Un instante
Dando una clase de vida:
Solo una fábula, decían los entendidos del amor o la vida cerrando heridas con alcohol, el odio, el amor que sentimientos más nefastos en el ser humano, de qué nos sirven si el tiempo del hombre pasa a pasos agigantados frente a nosotros y la IA confunde con los miles de recursos que tiene en su memoria, creada por el hombre ¿para alivianar la tarea?, o lograr que el hombre sea desplazado al lugar que corresponde, “la decadencia”, legítima o ilegítima para nosotros mismos…
Revelamos la energía cuántica, la estamos aprendiendo, lo que descubrimos, no queremos que se aprenda a utilizar. Desde tiempos inmemoriales existen los chacras y el Ying y el Yang y su desarrollo individual en conexión con el universo circundante tomando la vasta creación de la naturaleza en los sentidos.
Abriendo mis ojos, con unas fuertes luces blancas sobre mi rostro, con un dolor enorme en mi cabeza, me encuentro en una sala con largas cortinas con argollas, detrás se sentían voces de diferentes personas…
Miro mis manos, las llevo a mi rostro para saber qué había pasado, sin embargo no me pude incorporar de un momento a otro, sentía que todo a mi alrededor me daba vueltas y no reconocía nada, cuando conseguí incorporarme, no logré reconocer a la persona que estaba en ese reflejo que aparecía en el espejo.
De pronto, corrieron la cortina y apareció una señorita vestida con una tenida de un color que no conozco, su rostro cubierto con una mascarilla, me dijo:
–Señor, por favor siéntese, está delicada su salud, ¿recuerda algo de lo que le sucedió y por qué esta aquí?
–No recuerdo –le dije llevándome nuevamente las manos a mi cabeza con un intenso dolor, lo único es que en ese instante me dolía mucho y no sabía quién era…
La señorita en uniforme me dijo que había dos personas que me habían traído a ese recinto hospitalario y estaban esperándome.
¿Qué podía responder?, solo encogerme de hombros, asentir con mi cabeza y seguir a esa hermosa dama que me guiaba a un salón donde se encontraban muchos asientos y dos personas que no reconocí.
-Maestro, maestro, se golpeó muy fuerte la cabeza con el pódium, se desmayó cuando hablaba.
Los miré y les pregunté:
–¿Quiénes son ustedes, me conocen?
–Si maestro, usted es el profesor que dicta la clase de Entender.
–¿Recuerda donde vive?
–La verdad es que no me acuerdo de nada y son muy amables al llevarme a mi hogar.
La noche comenzaba a llegar, un manto de espesura, en el cual se da cuenta que es cálido y moja con la bruma que deja caer, como si quisiera ocultar la salida del maestro del centro asistencial…
Llegamos a mi casa. Mis alumnos tal como ellos me lo indicaron en el camino, me dejaron más confundido que antes. Miro los diplomas, cuadros, títulos, fotografías de ese cuarto y no reconozco nada, donde ¿parece que trabajo?
Pasando suavemente la mano sobre los muebles, sin poder entender que sucedía…
En el cuarto contiguo una sala con un sillón de respaldar alto, su color avellanado me llamó la atención, tenía una lámpara de pie y una sutil mesa ovalada, rodeada por una gran biblioteca, con libros de distintos tamaños y colores, unos aterciopelados y otros de cuero, enciclopedias y libros de bolsillo también.
Con sus cortinas fucsia, dos hermosas ventanas daban una vista del exterior de mi casa, por donde podía apreciar que el mal tiempo se avecinaba, debido a los relámpagos seguidos del juego de bolos que hacen en el cielo, cada vez que los duendes salen a jugar con los rayos en la tormenta desatada.
Fui a la cocina y me preparé un chocolate caliente y algo para merendar, encontré en el refrigerador una nota que decía:
“Don Alex, espero que esté mejor cuando lea esta nota, le he dejado la comida preparada en el horno para que se la sirva caliente, nos vemos por la mañana.
Atte. Leonor.”
En ese instante quería un sándwich y una taza de algo caliente para reponerme. Fui a descansar, a la biblioteca, al sentarme vi la calidez de una llama con los leños crujiendo y ardiendo, estos se encontraban puestos dentro de aquella chimenea hecha de piedra, en uno de los costados del diván, una mesita ratona con una manta y al frente un posa pies, comenzaba a rugir el viento que traía el aguacero, me sentía adormilado así es que me acurruqué con ese dolor de cabeza y sabiendo que me llamaba Alex…
De pronto un fuerte trueno me despertó. ¡No sabía dónde me encontraba!, todo me parecía extraño, resultaba ser otra persona, como si fuera una unión con el universo, sentía el silencio del amor, el murmullo de las flores que aman, dando esa mirada interpretativa ¿Quién soy y que hago aquí? Con la suavidad de la brisa cálida emanada de la chimenea.
Pestañeé un instante.
La lluvia no moja, me transformo en parte de ella, se siente una experiencia diferente y la energía que se va entregando y recibiendo es una carga de batería para mis sentidos, percibo dentro de mí un desplazamiento de Amor que se funde con el creador para dar nuevo paso a la vida, que todos conocemos, pero pocos valoramos, ¿cómo puedo saber esto?, solo sé que me llamo Alex…
Siento un estruendo…
–Buenos días como ha amanecido hoy don David.
–¿Bien Leonor y usted?
–Muy bien gracias, excepto, por este aguacero que no estaba pronosticado.
–Así es, Leonor, he tenido un sueño, en el cual sufría un accidente dando clase y perdí la memoria, cuando la recuperé en mi sueño me llamaba Alex.
–Doctor usted lee muchas novelas y todos esos libros de su profesión, hace que se vuelva su imaginación más imaginativa, debió haber sido escritor.
–No tengo tiempo, bien, Leonor, que tenga buen día, se va en cuanto termine, no quiero darle una receta médica para el resfrío.
-Que tenga buen día don David, al doctor le hace falta una mujer.
René Julio Milla Auger.