El calcetín que ciñó la vida

El calcetín que ciñó la vida

“Los calcetines me ciñen”, frase que Juan repetía sin descanso al llegar del trabajo. A las 7 de la tarde la bicicleta advirtió un estómago a punto de ser saciado. Los pasos presurosos de Rodrigo lo inundaron de alegría. Rodrigo tenía 5 años, apenas había aprendido a vestirse solo. Su sonrisa lo era todo para Juan, no existía nada más. Los perros ladraron la bienvenida, junto al niño que se abalanzó. Al entrar a la casa, la silueta de una mujer, con los brazos cruzados. Un broche de una rosa azul le ceñía el cabello y sus palabras como una hoja que cortaría a una persona.

―¿Por qué apenas? –El pie se movía golpeando el suelo e iba creciendo poco a poco la intensidad.

―Tuve mucho trabajo el día de hoy. –Se tocó el rostro y su mirada subió lentamente– ¿No crees que estás siendo muy intensa?

―¿Intensa? En verdad, ¡intensa! De todas las palabras que pudiste decir…

―Sí y estoy cansado. –4 palabras que hicieron a Rodrigo perderse en sus pensamientos– Así que déjame en paz.

―¡Vete! No tarda en llegar Luis. Él sí me da lo que tú no puedes. ¡Llévate al mocoso!

―Vamos, Rodrigo. Mamá nuevamente quiere que cenemos fuera.

―¡No regreses! Hoy pasaremos un buen rato. –Se acarició los pechos y mordió sus labios.

Las dos siluetas salieron rápidamente de aquel lugar. Un niño y un adulto. Pasos seguros y decididos a no volver. El rostro de Rodrigo miraba el suelo, sus pequeños pasos arrastraban la tierra de su casa. La mano derecha de Juan se levantó para hacerle la parada a un camión. Las luces LED de colores no permitía ver dentro del camión. El volumen de la música, extremadamente alto, por un hombre al fondo cantando con una bocina de mano. Juan sujetó del hombro izquierdo a Rodrigo y lo sentó del lado de la ventana.

―¿Está enojada, mamá?

―No, solo necesita un poco de tiempo –le acarició la cabeza moviendo su cabello.

―¿Te quiere hacer daño? ¿Por qué siempre te habla mal? Yo no quiero que te haga daño.

―No lo hace.

―La mamá de Francisco lo besa a él y a su papá. A nosotros nos corre de la casa. No la quiero.

―Tiene sus razones, hijo.

El camión llegó a su límite en poco tiempo. Las personas empezaron a amontonarse en el pasillo. Los abusones, aprovechan la desafortunada oportunidad. Al fondo se escucha la voz de una mujer que grita con fuerza: “¡bajan!”. El alarido de una esperanza desapareciendo. Por la multitud le fue imposible llegar hasta la parte trasera. Gritos desesperados invadieron el lugar. Un hombre, en la esquina del fondo del camión, golpeó tan fuerte que el chofer se detuvo de golpe. “¡No llevas vacas, animal!”, exclamó la voz del fondo que pedía, de mala forma, un buen servicio.

―¿Por qué los señores se levantan de su lugar para que una señorita lo use?

―Se le dice caballerosidad. No todos hacen eso.

―¿Por qué nosotros no lo hacemos?

―Buena pregunta.

―¿Por qué el señor se levantó si él es más viejo? ¿No se va a caer?

―No creo. ¿Te digo un secreto?

―Sí –con un pequeño impulso brinca un poco de su lugar.

―Los asientos de adelante son para personas discapacitadas, mujeres embarazadas o adultos de la tercera edad.

―Quiere decir que la señorita que está sentada al frente no hace caso a esa indicación.

―Sí, estás en lo cierto.

―Ella no es caballerosa, papá. Debería darle el lugar al señor grande. ¿Es mala cómo mamá?

