Zapato de amor

Zapato de amor

A quienes se encargan de resolver
asuntos de guerra.

El Maestro llegó al lugar siguiendo las instrucciones de la empresa inmobiliaria. La casa estaba ubicada en una hermosa zona residencial y debía ser remodelada para convertirla en la sede de una importante empresa local de telecomunicaciones. Mientras se desplazaba por su interior, recreó su mirada por los escombros que aún “decoraban” la mansión, y se detuvo en el pasillo principal, donde curiosamente un zapato de color blanco tirado en el piso llamó su atención; se acercó, observó que era de dama, su medio lazo, le indicó la elegancia de su portadora. Lo tomó y de manera inexplicable sintió que algo parecido a una descarga eléctrica recorría su cuerpo.

El hombre —amante de las cosas que encontraba y llamaban su atención —, lo guardó entre los objetos especiales de colección; esta pieza era especial: representaba algo más que una prenda, y sin saber por qué, le decía que debía conservarla. Continuó recorriendo la casa, o mejor lo que quedaba de ella. “Perteneció a una importante familia” —leyó El Maestro en una placa que todavía podía observarse en la entrada—. Había sido vendida a un consorcio, pero lamentablemente no fue necesario hacerle tantos cambios gracias a los aviones de combate. Los pisos están hechos con el mejor mosaico antiguo —dijo—, debe haber sido construida a comienzos del siglo pasado. Pero había cedido ante el bombardeo incesante del bando enemigo en su afán de conquistar la ciudad.

Sin embargo, lo que más le había llamado su atención había sido el calzado sobre el piso de corte clásico, que resaltaba motivos de estrellas y líneas entrecruzadas. Muchas preguntas resonaron en su mente: ¿La dama habría resultado herida durante el bombardeo, seguramente, habría muerto? Un herido o muerto siempre deja un za..pa..to… —reflexionó—¿Por qué? ¿Qué le impulsaba a preocuparse por un detalle cómo ese? Sólo era el empleado responsable de entregar el espacio listo para el funcionamiento de la empresa que, según los dueños, traería desarrollo y progreso a la región.

A lo mejor la dama resultó herida mientras caminaba por la casa, sorprendida por el cruel destino que la desapareció por siempre. Pero, ¿quién era ella? Cuando llegó el momento del descanso, recorrió el espacio que daba al corredor y se encontró con una habitación lujosa por el decorado que aún conservaba motivos (pinturas) hechas en la pared, algunas intactas; otras, habían perdido el encanto, la belleza, y sólo dejaban ver restos de un arte maravilloso. “Lo que hace la guerra” —susurró.

La hermosa casa tendría que haber sido muy hermosa a juzgar por las fotos que meses antes había observado en la revista; pero ahora él estaba moviéndose entre montones de escombros causados por el rigor de las bombas y los combates. Caminó de lado a lado buscando pistas que le ayudaran a aclarar sus dudas; observó que todavía había cosas debajo de los restos. Perplejo se mantuvo inerte ante lo que describía como la razón de la existencia de esa persona. “Seguramente habría venido a buscar algo, desobedeciendo la orden de abandonar la casa ante el sonido de la alarma, y lamentablemente perdió la vida” —pensaba una y otra vez en esa posibilidad.

Con dificultad, levantó un trozo de madera —cubierto del mismo polvo del infierno que por un instante lo hizo cerrar sus ojos— y encontró lo que buscaba: la foto de una mujer en un retablo; coincidía con una de las pinturas.

—¡Es ella! —gritó—. Además de hermosa, era muy joven —concluyó—. Hizo una pausa, luego sintió una vez más la daga de sus pensamientos: “a lo mejor la dama en su deseo por salvar su vida, había corrido y olvidado uno de sus zapatos, y…”

— “Sr., mi zapato, es mi zapato, regresé a…”.

—Yo, este, vieron eso —preguntó sorprendido, El Maestro—, volteando de súbito hacia el lugar desde donde provenía la voz.

—¿Qué? —inquirió uno de quienes lo acompañaban en la conversación sobre el proyecto.

—La mujer, perdón, la dama, es ella, la… —expresó—. Todos voltearon, pero no vieron a nadie.

Ella insistió: –“Es un recuerdo muy especial”.

—¿La vieron? —volvió a interrumpir el hombre.

—“Mi padre lo hizo, especialmente para mi día de bodas, lleva la marca, creada por él hace más de un siglo”.

—Estás loco, amigo —agregó otro—. Desde que llegamos y encontró ese bendito zapato no hace más que hablar de…

Pronto su alrededor no era más que un ambiente envuelto en vestigios de soledad. La mujer ya no estaba, parecía que sólo se había dirigido a él… Cuando limpiaron el pasillo, no sólo estaba pendiente que no dañaran el piso sino que pensaba en la dama del zapato blanco. Decidió, entonces, colocar el objeto en el mismo lugar, para observar qué pasaría…

Minutos después, y sin perder de vista la razón de sus días más extraños en la mansión, vio como una figura elegante se paseaba frente a él, llevando en sus manos un bello ramo de flores. Él sonrió para corresponder al gesto de la dama, quien lentamente se inclinó, calzó la prenda y continuó su camino hasta desaparecer por el largo sendero que conducía a la habitación.

—¡Buen día! —escuchó con determinación a su espalda, y unas manos fuertes que con rudeza rozaron su hombro.

—Te asusté —dijo el hombre—, discúlpame, ¿estás bien? —preguntó.

—Sí, sí —respondió.

—Entonces por qué estás pálido, con ojos de huevo frito, brotados, jajajaja, pareces como si hubieras visto un fantasma.

—¡Fantasma! —expresó, El Maestro—. No, nada, nada, es que yo… —y señaló hacia el piso—. Luego reaccionó.

—Olvídalo, vamos, tenemos mucho por hacer, y el tiempo para entregar la obra se acorta cada vez más.

Desde aquél día, para El Maestro siempre hubo un ser que lo saludaba y recibía con una encantadora sonrisa porque le cuidó y devolvió su zapato de boda, su zapato de amor.

Tulio Aníbal Rojas.

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