LA JUSTICIA.

Campanea la noche tu pisada,
en donde vas como a perros echados en lo oscuro, y como de quienes a todos, los siguientes que por tu extendido sonido,
ya sea como gusanos interminables o arándanos abiertos como quemaduras,
nos diste de morir tu ego en silencio, tu forma dolida ardiendo en la cicatriz de los pobres;
hace tiempo, lentísimamente a mí, por la puerta quisiste hacer entrar la luz
y con torpeza en tus zapatos
besar las piedras sin aire de un lugar moribundo…
pero no es posible: algo en ti se te cae desde dentro con tumbas y papeles despiadados,
algo de frente a frente
donde entran los pelones y escorias sociales; algo en que te mueres por culpable, así, cuando la rectitud canta con otro significado
y la verdad y el destino
se acomodan malditos al nombre de un triste cerro.
¿Qué más puedo decirte, oh, princesa muerta?
Todo lo que busco por la tierra no existe o yace en la profundidad del infinito,
todo en la miserable hoja escupida, en mi sagrada soledad de difunto,
en el cielo gris de los labios rotos,
en mi corazón que se confirma con la tos de Santiago y sus huesos de otoño.

En los edificios ostentosos de tu edad vacía, el pálido trigo,
el hambre y la miseria olvidaron tu cuerpo en su alcoba:
son una caja cerrada al mundo como una agonía de cuellos y colas, de animales elegantes, de bombones;
pero abajo del cielo oloroso,
en la espaciosa tierra seca, en la infancia del barro y la substancia nocturna,
la tristeza es un pozo eflorescente, una luz salpicada por la muerte;
porque así, de mucho pan pesado y castigo
vive el día con bocinas y circunstancias o como un ancho grito en los relojes de la gente.
No es tan difícil de entender la carpintería del dolor, querida:
ese largo túnel de entre clavos astillados, de mojones sin dueño y rodillas peladas,
esa alfombra sin perdón en que se sostienen el culo los ricos,
ese picoteo de pájaros sin lágrimas y viejas madres tan oscuras por el futuro
como el corazón que acude hacia abajo.

Gonzalo Maire.