El espíritu de la Navidad

El espíritu de la Navidad

A las y los amigos de la Gran Confraternidad Universal
quienes año tras año en la conmemoración del
solsticio de invierno dedican su tiempo y amor
para compartir con las y los niños
de la población de Gavidia.

“El día luce despejado y el sol parece indicar que la esperanza de su resplandor es la mejor prueba de que tendremos un hermoso día” —expresa la humilde mujer mientras toma el rico café de la mañana. Y continúa dejando escapar sus pensamientos al frío espacio que la circunda—. “Es 21 de diciembre, solsticio de invierno, época de renacer de la esperanza y de la luz en el mundo; el triunfo del sol sobre las tinieblas, un momento de cambio. Época de Navidad” —sorbe su último trago, se persigna y sale de su casa.

Durante la noche piensa en el significado de aquel enigmático día, y lo trágico que sería para el planeta si la disminución de la luz solar fuese permanente; luego, como volviendo de un pasado no muy lejano, deja trascender su inquietud por la actividad, y expresa con una tierna sonrisa dibujada en su labios: “que la luz humana que se irradia en ese hermoso compartir con la infancia, sus padres y madres, se multiplique en todos los espacios del mundo; solo espero que se recupere lo que se perdió: nuestra vinculación con el universo y su estrecho sentido de pertenencia”.

Con su morral al hombro y todas las esperanzas dentro de él, inicia camino al lugar acostumbrado para el encuentro, se detiene en las casas que están a su paso para recordarles a los padres y madres que sus hijos e hijas no deben faltar: “Juana no se le olvide llevar a Pedrito para la entrega de regalos” —grita a la Sra. Asunción, quien se encuentra ordeñando una vaca en las afueras de su casa—. Teresita no puede faltar.

Así la recuerdo durante el recorrido desde Mérida por la hermosa cordillera que nos cobijaba desde lo alto, hasta encontrarnos con el lugar destinado para la cita con el futuro que se forma en el presente. La sensación es agradable, fotos para el recuerdo, conversaciones para la memoria, palabras para el espíritu, con mis colegas docentes y amigas, Nelly Contreras y Reina Hernández, llenan el ambiente que nos rodeaba dentro del vehículo.

El paso de la Sra. Dominga Rangel es lento, pausado, pero hoy Dios y, especialmente, la encarnación del espíritu navideño, hacen que sus pies “anden ligeros”, como ella dice. Ha trabajado muy duro en procurar que todo salga de lo mejor, recorre las casas de las aldeas en busca de los niños y niñas, toma sus datos para que todos y todas acudan al encuentro. Una tradición que se realiza cada año. Anda preocupada porque reciban el presente de Santa Claus y el Niño Jesús. Conoce la lejanía que existe entre una aldea y otra, y cómo la recorre para contribuir con algo de alegría y la felicidad, es algo que no se olvida de un ser creado para las cosas del espíritu. Además de la virtud descrita, nuestra anfitriona es dueña del aprecio de los habitantes, forma parte del consejo comunal, ganada para la fraternidad, la convivencia y el compartir; es el espíritu de la navidad.

Tres horas después, me alegro de llegar al valle de la alegría, como le he llamado, pedimos permiso a los guardianes ubicados al extremo de la calzada, que, investidos de imponente figura, se erigen majestuosos, y esperan en la entrada del cañón, cerca del puente desde donde se puede observar cómo su blanca cabellera se desliza suavemente sobre la calzada hasta abrazarse con el río, y el eco de sus voces susurran a nuestro oído palabras y frases que solo puede percibir el espíritu. Es un ritual necesario antes de ingresar a su espacio, elevamos nuestras manos, y, en señal de respeto, dirigimos nuestra mirada hacia su aposento, su mundo; sin duda, observan con cuidado y leen en el corazón y la mirada de quien se adentra en el lugar, la razón de la visita.

Está amaneciendo, el tiempo parece detenerse, sin embargo, la mujer ya ha recorrido dos horas de travesía. Una vez más su pensamiento la inquieta; pero anima al mismo tiempo. Ha dedicado el esfuerzo necesario a preparar todo con antelación como ella dice “para que no falte nadie”. Hoy Gavidia es sitio de encuentro, diversión y mucha alegría, un paraíso donde el frío sacude su piel para llenarlo todo; la naturaleza es fantástica; y la atención de la gente laboriosa del campo, su mejor rostro.

