ESTIGMA
El hambre
ha emigrado a la montaña.
O tal vez
nunca ha salido de ahí.
Duele.
Porque la vida se denigra
al compás
de una dádiva que ofende.
Porque el dolor
en sí mismo es una mueca,
porque es
ancestral penitencia.
Duele.
Porque se oye. No se escucha.
Porque se ve. No se mira.
Porque se habla. No se actúa.
Anochece
en las etnias
para siempre,
lo ha predicho el profeta del olvido.
Nada cambia.
En los balcones del poder,
obscena se retuerce
la sierpe venal del discurso florecido,
sobre la comba gris
de un hambre con sollozos taciturnos.
Duele.
Nada cambia.
Pordioseros de esperanza,
allá.
Acá,
hombres vacuos, de paja.
Aquí,
un verso destrozado.
José Humberto López Medrano.