Pétalos
A Maudy Vielma, quien marcó un antes y
un después en mi vida como educador,
pues con su partida hizo llorar
mi corazón de tristeza.
A los estudiantes caídos de manera injusta
y que una vez formaron parte del Liceo
“Andrés Eloy Blanco”,
dedico esta narración.
El día deslumbró con su presencia, y encantó la mirada del hombre que se dirigía a un grupo de niños y jóvenes… sentado sobre la banca de concreto:
—No sé cuándo fue la última vez que escuché tal historia —comentó–; pero sí, ocurrió —y dejó espacio para que el silencio hablara…
—¡Chamo…ve…, yo se lo dije, que no se metiera con eso…, ve… ¿Y ahora… qué vamos a hacer…? —Exclamó preocupado el muchacho.
—Pero yo no disparé; se me escapó; sólo quería ver la pis.., tocarla, y…
—¡Vámonos es lo que debe ser! Ahorita van a revisar los bolsos y… —gritó el otro chico, y caminó hacia la salida como si nada hubiera pasado.
Tiempo después, contaría a sus amigos cómo había ocurrido tal “accidente” —continuó el relator—, pero nada había cambiado….
Durante la noche, estuvo pensando en lo diferente que se sentiría luego de poseer un arma de guerra; sería más hombre, con más poder.
–Ahora me respetarán —dijo en voz alta—. Podría dominar la banda y ser el cabecilla, entregar los encargos y andar calle arriba y calle abajo, exhibiendo la razón de su grandeza.
Por fin, el sueño lo dominó y quedó profundamente dormido. En la mañana se levantó temprano, le pidió la bendición a su madre que todos los días se paraba a las 5 de la mañana a prepararle el desayuno y el almuerzo, antes de ir a trabajar.
—¿Y eso que se levantó tan temprano? —expresó la madre extrañada.
—Es que tengo clase a las 7 am., y no quiero llegar tarde; le prometí al Coordinador que estudiaría y no faltaría más…
Su madre se alegró; le parecía increíble escuchar aquello que tanto esperaba, y por lo cual llevaba años luchando.
—¡Gracias a Dios! —dijo, finalmente, y sonrió.
Fue el desayuno más rico que pudo haber saboreado en mucho tiempo. Se despidió, y él aprovechó para buscar el juguete que había guardado en el jardín; levantó la piedra que cubría el hueco y la extrajo de una bolsa plástica que la protegía de la humedad; la acarició, miró hacia los lados, y la metió en el morral.
— “En el liceo no revisan nada. Y ojalá a ese profesor que está pidiendo que eliminen el bolso tapao no se le ocurra insistir porque lo podría pasar mal, muy mal” —pensó—. Tampoco olvidó el perico ni el dinero para pagar el consumo de la semana, como siempre, cuando se presentaba la oportunidad en los baños o en otro lugar del espacioso liceo.
–Muchos quisieron ayudar, pero el temor y el miedo les hizo retroceder intempestivamente —agregó el hombre, mientras ojeaba un artículo de prensa donde se recordaba lo sucedido aquel fatídico lunes de febrero.
—Busquen por el lado de atrás profesor —dijo el estudiante mientras abandonaba el recinto junto a los demás compañeros luego de ser sometidos a una requisa por parte de las autoridades policiales.
–El lugar fue peinado por los funcionarios, las autoridades de la Institución, y sólo encontraron un viejo cartucho de una pistola calibre 38. Si existió el arma y los chicos la dejaron en el lugar luego de la detonación y alguien la tomó, no se sabe. Tampoco quienes se han preparado para resolver situaciones como las vividas aquella tarde, escaparon a la duda y el asombro de no poder dar con la solución al enigma. —expresó.
—Si tan sólo tuviera una pista para comenzar —pensaba el detective—, es tan difícil; jamás pensé que algo como esto pudiera ocurrir en un centro educativo nuestro.
Llevaba horas pensando y fumando; miraba hacia el jardín. De pronto comenzó a tronar y la lluvia se hizo presente.
