Mi café
Negro de sudor y sangre
esclavos de negros
negro de la tierra negra de África negra
Él puede oler el perfume
humo de las arcillas
de Libreville, de Malabo,
desde Ongola, desde Ouesso…
Emite el humo del monzón
de Gorée, de Cabinda
de Korogo, de Bimbia…
Penetra el corazón como un grito en la noche
frijoles crujientes que están calientes
inaudito de la brutalidad en Torres
por ahí en las plantaciones
desde Santo Domingo hasta Fort de France,
en los terrenos de la Granma…
La caña negra le dio azúcar blanca
quién se derrite en la cerveza oscura
y dando golosinas
en el Palacio de Fine Gourmet
El sudor y la sangre
del esclavo negro de África negra
se han convertido en una cerveza apetecible
en algún tipo de asimilación
recíproco, difícil saber dónde fue el azúcar blanco
¡Sabemos que está en café solo!
Y el exquisito trono de mezcla en todas las mesas
y es invitado e impuesto a todos
tener poder por calidad, sometido
círculos de necesidades energéticas inexpresables
de Manhattan a Mumbai
París al Cabo hacia Sydney.
Mi café está sonando la campana
rebelión dulce pero irreversible
¿Quién pondrá fin a la hipocresía y la desgracia?
De un pueblo de cuya ignorancia
tengo cebra de vuelta, estómago, mente, alma
en los campos de la humillación.
lejos de su tierra por temporadas interminables
Arriba como una virgen
haciendo espacio en los puestos
dioses de ambos aquí y en todas partes
y cada vez que viene una camarera, negra o rubia
y casi está soplando en tu oído:
«¿Café, señor?”
¡Huele el perfume de mis antepasados!
Paul Atangana Atangana.
