La cultura del cuidado

LA CULTURA DEL CUIDADO.

En este mundo hay personas que por alguna circunstancia requieren una atención especial, puede ser por alguna enfermedad, o por una necesidad afectiva que aqueja su alma, o la edad que le resta facultades físicas y mentales, o la falta de trabajo, o la pobreza que le lleva a la angustia de no tener los medios para alimentar a su familia.

De una manera o de otra, están muy cerca de nosotros, en nuestra familia, los amigos, vecinos, el limosnero que toca a nuestra puerta.

El trabajo de cuidar a alguien no es fácil, requiere mucho tiempo, dinero, paciencia. A veces lo dejan a uno solo con toda la carga, y pasan los meses, los años con la amenaza de llevarse toda la energía del cuidador.

Hay corazones duros que prefieren desentenderse, si el anciano es una “carga”, mándalo al asilo; otros huyen dejando abandonados a los enfermos o discapacitados. Quiénes, influenciados por un espíritu materialista exigen la paga por atender a sus parientes, lo que a su vez a incentivado a gente del gobierno federal a inventar, en el Plan Nacional de Desarrollo, “los derechos laborales de las personas cuidadoras”, de los hijos que atienden a sus padres cuando estos ya no se pueden valer por sí mismos.

En una reflexión sobre las consecuencias en las relaciones sociales que ha dejado la crisis sanitaria de COVID-19, el Papa Francisco eligió el tema “La cultura del cuidado como camino de paz”, para su mensaje en la celebración de la LIV Jornada Mundial de la Paz, celebrada el 1 de enero de 2021, «porque nos enseñan la importancia de hacernos cargo los unos de los otros y también de la creación, para construir una sociedad basada en relaciones de fraternidad […] Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación».

Durante seis décadas me ha tocado ver a mucha gente que se despoja de su egoísmo y se entrega por quien lo necesita, no me refiero a los ejemplos excelsos como Santa Teresa de Calcuta, sino a personas comunes, como nosotros: la esposa que cuida por años a su marido en su enfermedad psicológica; el hombre que vela por las constantes enfermedades de su cónyuge; los padres que atienden a sus hijos discapacitados; los hijos que se encargan de proporcionar todos los cuidados a sus padres postrados por años en la cama; hermanos que se solidarizan para auxiliar al que se encuentra con problemas económicos. También resaltan los apoyos proporcionados durante la emergencia sanitaria del COVID-19, de los amigos a los ancianos que debían mantenerse recluidos en sus casas por la cuarentena y salvaguardar su salud; o los que se dieron a familias enteras que contrajeron el virus y las almas caritativas les llevaron hasta sus hogares medicinas y alimentos. Todo esto solamente por la satisfacción de hacer el bien a esa persona.

En el seno del hogar es donde se empieza a cultivar este espíritu de servicio, que como señala el Papa Francisco, se debe hacer de manera gratuita, sin esperar nada a cambio, es el espíritu de la solidaridad impulsado por el amor para obtener el bien común del núcleo social, de tal suerte que todos tengan mejores condiciones de vida.

En este mensaje de paz, Francisco nos presenta una nueva herramienta: “la brújula de los principios sociales”, la cual nos permitirá, desde el microcosmos de nuestra familia, «dar un rumbo común al proceso de globalización, «un rumbo realmente humano». Esta permitiría apreciar el valor y la dignidad de cada persona, actuar juntos y en solidaridad por el bien común, aliviando a los que sufren a causa de la pobreza, la enfermedad, la esclavitud, la discriminación y los conflictos. A través de esta brújula, animo a todos a convertirse en profetas y testigos de la cultura del cuidado, para superar tantas desigualdades sociales.»

«La promoción de la cultura del cuidado requiere un proceso educativo», muchos lo hemos recibido en la tradición de los principios familiares, así nos lo enseñaron nuestros padres y ellos de sus padres, sin embargo, el entorno cultural nos ha llevado a un individualismo en el cual lo único que importa es el bienestar del individuo, en un hedonismo de la persona aislada que excluye todo aquello que signifique un sacrificio de ese estado placentero, por eso «la brújula de los principios sociales se plantea con esta finalidad, como un instrumento fiable para diferentes contextos relacionados entre sí», y puntualiza que «la educación para el cuidado nace en la familia, núcleo natural y fundamental de la sociedad, donde se aprende a vivir en relación y en respeto mutuo.»

Pero las relaciones sociales son de reciprocidad entre las personas que en ellas participan, por eso cuando están impregnadas por el amor de ambas partes, uno da de manera generosa y el otro agradece con una palabra, un gesto o una sonrisa, y de esta manera se mantiene una relación armónica. En contraposición, cuando una persona reacciona de manera negativa a la ayuda que recibe, como por ejemplo con enojo, indiferencia, desprecio, altanería, exigencias excesivas o demasiado posesiva, hiere los sentimientos de su “auxiliador”, por lo que pierde el rumbo de la armonía de las relaciones sociales, con lo que puede provocar que esa persona que está siendo solidaria con él se canse de esas respuestas negativas, lo interprete como un rechazo de la ayuda que proporciona, y por ende, termine abandonando a ese malagradecido, y consecuencia lógica, el rencor social de este se incrementará al verse rechazado, sin ser consciente de que es la causa de su propia desgracia.

Al final de su mensaje, Francisco hace una exhortación para que todos nos comprometamos cotidianamente a realizar las acciones que nos corresponden para «formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros».

Phillip H. Brubeck G.

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