¡Feliz día del Niño!
La pregunta retumbó en mi mente, se quedó dando vueltas como un reguilete impulsado por el aire de la curiosidad. La respuesta no salió rápido, acostumbrado a pensar siempre como adulto, la visión es con ese ángulo y por lo tanto, desde la parte superior de mi estatura hacia su pequeñez física.
Recién salido del vientre materno es tan pequeñito y frágil, que con la tosquedad de mis manos me da miedo apretar un poquitín de más y causarle alguna lesión; con mucho cuidado deposito un beso en su frente todavía arrugada y colorada, para darle la bienvenida a este mundo maravilloso.
Conforme crece se va haciendo más resistente al medio ambiente, es mucho más fuertes a como lo sienten su madre, quien con su afán sobre protector para que no sufra algún accidente o enfermedad, lo cuida tanto que precisamente es la causa de que sea más propenso a sufrir los embates de virus y bacterias.
Desde sus primeros pasos se vuelve atleta para desarrollar altas velocidades, eludiendo los obstáculos de la casa para que el padre no lo alcance; con increíble energía realizan sus acrobacias gimnásticas en las camas y los sillones ante la angustia de la madre, pero si cae, como es de hule, si acaso se le hace un chipote morado en la frente experimentando la dureza del suelo, pero se cura rápido con el azúcar del beso y la caricia de mamá.
Es un gran científico. Nada más abre los ojos y se pone a observar todo. La epistemología innata en su ser le indica que el primer paso del método científico es observar la realidad con todos sus detalles para almacenar la información que recibe, clasificarla, acomodarla para utilizarla en el momento necesario. Pero además su oído es muy fino, por eso percibe todos los sonidos a su alrededor, así se da cuenta de más cosas que lo que los adultos piensan, y por eso los sorprenden cuando le escuchan repetir lo que dijeron cuando creían que no estaba atento. El sentido del gusto lo desarrolla para determinar el sabor de las cosas, si es dulce, amargo o estimula las papilas con su acidez. Es interesante determinar el sabor de la tierra y las lombrices.
Es la alegría de la casa. En la inocencia de sus juegos sus gritos atruenan por doquier, junto con sus risas en señal de su alegría despreocupada, aunque a veces un poco más de escandaloso para los oídos del adulto amante de la tranquilidad.
Trepa por todos lados, primero, sobre los barrotes del barandal para escapar de la cárcel de la cuna. Los libreros tienen buenos peldaños y libros que satisfacen la curiosidad. Al abrirle las puertas de la casa hacia el patio, el parque o el campo, es escalador de árboles y bardas, vence el miedo a las alturas, se vuelve intrépido para ir cada vez más alto, aunque a veces compruebe que en la caída se puede romper un hueso, por lo que deberá soportar la inmovilidad de la férula hasta que vuelva a soldar.
Cuando tiene a la mano un libro y un lápiz se convierte en escritor, escribiendo los maravillosos caracteres de su idioma sobre las hojas. También desarrolla sus habilidades pictóricas al crear con los crayones sus murales en las paredes de la casa.
Es el amor en su máxima expresión, perdona y olvida de inmediato con la gracia infinita de la inocencia que le infunde el Creador. Su mirada está en el aquí y ahora, en constante tiempo presente de un gran futuro.
Phillip H. Brubeck G.