CURTEA DE ARGEȘ.

En Curtea de Argeș la luz es una oda con el olor de la tierra, es un ovillo de flores sin manos,
es una herradura que resuena, de repente, entre las nubes;
en la jardinería de las casas,
la luz levanta sus praderas o plegarias, y en los rincones las sepulturas acompañan los insectos como antiguas inscripciones o como huesos floridos:
de la noche de tu alma, entonces, pasan los jardines sin fin, junto a los perros con el corazón ausente,
y escuchas por tus calles al río Argeș sonando a ciruelas
y sientes el nombre de julio ahogado por cristales.

De allí baja el color ocre,
de allí tu historia entre los Cárpatos oscuros, en donde fue el obrero, el rey o el poeta, quien te hizo de madera el corazón, o cuchara o distancia,
y en la piedra del mediodía, quemante como el silbido de tus pájaros
y ancha y multiplicada, continuaste sola con un pañuelo infinito por tu cabello, desde donde esparciste en tus hijos el oficio de las abejas.

Por tus muros de patria cerúlea, en toda tu humildad magnética, el alma tiene viento
y tiene aves pasando sin prisa, y tiene rosarios y columnas y caderas silvestres, y entre dioses de hierro, sólo eres un agua que está naciendo,
sólo árboles custodiados por el silencio;
de raíces la estación regresa a tu rostro, de pequeñas cosas que florecen con levadura,
y de hambre y orgullo que eres
como un viajero golpeando las puertas con relámpagos, o como violines oscuros o estrellas de ladrillos, o como un sol que desangra melancolía
o como tú y toda hermosura, de amables legumbres en reposo.

Gonzalo Maire.