My dear Leidy
Hoy, por fin,
probé el sabor de la magia.
Mis latidos aceleraban,
y tú, timoratamente, volteabas la sonrisa.
¿Es posible una vida juntos?
No quiero saber la respuesta clara, no hoy que escribo esto.
Tú, tan distante, y yo,
un juglar sin historia que cantar.
“Mi dama”, expresión grata a mis labios,
impronunciable a mi voz.
Rostro alegre de mirada caída,
déjame contemplarte preguntándome:
¿Qué pasaría si nos viéramos a solas?
Somos como las islas Diómedes,
tiempo y espacio, diferentes en una coyuntura.
Mi llama empieza a parvificar,
y tu llama, brilla con más intensidad.
Tirito al estar cerca de ti.
¿Qué poder tienes sobre mí,
que, con delicadeza,
al pronunciar una palabra,
me haces ser yo?
Alma nocturna de ojos oscuros.
Farol de un viaje sin timón.
Gota de agua en el océano inmenso.
Nido de un desastre natural.
Te han llamado; corrupción del pecado,
que ciñe al hombre con la sirena.
Sonido del oro que, cantando hoy,
silva en el verano sobre las milpas.
Los cruceros pasados, sin razón alguna,
te hicieron un monstruo, con corazón de niño,
tímido, inocente, sin mancha,
que ahuyenta todo por una razón: la desconfianza.
El tiempo es nuestro enemigo.
Los años un delito.
La distancia un castigo.
Nuestro amor un contrato sin firmar.
Cándido ante el rizoma del olvido,
que, con sus juegos simples,
complica la tierra,
generando caminos confusos sin saberlo.
Mi Leidy,
si supieras…
Si supieras lo que grito en el silencio
dejarías que tu sol disipara mi lluvia.
Lo pregunto una vez,
seguro de su única oportunidad,
desde mi ser consciente,
sin vestigio del líquido del valor cobarde.
Conozco la respuesta.
No, no rindo tributo al dolor.
Te logré ver nuevamente
y camino al término de nuestra coyuntura.
Cuatro años me tomó
para ilusionar a mi alma.
Una semana me hizo entender;
soltar es crecer en el amor.
Gabriel Eduardo Ávalos Vales.