LA CALMA
Una… dos… tres… cuatro… cinco… seis… siete… rompió mucho más adelante hasta dejar todo liso y regresó. Una… dos… tres… cuatro… cinco… seis… siete… no llegó donde la anterior, más leve. Allá se ve una cuchilla blanca algodonosa, aislada entre lo negro, se me hace que esa sí… no, rompió ligeramente atrás y por eso no llegó al límite máximo, se negó a borrar otras huellas. Me parece que ya no van a llegar más arriba.
Su cuerpo obeso estaba totalmente empapado, el pañuelo no hacía otra cosa sino repartir la humedad salitrosa en la piel. Litro y medio de cerveza fría que había dejado una agradable sensación en la mano y el esófago, solamente sirvió para inflar aún más su vientre esférico, totalmente abotagado, lleno, henchido. Ya ni siquiera una gota de agua a su paso podía refrescar el interior de su ser.
Una… dos… tres… cuatro… cinco… seis… siete… ¡aah!… su boca se abrió por completo para dejar exhalar una bocanada de aire caliente que se confundió con el de la atmósfera.
“Es increíble que a los 30 grados me esté derritiendo, cuando en mis desiertos esta temperatura es un frescor fabuloso.”
La humedad hacía que la camisa y el pantalón se adhirieran por completo al cuerpo. Los zapatos la recibían como ollas sedientas.
Allá a lo lejos una mancha blanquecina, celosa, difusa, se afanaba en querer mantener la oscuridad, en tratar de opacar cualquier punto brillante que se encontrara entre el cenit y la intersección indefinida del los fluidos líquidos y gaseosos.
Buscó un indicio, algo, in signo por leve que fuera. Su esperanza se vio frustrada, las hojas de las palmeras permanecieron como en una fotografía. Silencio, el grillo y las aves nocturnas se negaron a decirle algo, ¿o es que el mensaje estaba cifrado en el silencio?
Sólo, ahí, en la orilla se veían los crespones blancos, rara vez venían de allá adentro con su murmullo. Una húmeda angustia le fue invadiendo, despacio, amorosa, lo envolvió, lo abrazó, le acarició los cabellos que destilaban las gotas salobres de su pasividad, con un beso le robó el aliento.
En el anhelo de la brisa de que tanto había leído de los escritores románticos, sintió que todo él estaba cambiando, de pronto sintió como su vientre hinchado por la malta le pesaba menos, como que la frescura deseada le llegaba junto con la luz intensa. Palmeras quietas, verde tupido, flamboyanes inmóviles, verde, brillante, verde barrera de la vista, verde… y atrás azul brillante… “Qué hermoso, vaya tranquilidad, esto sí es vida, ¿aah! Qué bien me siento, nada, todo tranquilo”.
Al momento en que el empleado del hotel, en medio de una lluvia pertinaz, mañanera, madrugadora, salió a poner la bandera roja en lugar visible de la playa, lo vio, ahí tirado en la arena, el agua dulce se empeñaba en limpiar el salitre nocturno, insistía en besarle la sonrisa de su rostro sereno.
Una… dos… tres… cuatro… cinco… seis… y la séptima se acercó a sus pies, lo quería alcanzar para llevárselo como una amante a su seno, pero solo le dejó el murmullo y una mota blanca que por unos segundos se adhirió a su pantalón.
Phillip H, Brubeck G.