―No digas eso. Además, no es tan sencillo, hijo. –Su rostro dibuja una sonrisa– Ella se sienta ahí por muchas razones. No es muy seguro que se siente atrás.

―¿Por qué, papá? –Mira a todos lados y toma la mano del papá.

―Observa todos los asientos de enfrente, son ocupados por mujeres, no te fijes en la edad. Las formas en las que vivimos son difíciles, ellas lo saben. Son las más lastimadas. Cuando vayas con una mujer, procura siempre cuidarla, no hacerla sentir menos o indefensa, dale confianza de actuar en cualquier situación.

―No entiendo. ¿Qué pasa con las mujeres que lastiman?

―Lo entenderás después. Ya casi bajamos. No te separes de mí –ignoró la pregunta.

Al frenar chillaron las balatas. Las luces y la música no cesaban en ningún momento. Bajar, un logro al usar el transporte público que todos debían realizar. No caer cuando el camión seguía en movimiento, la proeza más grande. No era el tiempo de Rodrigo. Un mal paso hizo que se tropezara y cayera a la banqueta, dejando consigo un golpe en la rodilla ensangrentada y las manos raspadas acompañadas de un llanto incontrolable. Los pasajeros al igual que una liebre ante un tigre, se quedaron viendo y agradeciendo que a ellos no les sucedió. El chofer aceleró y dejó tirado al niño y un padre enojado por la mala forma de conducir.

―No logré bajar como me habías enseñado –sobó sus rodillas y succionó los mocos.

―No fue tu culpa. Ya podrás hacerlo algún día. –Lo tomó de las manos– Creo que no nos dejarán comer tacos con las manos así de sucias.

―¿Y si le decimos a Pancho que el señor del camión me tiró? –Se tomó con más fuerza la rodilla y formó una joroba con la espalda– Puede que nos dé dos tacos más.

―Creo que sí. –Se rio– Pero serán para ti. Hay que decirle que intentaste el truco del salto y no te salió. Hay que levantarnos poco a poco, no vayas a lastimarte más.

―¡Debemos llegar a los tacos antes de que nos ganen nuestro lugar –de un salto se incorporó– ¡Vamos, papá! Si te quedas ahí nos van a ganar nuestra mesa.

―Espera, yo no puedo brincar como tú. –Tomó sus rodillas y haciendo fuerza se levantó.

Rodrigo corrió, el dolor que lo había tumbado había desaparecido. Los pasos y brincos de un lado a otro mantenían la mirada ceñida de Juan. El camino pequeño, pero recurrente por esas dos siluetas. Un puesto de tacos y un hombre vestido de blanco se veían cada vez más cerca. La luna inmensa, blanca y sin ninguna nube que la cubriera los acompañó.

―¡Yo quiero dos tacos de lo de siempre! –Se sentó cerca de la barra del carrito.

―Todavía no llegas y ya gritaste lo que quieres. No seas tan irrespetuoso.

―Déjalo, Juan. Al campeón lo que pida. ¿Vas a pedir lo de siempre o cambiarás?

―Gracias, pero esta vez cambiaré.

―¿Otra pelea con?

―No hablemos de ello. No quiero arruinarle la cena a Rodrigo y él tiene una historia que contarte.

―¿En serio? –direccionó su vista a Rodrigo con asombro y alegría– ¿Qué historia contarás ahora?

―Tendrás que darme dos tacos para contarte la historia.

―¿Ah, solo dos tacos? Me parece un precio justo para una de tus grandes aventuras.

Las espátulas y los cuchillos resonaron con la historia. El aceite y la anécdota brincaban. La carne bailaba al ritmo de Rodrigo. El fuego intensificaba las palabras. Rodrigo, un amante de ver cómo el aceite y el fuego se juntaban por un momento y la tortilla calmaba ese espectáculo. La boca de Rodrigo no dejaba de gesticular con más y más pasión. Un niño, una historia y dos tacos pasaron a ser el motivo perfecto de estar esa noche ahí.

