PURO FREUD

¿Me juzga atrevida? ¿Sufre pena ajena cuando él me besa
en la banca de un parque?
¿Cree que debo perderme en el laberinto de los años sin hilo conductor,
caminando en círculos por antiguos recuerdos?
¿Que debo ocultar las sensaciones como dama respetable
y ponerme máscara tras máscara mil enfermedades?
¿Puede decirme a qué edad debe uno sepultarse,
insinúa que es tiempo de escribir mi epitafio?
El problema es que me adhiero a la vida y no tengo vacíos.
Entonces me escudriña, me censura y la pregunta le salta por los ojos
cuando la alegría se rebela y exige su derecho a exhibirse en la sonrisa,
la respuesta surge fácil porque la felicidad no tiene cárcel.

Entienda:
Él es la premonición de las pasiones, el estímulo de la razón,
mi ángel o demonio según lo juzgue desde el cielo o a la tierra.
Es el viaje constante cuando la distancia alimenta futuribles,
la llama en la mirada y el ritmo de mi cuerpo ondulante.
Él descubre el punto exacto donde el placer se convierte en nostalgia
bajo la lluvia de los ojos, con el corazón a toda prisa
y el lento transcurrir de la huella de los sentidos.

Sus besos son sustento de mis fantasías, combustible del fuego
magia donde la pasión busca transgredir sus propios límites
y la libertad aletea entre su piel, mis suspiros y nuestras piernas.
Mi hábitat es su musgo, su olor mi brújula y su silencio abono de las ganas.
Así que deje que entre mi ello y yo resolvamos el destino,
su evaluación, crítica y censura no corresponde a lo que quiero,
recuerde que usted es el superyó, lo regulan ideales y prejuicios
y a mi edad voy más allá de recompensas y castigos,
además… adoro las pulsiones.

Patricia Rodríguez Ruiz