Segunda secuencia del invierno

Segunda secuencia del invierno

I

El solo acompañante del viento
helado y sordo del inverno es el silencio
que nos trae con su rigor de cierzo
el plomizo sentimiento de que nadie
nos podrá acompañar ya como pareja.

II

Blanca luz de inverno helado
en cuya hostil pureza estéril
la vida va quedando detenida
o rezagada bajo las horas crudas
del frío sordo que con dureza se empecina
donde todo lo disuelve o lo confina.

III

Este vago temor deshabitado
que el viento arrastra en su potencia obtusa
con hirsuta hostilidad se filtra y contra todo choca
mordiéndolo en su furor empecinado
trayendo en su fragor desorbitado
los desechos vestigios de huracanes
por los años de los años sepultados.

IV

El frío azota con su viento huraño
y su blanco fulgor de luz helada
nos despoja íntegramente en su congoja
con su cruel intemperancia helada
del confuso tiempo en que el deseo
codiciaba vorazmente un vacuo cielo.

V

El abundante tiempo que por hoy se acaba
y que con terca codicia ayer despilfarraba
–sin entregarnos sin embargo nada–
va despejando con sus hielos que nos duelen
el desperdicio fatal de aquella fiebre.

VI

El inverno trae aquí, a nuestras plantas,
las entumidas angustias de la tierra
acompasando el corazón con sus quejidos
para que el tiempo dibuje discretamente las señales
que abrirán las compuertas, sobre la amoratada
arena del desierto, a todo futuro nacimiento.

VII

El invisible viento con la luz ligera
de un fulgor azulado de tan pura
cae verticalmente en su plomada
limpiando con su hostil mirada
a la enjuta libertad amotinada.

VIII

La ambigua atmósfera se envuelve
con un vaho de brumas y de nieblas
despejando a los sueños de sus fiebres
por el helado ardor de los placeres.

IX

Un hueco de silencio amedrentado
vuelto de espaldas como va siendo el pasado
detiene el tiempo con mudez helada
sobre la angustia vacua de un presente vago
que lo despoja de futuro y sin pasado.

X

De lo que nos despoja
el inclemente viento huraño
como al árbol amarillo de sus hojas
es de toda calidez con sus congojas.

XI

La mente helada del inverno
desfalleciente se postra amortajada
amalgamándose a la luz humedecida
despojándonos con terca y gris tristura
del rosáceo calor y su clemencia tierna
abriendo en nuestras almas desgastadas
un pozo de nostalgias sepultadas.

Alberto Espinosa Orozco.

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