―Ya casi logro el salto. Me faltó muy poco. Seguiré practicando para un día sorprenderlos. ¿Tendré mis dos tacos extra?

―¿Todavía preguntas? En un momento te los doy, la casa invita.

―Papá, ¿puedo ir a jugar con el hijo de Francisco?

―Deja le hablo. Espera aquí.

Entró a la casa y en dos minutos salió con Pancho. Los dos niños se dirigieron a la casa y se introdujeron al cuarto de Pancho para jugar con la consola que su padre le había regalado en Navidad del año anterior.

―¿Cuándo se van a divorciar?

―¿No crees que eso fue demasiado directo hasta para ti?

―El niño solo te tiene a ti. Rossly te engaña y no hace nada para ayudarte.

―Todos nos equivocamos. Rodrigo no tiene la culpa de que su madre no sea el mejor ejemplo.

―Tienes un buen trabajo, al menos sales adelante. Puedo pedirle a mi vecino que te rente la casa a un buen precio. No la usa, un dinero extra para él, no le hará daño. Puede que en un futuro hasta te la venda.

―No quiero irme. Rodrigo necesita también a su madre.

―La que vive ahí no es una madre. ¡Es una perra que te humilla delante de Rodrigo! –Golpeó el carrito.

―No tengo de otra. Pero…

―No hay una madre ahí. Debes salir de…

―¡Estoy harto de esta situación! –Sus manos cubrieron su cabeza y estiró el cabello– Hay veces que quisiera correrla de mi casa. No debí ponerla a su nombre.

―¿Qué piensa Rodrigo? ¿Lo sabes? –Se acercó– El otro día le dijo a Pancho que iba a lastimarla si te hacia llorar.

―A él no le gusta verme mal. Le empezó a tomar coraje a su madre. No hablan ellos dos. Es otro cuando está con ella. Dice que lo insulta y lo golpea. –Observó el reloj– Debemos irnos, gracias por todo, Francisco.

―Piensa en lo que te dije, no lo tires en saco roto.

La noche fue propicia. Los grillos cantaron al son de la libertad. Las siluetas que se habían retirado de esa casa, regresaron bajo la luz de la luna. Las sombras se alejaban lentamente, el brazo se alzó para abrir la puerta. Un pequeño gemido se escuchaba en los cuartos de atrás.

―Rodrigo, hoy vamos a dormir juntos en tu cuarto.

―¿Por qué? ¿Mamá sigue enojada contigo?

―No, pero dijo que iba a dar hospedaje a un familiar.

―Mamá es muy buena con la familia. Excepto con nosotros. Han sido varias veces que deja dormir en su cuarto a muchos familiares. –Se escuchó la cama rechinar.

―Ven, Rodrigo. –Una lagrima rodó por su mejilla– Es hora de dormir. –Le tapó los oídos y se dirigieron al cuarto.

La puerta de la entrada sonó a las 4 de la mañana, junto a ella una voz que decía: “nos veremos mañana, amor. Es tiempo de empezar tú y yo”. La mañana siguiente todo estaba muy tranquilo. No había ruido. Los pájaros podían escucharse. La luz entraba por la ventana. El ruido de un golpe despertó a Juan. No estaba Rodrigo a su lado. Se puso de pie lo más rápido que pudo. Salió del cuarto y buscó al niño por todos lados. Un llanto casi imperceptible empezó a sonar. Llegó a su recámara, abrió la puerta y encontró a Rodrigo en un rincón llorando. En la cama el cuerpo de Rossly sin vida con un calcetín ceñido a su boca.

―¿Qué hiciste, Rodrigo?

―Ella estaba diciendo, en la noche, que te iba a matar para quedarse con la casa y su familiar. Preparó un té para dártelo en la mañana. Yo no quería que te hiciera llorar, mamá es mala. Así que se lo di y ceñí el calcetín que tanto te hacia sufrir en su boca.

Gabriel Eduardo Ávalos Vales.

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