UN ÁNGEL MÁS.
Felipillo se quedó dormido con la inocencia de todos los niños. Su sonrisa apacible me dice tantas cosas bonitas de cuanto ha ido descubriendo asombro tras asombro, con las constantes preguntas de lo que es y hay en el mundo.
El semblante sereno me dice que está jugando con los angelitos, ellos tienen mucho aviones y carros para pasearse por entre las nubes que forman gigantescas montañas y carreteras siempre cambiantes, y retozan en el cielo azul sin cansarse jamás.
Mi padre Dios lo está cuidando porque a Él le gustan mucho los niños por su espíritu limpio, carente de toda malicia.
Con la faz tranquila permanece soñando con el helado de fresa que le regaló su papá; con los besos y caricias que le dio su mamá junto con la bendición a la hora de acostarse; con su hermano mayor que vela por él; y con el hermanito pequeño que está en la cuna.
Los querubines son sus ayudantes y compañeros de viaje, mientras dirige la nave en la gran aventura intergaláctica, uno está en los tableros de control vigilando los radares y la gran cantidad de relojes de inquietas agujas; otro es el copiloto; el que revisa las cartas de navegación está en su lugar; toda la tripulación diligente desempeña su cargo, como lo vio en las caricaturas de la televisión, porque él también es un angelito. Su risa se escucha por todos los rincones del universo, dominando el ambiente con su bulliciosa presencia, para revivir en mí la alegría de la infancia que hace muchos años dejé atrás.
Felipillo se quedó dormido con su agradable sonrisa después de tanto corretear, y discúlpenme, no puedo controlar mis lágrimas al recordar sus grandes ojos y su pelo cortito, porque ya no lo voy a ver más.
Dos años y unos meses tenía por edad, hacía poco lo tuve entre mis brazos festejando su cumpleaños en aquel salón infantil, con los cachetes llenos del betún de tan rico pastel y las manos enmeladas por los dulces.
Ya no sabrá más del dolor; así me lo dice su rostro, pues esa enfermedad se lo fue comiendo por dentro casi desde que nació, a pesar de las medicinas, la bomba de cobalto y las oraciones de todos cuantos lo conocimos.
Sé que es tonto ponerme a llorar, mas no lo puedo evitar. Ahora me hacen falta sus innumerables preguntas sobre papá Diosito cuando estábamos en el templo, con el hablar entrecortado de quien no ha podido, como es natural, dominar el lenguaje; así como sus gritos alegres y su brincar por toda la casa.
Cuando estoy en la oficina trabajando, aún lo veo querer meter en la computadora una tarjeta de cartón para que prenda la pantalla luminosa, apachurrando el teclado con idioma infantil.
Yo debiera estar sereno porque el dolor del cáncer ya lo dejó de atosigar; ahora es un angelito que vigila mi actuar, ya que nunca pudo comprender lo que era un pecado, al no haberlo cometido jamás.
Felipillo se quedó dormido tras de cumplir con su misión, dándonos el ejemplo de aceptar la enfermedad sin dejarse doblegar. En su tierna edad, fue más fuerte que yo porque no he sido capaz de aceptar todavía su ausencia física, a pesar de saber que el día final con Cristo va a resucitar.
Adiós Felipillo, enséñame a cada instante, al recordarte, que debo reír como lo haces tú con los ángeles.
Phillip H. Brubeck G.
México.