La buena mujer lleva meses trabajando en tan particular empresa, pero sobre todo, años, en los cuales el día transcurre entre pantanos y lluvia, entre caminos y senderos que la conducen como su pensamiento a los lugares más apartados del pueblo en busca de algún niño que no reciba un regalo para que baje al encuentro con San Nicolás y el Niño Jesús. Cuando el sol deja colar sus alas sobre la las altas montañas, llega a la truchicultura: Valle Encantado, para comenzar los preparativos y recibir con alegría a los invitados especiales: los niños y niñas, quienes provenientes de los cuatro puntos cardinales del páramo de Gavidia van llegando a pie, a caballo, en motos, o en carro; en compañía de sus padres, madres o representantes, procedentes de las aldeas: Mocao, Corrales, Piñuelas, Micarache y Gavidia; se van apoderando del lugar y se incorporan a la actividad, compartiendo con otros niños y niñas del centro poblado.

Las hermosas deidades que nos dan la bienvenida, hablan el lenguaje del silencio, o, en todo caso, el lenguaje del agua, del viento, de la lluvia. Traen a mi memoria las inmensas piedras o rocas prehistóricas que se encuentran en el Amazonas, Bolívar y otros estados del país, con formas de tótems; piedras vivientes. Tal vez están allí para recordarnos que nuestro origen es acuático, divino, y, por tanto, no debe extrañarnos su apuesta presencia y su maravilloso aspecto que deleita y asombra al mismo tiempo, a lo largo y ancho del sendero vigilado muy de cerca por el majestuoso río que no cesa en su canto, su poesía. El clima, danzando con el aire, poco a poco viste de blanco sus senderos y nos conduce al lugar cuyo nombre termina de acentuar la magia: Valle Encantado.

Hemos llegado a tiempo, los invitados se van acercando; otros, ya se encuentran conversando o jugando. La Sra. Dominga les da la bienvenida saludándolos junto a sus mayores con el afecto del campesino. Se observa como acondicionan el local. Por veinte años, los seres de luz bajo la coordinación del Dr. Luis Guerrero, Rubia Quintanillo, Martha, Reina Hernández y otros hermanos y hermanas de la Gran Confraternidad Universal, del Centro de Desarrollo Integral (CDI) y de Ejercicios para la Salud, sus colaboradores, bienhechores –comprometidas en la construcción de la felicidad del mundo–, se reúnen para realizar tan singular trabajo: entregar alegría, ropa y regalos a los niños y niñas de esa fría, pero encantadora localidad del estado Mérida: El Páramo de Gavidia.

Con su presencia, y sonrisa de satisfacción en sus labios, se acercan a recibir sus obsequios; una experiencia maravillosa que los mantiene ocupados todo el día: compartir con las personas de aquel mágico lugar. Cada hermano o hermana de la Confraternidad desempeña su rol durante la jornada: Luis David y Yara Oásis se encargan de buscar el nombre de los invitados. Si alguien llega, así no esté en la lista, recibe su presente; Martha y Reina, entregan la ropa; Nora, Isabel y otros, el combo de merienda que se les reparte a cada niño y niña y a sus padres, madres y/o representantes; otros y otras hermanas y colaboradores preparan los cotillones, ambientan el salón.

En pocas palabras, hacen realidad el deseo infinito: servir al prójimo como muestra de amor hacia la humanidad representada en quienes son los y las protagonistas del encuentro: los niños y niñas. Sin duda, su amor hace que el alimento y los regalos se multipliquen a medida que avanza la mañana y el número de invitados y colaboradores –algunos provenientes de otros estados del país– se incrementa. Es el reflejo del interés que cada uno pone para que Dios se desdoble en su espíritu y guíe la misión.

La Sra. Dominga, una mujer en cuyo rostro se refleja la felicidad del deber cumplido, aceptó la invitación de convertirse hace veinte años en el ángel de actividad decembrina, y como dice en su lenguaje coloquial cargado de historia: “lo hago desde mi corazón, pues sólo así puede salir bien”. Cada niño, desde el más pequeño hasta el más grande es homenajeado. El Niño Jesús espera impaciente en su morada, rodeada de infantes deseosos de ver, recibir, abrir sus regalos, jugar con ellos; y vivir la experiencia de compartir con otros niños y niñas. Durante la jornada, se juega con los infantes, se comparte el alimento, la piñata, se charla con los padres y madres, quienes también reciben ropa, como presente.

