PERDONA NUESTRAS OFENSAS, CONCÉDENOS LA PAZ.
“Perdona nuestras ofensas, concédenos la paz”, es el título del mensaje del Papa Francisco para la LVII Jornada Mundial de la Paz, en el cual se dirige fundamentalmente a las personas que se sienten postradas por su propia condición existencial, condenadas por sus propios errores, aplastados por el juicio de los otros, y ya no logran divisar ninguna perspectiva para su propia vida.
Hace una exhortación para que escuchemos “el grito desesperado de auxilio” de todas aquellas personas que sufren de una u otra manera, de tal modo que trabajemos para “romper las cadenas de la injusticia” que los mantienen postrados y hasta cierto punto hemos normalizado con nuestras actitudes pasivas, convirtiéndolas en “estructuras de pecado”.
Tomando como punto de partida las palabras del Padre Nuestro: «perdona nuestras ofensas, como también perdonamos a los que nos ofenden», precisa que “bastaría detenerse un momento, al inicio de este año, y pensar en la gracia con la que [Dios] cada vez perdona nuestros pecados y condona todas nuestras deudas, para que nuestro corazón se inunde de esperanza y de paz.”
De la misma manera, “para perdonar una ofensa a los demás y darles esperanza es necesario, en efecto, que la propia vida esté llena de esa misma esperanza que llega a la misericordia de Dios.” Es la esperanza cimentada en la fe, en la certeza de la misericordia de Dios, en su amor infinito que perdona nuestros pecados, que nos concede esas mismas virtudes para que perdonemos a los que nos ofenden.
En el trabajo por la paz del mundo, el Papa Francisco, propone tres acciones: a) La condonación de la deuda externa de los países pobres, acompañado de un nuevo esquema de desarrollo fundado en la solidaridad y la armonía entre los pueblos. b) Promover el respeto de la dignidad de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural. c) Crear un fondo mundial que elimine definitivamente el hambre y facilite a los países más pobres actividades educativas dirigidas a promover el desarrollo sostenible.
Si bien es cierto que estas acciones corresponden a quienes detentan el poder político y económico en las naciones, a nosotros, simples ciudadanos, nos corresponde hacer cosas que están a nuestro alcance, como lo señaló en su mensaje Urbi et orbi de la Navidad de 2024: “Cada uno de nosotros está llamado a perdonar las ofensas recibidas, porque el Hijo de Dios, que nació en la fría oscuridad de la noche, perdona todas nuestras ofensas. Él ha venido a curarnos y perdonarnos. Peregrinos de esperanza, vayamos a su encuentro. Abrámosle las puertas de nuestro corazón. Abrámosle las puertas de nuestro corazón, como Él nos ha abierto de par en par la puerta del suyo.”
En su mensaje del 1 de enero de 2025, el Papa Francisco nos da la pauta para aplicar en nuestro entrono esas mismas propuestas que hace para la paz mundial: “Cuando me despojo del arma del préstamo y restituyo la vía de la esperanza a una hermana o a un hermano, contribuyo al restablecimiento de la justicia de Dios en esta tierra y me encamino con esa persona hacia la meta de la paz.”
La situación económica para muchos es difícil, por eso en ocasiones piden el apoyo a parientes o amigos, y cuando hay la posibilidad se concede el apoyo, por lo que quien lo otorga, debe hacerlo sin el afán de la usura, conceder condiciones que faciliten su retorno, y a veces, ¿por qué no?, condonarles el pago. Pero también hay otro tipo de deudas, las que muchas veces se adquieren cuando se hacen favores de uno u otro tipo, mucha gente considera que están obligados a responder de igual manera, de ahí el refrán: “favor con favor se paga”, y se aprovechan de eso, y le están restregando en su cara constantemente el apoyo concedido, o se les exigen muestras de gratitud.
El respeto a la dignidad humana consiste en tratar a los demás como personas, como sujetos, no como cosas que se pueden usar y desechar. Muchas veces, por razones sociales, económicas, étnicas o simplemente porque no piensan o actúan igual que nosotros, vemos a los otros como seres inferiores, a veces la violencia moral que ejercemos con ellos es despiadada, nuestra lengua es un arma de gran filo, o simplemente la frialdad del desprecio. Hay mil formas de vulnerar la dignidad de las personas, a veces parecen actos nimios, pero para quienes lo padecen son de gran importancia, entre ellos los que más nos quieren como nuestro cónyuge, el hijo, el hermano, el amigo fiel, el compañero de trabajo.
Las acciones a aplicar dependen de cada caso, pero deben llevar siempre el sello del amor, como la escucha atenta, la palabra de apoyo, la corrección justa y discreta, la actitud solidaria, compartir la experiencia en el trabajo, el consejo oportuno, entre otras muchas más caricias del alma.
En las calles de los pueblos o ciudades, siempre están aquellos que no cuentan con los suficientes medios de subsistencia y piden una moneda, un taco, una prenda de vestir. La mayoría son habitantes de la comunidad, que por alguna circunstancia no tienen trabajo. Pero también están los desplazados, los que tuvieron que abandonar sus lugares de origen forzados por el hambre, por la guerra, por la violencia política o de los grupos delincuenciales, van de un pueblo a otro, de un país a otro, con la esperanza de encontrar un lugar seguro con condiciones económicas dignas para establecerse. Quizá algunos les puedan otorgar el trabajo que necesitan, o un albergue temporal, o apoyar económicamente a las organizaciones no gubernamentales de asistencia social de manera constante; pero muchos pueden darles una moneda, un taco, algo que les ayude a mitigar un poco su extrema necesidad.
“A veces, es suficiente algo sencillo, como «una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito». Con estos pequeños-grandes gestos, nos acercamos a la meta de la paz”, recalca el Papa Francisco, porque así les estamos dando nuevas expectativas de una vida digna en respuesta a sus gritos desesperados de auxilio.
Phillip H. Brubeck G.