“Así de terrible debe ser la noche para la familia de esa infeliz señorita” —pensó, una vez más, mientras corría la cortina y atendía el llamado de su esposa quien le insistía…
—¿Por qué no descansas y mañana con más calma analizas la situación?
—Eso es precisamente lo que me preocupa: la calma, con ella no lograremos nada. Ni siquiera los choros más… choros dicen saber algo. Hemos hablado con varios y dicen que no saben, que…. ¿No entiendo realmente qué pasó? Ni siquiera negociando con ellos, logramos pistas. ¡Dios que difícil! —Hizo una pausa— Pero tienes razón, mi amor, mañana será un nuevo día.
Era un día distinto al anterior: los enamorados deseaban alargar los momentos, convertir segundos en horas, en sueños, en… las sonrisas, hacer realidad lo dicho por el escritor hindú, alguna vez: tus sonrisas de hoy serán las tristezas del mañana —pensó el hombre en voz alta ante la mirada de quienes observaban con atención sin perder nada del relato.
El estudiante recorrió el trayecto. Por el camino se fue reuniendo con algunos compañeros que lo esperaban. El saludo de manos y brazos era una muestra efusiva de la amistad que los unía.
—¿La trajiste? —preguntó el más alto.
—Sí, pana —respondió sonriendo.
—¿Dónde está? —insistió, Ernesto.
—Aquí en el bolso —señaló colocando su mano derecha sobre el lugar destinado al depósito de libros y pertenencias individuales.
—Ok, ¿cuándo la usaremos? —intervino el más bajo del grupo.
—No sé, tenemos que esperar la orden. Pero hoy en la tarde, se la prestaré a Chari para que asuste a unos alzaditos que andan por ahí dándoselas de machos.
—¡Uy! mosca y se la pilla uno de esos profesores sapos que hay en el liceo porque…—agregó, Ernesto.
—Tranquilo, él sabe cómo esconderla —inquirió, Juan Pablo.
—¡Vámonos! —Agregó el más alto.
Había sonado el timbre, y grupos numerosos de estudiantes ingresaban al recinto para cumplir con el sagrado deber: estudiar; unos saludaban; otros, simplemente esperaban el llamado de atención por el corte de cabello, el uso de piercing, la camisa por fuera o el color del zapato que a lo mejor no era el apropiado, y no contaba con el pase respectivo para poder acceder a la institución. Carlos estaba nervioso, sudó gotas de angustia, y cuando le preguntaron qué le pasaba, simplemente respondió que se había echado agua en el cabello para quitarse la gomina, y el agua…
—¡Qué bueno, así debería hacer siempre!, —le respondió uno de los profesores de guardia.
Era época de carnaval, y el juego con agua entre los muchachos es frecuente y requiere de mucha atención por parte del profesorado y personal de la Institución.
La mañana transcurrió normal entre anécdotas, citas a coordinación, discusiones entre el personal, entre los estudiantes. Así la tarde hizo acto de presencia, y todo parecía marchar de la mejor manera: quejas, retardos, notas en los diarios. Se decidió hacer la reunión ordinaria para la planificación de las actividades del tercer lapso en uno de los pasillos, pues la queja de que estaban jugando con agua los estudiantes, especialmente, iba y venía. Los profesores de guardia revisaron los baños y hasta catearon los bolsos de algunos estudiantes para ver si cargaban bombas con agua.
—Profe cuidado porque si llevo un trabajo allí y se me daña —dijo uno.
—Ese será tu problema y no el mío. De cualquier manera su representante se preguntaría: ¿cómo llegó esa bomba allí y qué harías con ella?, ¿no crees? —respondió, el docente—. Y continuó requisando los bolsos sin meter la mano, simplemente ejercía presión sobre el morral a ver si ocurría algo, y nada pasó. Entonces se reincorporó a la actividad, que reinició sus labores hasta que la dieron por concluida, una vez que una docente les hizo la observación:
—Ustedes aquí reunidos y los muchachos jugando con agua por la parte de atrás, cerca de la dirección —expresó la docente, dejando escapar una sonrisa de sus labios.
