Reflexión: Dicotomía

Nieve

DICOTOMÍA

Nieve

En un intento por legitimarse, el invierno nos lapida inmisericorde con su aliento machacón y frío.

La ciudad se viste de blanco. Posa para las fotos tempraneras y sin resistencia alguna, deja que pueda tintinear con libertad, la risa de plata de los niños que a todos nos alegra el alma.

Luce la urbe como una postal viviente y desenreda en muchos –sin rubor alguno- la inasible madeja de recuerdos idos. Lejanos y cercanos. De todos tamaños y sabores.

Tal vez, mientras la tarde languidece –bajo el influjo de una taza de café- y desde algún tibio rincón, desafiemos con ingenuidad al mundo con todo y su bagaje de inclemencias.

Pero la realidad puede ser otra: la tormenta nos pudo haber arrebatado de un zarpazo el regocijo para ponernos de frente allá, contra otro espejo. El que refleja sinsabores y lamentos.

Allá, donde la onda gélida con saña hinca las uñas, agujerando válvulas y tubos. Donde también quiebra la luz, trenzando sombras y silencios, entre pasillos, muros y escaleras.

Donde pueden brotar como hongos espontáneos, la urgencia, la confusión y el caos.

Porque sin agua y sin luz, se desquicia el proceso normal de convivencia. Y el comercio ahí puntual, puede hacer su agosto en otro mes del año, festejando tácitamente los designios crudos de una naturaleza, tan impredecible a veces por su sino simple e infinito o por las huellas centenarias del ultraje.

Todos –como Penélope con su tejido ahí sobre su regazo- tendríamos que esperar quizá, colaborando en lo posible, a que arribara a este océano social la alegría de la normalidad en su barcaza.

Porque contingencias de este tipo, no solo trastocan el ritmo normal de nuestras vidas, sino también –y casi sin saberlo- nos logran abollar el ego.

Porque al fin de cuentas, propendemos al logro y disfrute de satisfactores varios, algunos de ellos francamente frívolos y más aún cuando hemos caído en la trampa muchas veces insalvable del placer irracional, acomodaticio, avasallador del cuerpo y del espíritu.

Pero igualmente es cierto, que como toda circunstancia atípica, nos pudiera dar la oportunidad de reflexionar acerca de temas fundamentales de la vida y que constituyen la piedra angular de lo que en realidad es trascendente.

Por ello, hay que vivir como en otros, la magia de estos días, porque en la mixtura de ese barro humano tan nuestro, pervive el polen de elementos tan ricos y disímbolos que nos dan un increíble florilegio de opciones que aligeran el ánimo, como la de decidir, por ejemplo, que la vida corra por cada quien, como lo hace un río por su lecho.

Y mientras se derrama el cielo –al desperezarse el alba- podríamos convocar tal vez a las palomas para que nuevamente hagan sobre cada tejado, el cónclave de un nido.

Después podríamos saborear el sosiego del insomnio, mientras reverbera allá afuera en su alegría, cualquier encino o sicomoro.

Más tarde, podríamos salir de nueva cuenta para pulsar el mundo.

José Humberto López Medrano.

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