La cita

La Cita

7:30 a.m.

Dios mío, todo lo que te pido es que llegue ya. Que como quedamos esté aquí veinte minutos antes de la salida del tren. Hasta me ofrecí a recogerle, o traer su maleta desde ayer, tras nuestra cita.

Pero ¡cómo…! Cómo iba a sacar una maleta de su casa un día antes…, la vería su mujer, o alguna de las hijas.

Siempre ocurren estas cosas cuando planeamos una de las que él llama “escapadas”. Pero la verdad, desde que le conozco, él es así. Ni siquiera tiene que ver con su casa, su mujer o sus hijos.

Me deja esperando, llega hasta el último momento. O no llega. Siempre pone los mismos pretextos, sus hijos, una junta en su oficina. A la mujer ni la menciona, pero en ocasiones en que quedamos de vernos y no llegó fue porque salió con ella. Una vez los descubrí en un restaurante. Los vi de lejos, cuando regresaba a casa cansada de esperarle en una esquina, cargando lo que sería nuestra cena de aniversario, botella de champagne incluida.

Fue entonces cuando quedamos en que ya no sería en una esquina donde le esperaría, sino en mi departamento. Pero ocurre lo mismo, se tarda horas en llegar. O llama para cancelar, que no puede salir de su oficina.

Y ahora, este viaje tan pensado, tan planeado. Cuando las cosas parecen ir mejor, cuando me aseguró que esta escapada era diferente. Que habló ya de manera definitiva con su mujer porque su vida es conmigo.

7:40 a.m.

Santa Madre de Dios, haz que ya llegue. Aquí estoy asomada a la ventanilla mirando a uno y otro lado pues no sé por dónde aparecerá. Recuerdo cuando las esperas eran esquineras cómo trataba de distinguir las placas de los carros que pasaban. Quién sabe cuántos me vieron así, o me tomaron por otra cosa.

Voy a repetir en mente el poema que nos gusta, cinco veces sin ver mi reloj y sin voltear hacia donde se encuentra el de la estación, a ver si antes aparece.

7:50 a.m.

…Te quiero en el sol y en la luz de vela
Cinco veces ya… y nada. No vendrá, no vendrá… Voy a bajarme, me pondré junto al kiosco de las revistas por si entra de ese lado y mirando para el otro.

Por suerte mi maleta es pequeña, pocas cosas en ella. Ya está, desciendo.

7:57 a.m.

Definitivamente no vendrá, ya empiezan a hacer señales los del tren. Volveré a casa sola, sola como siempre…, pero…, alguien baja las escaleras, escucho el ruido… No puede ser él, lo que suena son unos tacones femeninos…; alguien que sí viajará…

7:59 a.m.

Ya el silbato anuncia la partida. Pienso que si ahora llega le dejaré subir, que se vaya solo… porque esta no es vida…, pero ahí viene, apurado, un maletín en la mano izquierda, pues que se vaya solo, no le llamaré para que se quede y debamos esperar el tren próximo, aunque no sea expreso…

Me oculto un poco tras el puesto de periódicos, no vaya a verme; cuando el tren arranca le miro a lo lejos, correr a la puerta trasera del vagón que no abre y continuar para alcanzar la puerta delantera…, el tren agarra velocidad. No le detengo, que se vaya, que se vaya…, que aprenda…, desde aquí le veo brincar al escalón y resbalar, suelta la maleta y queda colgando de la manija con la mano derecha por un momento y termina soltándola también, que se vaya, que se vaya y me quede como recuerdo el estruendo de rieles, vagones y…

…su grito penetrante.

Mercedes Escamilla.
México.

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