Cada docente responsable de la jornada del día, retornó a su espacio. De pronto una tensa calma (demasiado silencio rodeó el lugar), pues todo parecía controlado. Los estudiantes habían buscado un lugar para llenar las bombas lejos de la vista de quienes estaban reunidos; lo que obligó a dar por concluida la reunión, y cada quien se dirigió a su cubículo o coordinación, subdirección.
—Usted disculpe señor, pero estábamos en reunión organizando las venideras actividades.
—No se preocupe profesor, como los vi ocupados decidí esperar.
Los baños, minutos antes habían sido revisados por los profesores, y sólo algunas muestras que los muchachos habían estado llenando bombas, era lo único que se observaba.
El tiempo se detuvo y la confusión envuelta en cruel pesadilla se apoderó de todo y de todos. Nadie podía creer lo que sucedía aquel aciago día, lunes 13 de febrero del 2006. Un ruido seco de un objeto como el que surge de separar un corcho de una botella rompió el extraño silencio y el aparente control de la situación. ¿Se sabía entonces lo que iba a ocurrir? ¿Y por eso hubo ese intervalo de paz, de silencio?
—Se cayó una estudiante de la segunda planta —dijo una docente, al momento que informaba al coordinador, quien escasos minutos antes se había sentado a atender a un representante que había estado esperando por él mientras se realizaba la reunión.
Los gritos rompieron el silencio, y la tragedia hizo presa de quienes estaban allí; el caos reinó, el mal había dado un zarposo, y el dolor sacudió con tal fuerza que aún vibra con furia en el recuerdo. Sangre corrió por el pasillo y el piso quedó impregnado de su dolor. La joven estudiante que minutos antes recorría el pasillo sonriendo y bromeando con sus compañeros, luego de finalizada la hora de clase, dio medio giro cual mejor actriz para simular el dolor y extraer el líquido de su traje para llevarlo a su boca y darse vuelta hacia el público sin que este pudiera ver el efecto de la escena, se diluía en el aire; pero no estaba actuando; tampoco lo era su gesto de dolor, su pedido de ayuda; menos el hálito de vida que dio la vuelta en torno a sí misma y se desplomó lentamente para no levantarse nunca del espacio frío y solitario, desprendiéndose con rabia e impotencia de su cuerpo, en medio de la mirada atónita de quienes fueron testigos mudos del macabro hecho, y la atención del docente que desesperado la tomaba de su rostro y cabeza para evitar que se ahogara con la sangre que corría desesperada por cuanto orificio podía hasta llegar al piso.
—¡Qué caída ni que ocho cuartos, Profesor! —Gritó uno de los compañeros de trabajo, y señaló hacia uno de los salones—. ¡Fue una bala, mire ahí está!
En efecto, el proyectil había atravesado el juvenil cuerpo, rompió el vidrio de una de las ventanas y cayó cerca del pizarrón. ¡Aquí todo cambió! El terror fue peor, el miedo se apoderó de la situación, y el llamado a los bomberos fue de inmediato, pero nada salvaría a aquel ser extraordinario que dejó de respirar por última vez en el lugar donde se suponía estaría más seguro. Minutos después, el llanto confundido con dolor era la mejor expresión de cuánto ser existía. La policía llegó y resguardó la escena del crimen, levantó el cadáver que había sido cubierto con una chaqueta de cuero; pero el recuerdo quedó allí para siempre; también se llevó la bala 9 milímetros que segó la útil vida de la estudiante. La comunidad se agolpó a pedir que le entregáramos sus hijos, insultos no faltaron… Algo había cambiado.
El hombre de pronto quedó sin voz, y una vez más parecía lejos del lugar que lo rodeaba de seres inquietos por conocer lo ocurrido. Una pequeña, se acercó al cuentacuentos y le habló en el oído.
