Lágrimas del cielo

Lágrimas del cielo

Hoy me atreví a visitar tu tumba,
después de muchos días, de muchos años.
Están los dos juntos uno al lado del otro,
el ataúd de madera debajo de la tierra.

En cada una de sus lápidas se lee la dedicatoria:
A mi amada esposa, la que nunca dejé de amar.
Eso dice la tuya, madre mía.
La de él dice querido padre, solo eso.
Ustedes tienen tiempo juntos, deben hablar y
conversar sobre mí que sigo aquí, solo,
sin ustedes, pero amándolos más que antes.

Qué ironía, cuando pude no lo hice
cuando los tenía para abrazarlos
me distanciaba y me alejaba
para hacerlos sentir el frío del espacio.

Y hoy cuando quiero hacerlo solo hay
un espacio vacío tan gigante como
el mismo cielo, solo lágrimas,
llenas de amor recorren mi rostro.

Y mi hermano con ustedes, qué envidia
puede abrazarlos mientras que yo
solo los extraño.
Mi corazón palpita lento y callado
cuando estoy frente a ustedes
con unas rosas en las manos.

Perdónenme los tres, los extraño.
Ya les perdoné por las ausencias
por los engaños y por la soledad
de aquellos años de niñez feliz y
de aquellos días de juventud pérdida
entre las copas y el insomnio
del amanecer con los ojos abiertos
viendo la noche llegar e irse mientras
seguía bebiendo y llorando.

Aquella noche de monstruos que venían
a arrancarme la carne y sacarme la sangre
no los encontraba a ustedes, no los veía cerca.
Era un niño grande gritando, pidiendo ayuda
pero en el espacio vacío del cielo sólo las
lágrimas caían en él mojándolo.
Grito de dolor pues se llevan mis brazos
y mi sangre corre dejando un charco,
dejando el camino por donde me llevan
a esconderme de mi alma y llaman
a la muerte para que venga a llevarme
lejos de ustedes como hacía yo antes.

De verlos venir, todas las noches de
insomnio y quebranto.
Lágrimas del cielo caen sobre mí
en aquella cama solitaria en ese cuarto
blanco, solo con mi alma y mi vida
sin alcohol ni compañía.

Desnuda mi alma quebrada ya no
te llama madre, padre ni hermano
Vengan por mí, ayúdenme en mi quebranto
estoy solo y perdido como cuando dejé
de ser niño y me convertí en hombre
sin saber dónde estaba, sin saber a dónde ir
qué pena que los hijos se pierdan,
qué pena que los padres no vean
cómo caen las lágrimas del cielo
que caen sobre mi regazo.

Qué pena que no vea caer
las lágrimas del cielo sobre mí,
las lágrimas de mi padre y madre
por lo que hice con su hijo, hundirlo en llanto.

Pero hoy el que los ve acostados sobre la tierra
con el ramo de rosas en las manos es otro
es el nuevo hijo que en paz
viene a decirles que ya no lloro ni bebo
que ya no veo los monstruos que me buscan
que ya nos los escucho, ni su acecho sobre mí.
Me he encontrado y unido las piezas
en armonioso balance
mi niñez feliz y mi juventud pérdida
con la madurez de mis años de adulto.

Con la voluntad de ser mejor día a día
para ver caer lágrimas del cielo
sobre mi cabeza porque ustedes
que están en el cielo felices
han visto mi avance y orgullosos
dejan caer sus lágrimas del cielo
sobre mi cabeza y mis brazos
en amoroso gesto de encuentro.

Ahora sé que cuando llegue
a ese sitio donde están me abrazarán
felices por estar juntos y entonces
las lágrimas del cielo caerán
como lluvia fresca sobre el campo
felices los cuatro por amarnos,
felices los cuatro por perdonarnos.

Mary Agnes Vega.

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