SI UNO SE CAE, TODOS NOS CAEMOS.
(Sobre una fotografía de Laura Huertas)
Temieron la caída por instinto,
y confiaron en grutas insondables
para resucitar a su silencio.
Amaban los espacios enlazados
por culto hacia las trenzas sibilinas
de las piedras ancianas.
Así se imaginaron escultores
estos canteros bruscos
que querían domar a los contornos.
Nadie sabe del daño del desplome
porque cualquier desgracia
tiene el fondo del cuarto de las muertes,
y el tiempo se parece a una cárcel.
Por eso, cultivaron escalones
de líquen silencioso
y humedad exclusiva.
Para que tengan aire de memoria.
Y sostener ufanos que estuvimos
en todas las alturas de las torres.
Fernando Fiestas.