—¿Qué pasó? Termina de contar la historia, sí, queremos saber ¿qué pasó?
Él reaccionó como empujado por una energía inocente que lo hizo volver al momento, miró a la infanta, sonrió y continuó.
“La bala fue disparada desde las afueras del liceo”, diría la prensa escrita, al día siguiente.
—Alguna bala perdida, a lo mejor —comentó una señora.
—Peleas de bandas, seguramente —opinó otra, quien lloraba intensamente y pedía a gritos que le entregaran a su hijo.
El jefe educativo de una de las instituciones rectoras de la educación en el Estado bolivariano de Mérida, elevó la voz y exclamó:
“¡A partir de hoy queda eliminado el uso del bolso cerrado!”
Los presentes aplaudieron.
También anunció la llegada de orientadores y un plan de seguridad que comenzaría a implementarse de inmediato, —agregó el otro jefe (de la policía), quien, por cierto, décadas atrás había egresado de allí como bachiller.
Ambos no volverían al liceo, ni los planes se concretarían en favor de la institución (excepto la llegada de un grupo de orientadores que mucho ha aportado al emblemático centro educativo de la comunidad). El populismo hacía su trabajo; pero tarde, muy tarde; el mal estaba hecho. Tuvo que haberse decretado aquel día cuando se propuso, pero hubo quienes se opusieron. Sin embargo, ellos no escaparían al dolor y a la tragedia que envolvió al sitio de estudio.
—¡Usted es un visionario…Sabía lo que iba a pasar! —le dijo el docente que había intentado devolver a la vida a la víctima—. El hombre simplemente lo miró y permaneció callado mientras continuaba la asamblea.
Desde entonces el tiempo vuela en busca de respuestas, de olvido; pero es una tarea imposible: la vida es inolvidable. Un año después, el recuerdo los unía para exigir a los organismos competentes que retomaran el caso, y dieran respuesta. En efecto las autoridades se avocaron al caso, y trajeron a los dos especialistas en balística del país (con sede en San Cristóbal). Luego de revisar de nuevo los hechos, concluyeron que el disparo procedió desde un área de 20 metros, y fue hecho desde el interior del liceo; desde la cantina o los baños. Esto sólo significaba que las sospechas eran ciertas, el asesino estaba dentro del plantel y queriendo o no accionó el arma.
—¿Pero cuál sería la causa? ¿Para quién sería esa bala? ¿Quién pudo haberla matado? —Se preguntó un joven que levantó su mano para intervenir.
—Una versión —respondió el hombre— es que la bala iba dirigida a otro estudiante, y un movimiento inesperado de la víctima hizo que esta la alcanzara.
—Otra versión señala —continuó— es que el disparo era para un profesor, pero tal persona ni siquiera estaba en el plantel al momento de ocurrido el hecho.
—Finalmente, que una amiga celosa le habría pagado a alguien para que la matara.
—¿Cuál es la cierta? —insistió la infanta.
—No sé, lo que si les puedo contar es que…
El hombre tomó la flor y lentamente comenzó a deshojarla sin dejar de contar el relato, dando a cada niño y joven un trozo de su piel, cual creador…
Carlos, se sentó en la acera y lloró un rato, un largo rato. Jamás pensó que el arma que él llevó al liceo causara la muerte de alguien.
—Yo no la disparé, no la disparé —les decía a sus amigos—. Me iré del liceo…
—Pero la llevaste pana, si no lo hubieses hecho, nada habría pasado. Cómo se le ocurrió haber disparado “sin querer” una pistola nueve milímetros —agregó el estudiante, ante la mirada de sus amigos, quienes simplemente se limitaron a observarlo mientras se levantaba y alejaba del lugar… dejando tras sí una estela de llanto y dolor que se dibujó en lo alto de la sierra que oscureció temprano para no ver lo que ocurría a una de sus flores… a uno de sus pétalos de vida que había caído para siempre sin haber dicho las palabras mágicas: me quiere… no me quiere….me…
Tulio Aníbal Rojas.