EL ESPÍRITU NAVIDEÑO.
Es diciembre, el espíritu navideño exulta en la población en general; hace bullir los mejores sentimientos y valores de las personas: la bondad, la reconciliación, la hospitalidad. La gente habla de compartir los bienes materiales y espirituales, de amor, de paz y felicidad.
No es de extrañar este comportamiento, pues la filosofía que brota de la natividad de Jesús en Belén es la parte más tierna y emotiva del cristianismo, derivado fundamentalmente de la promesa del mesías, la esperanza de una vida mejor; se desprende de la contemplación de la inocencia del recién nacido; del cuidado materno sobre el neonato y los pensamientos que produce en la madre; la satisfacción del padre al ver la continuación de su estirpe; la alegría de los familiares y amigos, quienes hacen votos de buenos augurios para el recién nacido y le presentan regalos.
Sin embargo, a otras personas no les gusta mucho esta temporada, pues es símbolo del mercantilismo, los comerciantes lo han deformado todo y solo piensan en estimular el consumismo, las compras, para incrementar sus ganancias: compra para regalar, regálate cosas, la alegría está en la acumulación de bienes materiales. Es temporada también para la disipación, las fiestas diarias con el consumo desmedido de alimentos y bebidas alcohólicas, así como otros excesos. Por estas razones, para otro grupo de personas la Navidad está llena de hipocresía.
Otros piensan que este espíritu no debe florecer nada más en la temporada de Navidad, es conveniente permanezca en los corazones de la gente durante todo el año.
Efectivamente, estos últimos tienen razón, debemos aprender a vivir como buenos cristianos en todo momento, eso lo encomienda Jesús a lo largo de los cuatro evangelios y lo recalcan constantemente los apóstoles en sus cartas.
Podemos repasar el significado de cada uno de los hechos relacionados con el nacimiento de Jesús, para de esta manera aplicarlo a nuestra vida.
Durante el Adviento tenemos en primer lugar la respuesta de la virgen María con ese sí lleno de fe, de entrega, ante el misterio de la concepción. A su vez, la aceptación de San José de un hijo que carnalmente no era suyo. Es la disposición que debemos tener todos de aceptar con fe, con alegría, confiados, la voluntad de Dios, de seguir los caminos que nos señala, aunque a veces no los comprendamos, o no sean de nuestro completo agrado.
En el tiempo de Adviento, de la espera, resalta la visita que hace la virgen María a su prima Isabel. Nos habla de compartir la alegría de la vida en familia, representada en ese encuentro de las dos mujeres embarazadas, pero a la vez, es imagen de ese espíritu de ayuda mutua que debemos tener unos con otros, y mucho más en el seno de las familias de manera extensa, abriendo los círculos de las relaciones humanas, siempre atentos a apoyar de acuerdo con las posibilidades de cada quien, y en especial con nuestra presencia, el buen consejo y las buenas acciones.
La noche de la natividad tiene muchos símbolos. Por ejemplo la angustia que ha de haber sentido San José para encontrar un alojamiento, el parto era inminente y no tenían un lugar dónde hospedarse. Cuantas veces nos hemos sentido así, atosigados por algún problema grave de salud, emocional, familiar o económico. El santo carpintero nos enseñó así a no desistir en medio de la oscuridad de los sucesos adversos, pues como dice el dicho: “Dios aprieta pero no ahorca”, y a final de cuentas, tal como señaló Abraham: “Dios proveerá”. En las situaciones difíciles debemos confiar en Dios, al mismo tiempo de seguir haciendo todo cuanto nos corresponde para salir de esa situación.
Siempre ha sido ponderada la situación de pobreza del lugar del nacimiento: una gruta con funciones de establo. Un Dios que se anonada. Se resalta la humildad que debemos tener en las relaciones con quienes nos rodean, hacer a un lado la soberbia que implica la superioridad en la posición social, intelectual, económica o política, frente a quienes en estos órdenes se encuentran en niveles inferiores. La humildad nos ayuda a comprender mejor a los demás.
La estrella de Belén nos recuerda que podemos ser luz en la oscuridad para guiar a otros en el camino de la vida, como lo hacemos con nuestros hijos cuando se sienten desesperados al no encontrar la solución a los problemas que se les presentan; es el consejo, la palabra de aliento, la caricia, el abrazo, la compañía silenciosa, que de una manera u otra nos va señalando el camino a seguir.
Los pastores con sus regalos, nos recuerdan que no se necesita la profusión de bienes materiales para compartir lo poco o mucho que se tiene. Parece ironía del destino, pero en la práctica vemos cómo esas personas que menos tienen, por regla general son los más solidarios, quienes con mejor voluntad le dan un pan al hambriento o una monedita. Siempre tenemos algo para ayudar a remediar las necesidades de nuestro prójimo.
San Pablo nos exhorta a dejar nacer en nosotros el hombre nuevo, es decir, dejar que Jesús nazca en nosotros, crezca en nuestro interior, guíe nuestros actos, pensamientos y sentimientos, y como lo precisa el apóstol Santiago, nuestra fe debe estar marcada por nuestras acciones de amor, de imitación a Cristo.
Festejemos la Navidad todos los días, con esa actitud de amor, de alegría, confianza, solidaridad.
¡Feliz Navidad a todos!
Phillip H. Brubeck G.