La diversión del evento cuenta con la participación del “Dr. Sonrisa” que con su grupo de animadoras divierte a niños y grandes con juegos y canciones. El documental producido y dirigido por Luis Miguel nos recordó lo hecho el año pasado, —nada que envidiar a profesionales en la materia—, y nos regala unos versos de nuestro poeta cumanés Andrés Eloy Blanco. La Sra. Dominga Rangel no para de trabajar durante la jornada, cuidando que los invitados se sientan a gusto; dialoga con ellos, les pregunta por su familia, por quienes no han llegado; si vendrán o no, y por qué.

Actos como estos hacen posible que la magia del regalo envuelva con su manto al corazón de los niños y niñas de Gavidia, convirtiéndolo en el valle de la alegría. Los protagonistas de la obra social —en un número que supera los 300 niños y niñas, algunos han asistido por años, hacen realidad su sueño: recibir un regalo—, pues como dice la canción: ”Niño a quien dan cariño, sentirá amor por los niños cuando la vida les crezca…” saltan de alegría al recibir el obsequio que les entrega Santa, personalmente, quien llega saludando como siempre a animar la actividad, cruzando los caminos desde lo alto de la cordillera, mostrando su sonrisa, simpatía y sobre todo alegría de poder compartir su amor con los presentes.

Todos reciben su regalo, y los obsequios que no consiguen un amigo con quien compartir la Navidad, son entregados por los Reyes Magos el 6 de enero, o conservados para el siguiente año. Así como Jesús multiplicó los panes y los peces, aquí el Niño Jesús se encarga de multiplicar los regalos para sus semejantes. Es la auténtica multiplicación del amor en lo más alto de la hermosa ciudad de los caballeros. Algo similar ocurre con el alimento que se comparte en la cabaña del Profesor Luis Guerrero, donde todos comen y todavía queda para el día siguiente cuando se retorna a la ciudad; esa es la energía celestial que se muestra en quienes hacen posible, con espíritu navideño, el Reino de Dios en la tierra.

Luego de la jornada matutina se deja limpio el lugar como muestra del trabajo en equipo y reflejo del ejemplo con que se hacen las cosas. La Sra. Dominga es la primera que, con escoba en mano y una bolsa, comienza a recoger cuanto desperdicio han dejado, pese a las indicaciones de cuidar el ambiente. La jornada dura cerca de una hora, pero ella no se cansa.

A media tarde mis amigas y yo vamos a recorrer el bello lugar, las hermosas cascadas, el incomparable lugar, momento que aprovechamos para una breve, pero significativa meditación, acompañada por el canto del viento, la música del río y el frescor de la naturaleza en todo su esplendor, rodeando nuestra presencia con el frío que no puede faltar a una cita especial con el espíritu. Acto de ofrenda que se repite en la cabaña, horas después de cerrar la actividad, despedir la noche y recibir la bendición del día que se viste de felicidad, satisfacción, para acompañar el regreso de sus amigos y amigas a la ciudad, con la esperanza de verlos traer nuevas esperanzas a los habitantes del mágico lugar.

Así Gavidia comenzó a recuperar su espacio, la neblina con traje de lluvia lentamente se aproximó al valle encantado y nos despidió con los brazos abiertos, dejando en nuestro corazón la semilla eterna de la invitación que no se hace, que no se dice, que no se reclama; que se vive con las buenas acciones del día a día a favor del pueblo de Dios, que en definitiva es el que nos lleva hasta allí, al encuentro con nuestro propio ser que se deja encantar con la sonrisa y la presencia de los seres más especiales de la creación: los niños y niñas.

Por la noche estamos de regreso. La escena culmina, y el cierre del telón deja ver millares de estrellas que salen a despedirnos y agradecernos el hermoso gesto a favor de la infancia de aquel paraje, donde la fe y el amor encuentran, en la Sra. Dominga, el ideal para juntarse en un acto que bien vale la pena repetir, cada vez que el corazón del hombre y la mujer dejan al desnudo su auténtico amor por el prójimo.

Tulio Aníbal Rojas

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