempre es el héroe, dice que en su época, cuando era niño como yo no había televisión, ni videojuegos, ni computadoras, pero se divertía mucho con sus amigos jugando con trompos, yoyos y baleros de madera, también con canicas de vidrio o cemento. Un día nos subimos al camión y nos fuimos al centro, caminamos unas cuadras, íbamos agarrados de la mano, despacito porque ya no puede correr, así nos metimos en el mercado, donde tras mucho buscar encontró lo que quería, sus juguetes, los vio con mucho cuidado, algunos los regresó al vendedor diciendo que tenían cosas por las que no iban a funcionar bien, hasta que al fin escogió los mejores.
Nos regresamos pasito a pasito a la Plaza de Armas, se sentó en una banca a la sombra de un árbol, mientras él descansaba yo me puse a corretear para todos lados, encantado con las palomas a las que quería atrapar pero no se dejaban. De pronto me llamó para enseñarme cómo funcionan el trompo, el balero y el yoyo, sus manos un poco temblorosas los jugaban bien, y me dijo cómo hacerle para que me convirtiera en el mejor.
Mientras nos comíamos unas paletas heladas de tamarindo, me platicó que en su barrio se juntaba con muchos amigos, jugaban al fútbol en la calle, él era el gran goleador. Se trepaba a los árboles para arrancar la fruta, que aunque verde nunca les hacía daño así acidita; escalaba las bardas en los patios de las casas, eran altas montañas con profundos precipicios, en las cuales caminaban manteniendo el equilibrio mientras los proyectiles enemigos le pasaban rozando la cabeza.
Cuando regresamos a casa mamá estaba preocupada por nosotros, pues no nos había visto cuando regresó de su trabajo, él se encargó de calmarla, siempre lo hace, es un mago, sus palabras tranquilas a ella le espantan el malhumor y al ratito ya está riendo de nuevo.
Se acabó el juego, mamá me obligó a hacer mi tarea, en la mesita de la sala porque en el sillón estaba sentado el abuelo, así él podía ayudarme, porque es muy sabio, conoce todo lo que viene en los libros y más, sobre todo de historia porque dice que él la vivió.
Quiere mucho a mi abuelita, siempre busca el pretexto para darle un besito, reglarle una flor o un chocolate, parecen novios, siempre se están diciendo cosas bonitas, para él no hay mujer más hermosa en el universo entero, porque además su cabello blanco tiene la pureza de su alma, brillante como la vía láctea en la inmensidad del espacio y sus ojos brillan más que las estrellas.
Me encanta mi nieto.
Me encanta mi nieto, él siempre tiene tiempo para mí, es el confidente de mis recuerdos, de aquellos momentos maravillosos que viví cuando tenía su edad, que se fueron acumulando en una vida maravillosa, por eso me gusta platicárselos. No es que viva de ellos, no es que quiera regresar a esos tiempos, simplemente son los hechos que me forjaron para ser un hombre de bien. Paciente me escucha, se asombra con todo lo que le digo, se emociona y yo también.
Él es mi compañero de juegos, su correr y brincos incansables me llenan de su energía, los gritos y risas hacen rebullir en mí la alegría.
Hoy, en este día de San Agustín, me sorprendió, por la tarde llegó con una caja con los chocolates que más me gustan, me felicitó por ser el día del abuelo, con su abrazo del oso de sus bracitos que no alcanzan todavía a abarcar por completo mi espalda y un beso tronador en la mejilla, me dijo que soy el más importante de la familia, aunque en realidad simplemente soy el más viejo que, sin preocuparme por el paso del tiempo, les comparto mi experiencia para hacerles más llevadera la vida a cada uno.
Phillip H. Brubeck G.