Por azar, parte 4.

Estaba contento.

Tuvo mejoría.

Pasados unos meses, se reincorporó Asun, la supervisora de noche, que había estado medio año de baja por una lesión cervical por accidente de tráfico. Era enfermera y tenía a su cargo a los cuidadores y a los enfermeros que hacían guardia en la residencia. También se ocupaba de los cuadrantes de libranzas y vacaciones y la detestable burocracia, si bien a ella no parecía molestarle demasiado. En general, había buen ambiente y no se necesitaba su intervención para mediar en problemas internos del personal, así que estaba contenta en la residencia. El turno de noche le venía bien para compaginar las horas con su marido y atender a los hijos. Lo que se lo había hecho pasar mal era aquel desagradable pinzamiento que le producía un dolor espantoso al menor movimiento y que al final la obligó a cogerse la baja. Pero en fin, ya había pasado.

Asun estaba tratando de ponerse al corriente de todo lo que había ocurrido en su ausencia, empezando por cambios de personal y por las altas e ingresos de residentes. Como había un enfermero para el turno de noche, estaba liberada en cuanto a la atención directa que pudiera necesitarse y podía dedicarse al papeleo. Había constatado que los ensayos de evacuación se habían llevado a cabo sin problemas y que cada profesional tenía clara su misión en tales casos, así como la comprobación de los extintores. Las vacaciones, las suplencias… Daba la impresión de que la residencia funcionaba bien sin ella.

La noche se pasó volando entre papel y papel y no tuvo tiempo de ver los historiales ni de hacer la ronda de noche con Eduardo, el enfermero, al que tampoco había vuelto a ver desde la entrada de turno. La noche siguiente terminaría el papeleo y comenzaría con lo demás. ¡Parecía que llevara fuera un año!

Por la mañana, Daniel se encontraba con lo que ya era su nueva rutina cuando recibió la visita inesperada de su hermano mayor. Pasaron juntos el tiempo muy a gusto. Daniel se esforzaba en decir alguna que otra palabra ante la admirable paciencia de su hermano, que no movía los labios hasta que él conseguía articularla por completo. Poco antes de mediodía se despidieron emocionados. Agustín ―así se llamaba el hermano―, tras separarse de Daniel se dirigió al despacho del médico, con el que había quedado previamente. Ante el asombro del galeno ―pues normalmente sucedía lo contrario―, aquel le propuso llevarse a Daniel a Canarias, donde él residía, para tenerlo cerca y poder visitarlo con frecuencia y, en un futuro, estudiar las circunstancias para llevárselo a casa; lógicamente tendría que hacer alguna pequeña reforma, pero eso era lo de menos. Lo que quería saber era si Daniel podría aguantar bien el viaje de Madrid a Tenerife porque tenía plaza allí en una residencia asistida y solo faltaba su autorización médica. No, no le había dicho nada a Daniel para que no se llevara un disgusto si el médico no lo veía procedente.

Agustín salió del despacho casi dando saltitos de baldosa en baldosa para dirigirse de nuevo al encuentro de su hermano. Daniel estaba en su habitación, acababa de comer y lo habían acostado para que descansara según su rutina. Cuando oyó lo que su hermano tenía que decirle tan importante, no daba crédito a su buena suerte. Solo pudo responder con lágrimas de agradecimiento y de afecto. Dos días. ¡Dos días! Sí, supondría despedirse de la gente que durante cuatro años había velado por él y acostumbrarse al modo de hacer de otras personas pero a cambio, tendría la visita frecuente de Agustín. Este, de llevarlo a casa no le había dicho nada. Mejor poco a poco.

Daniel de día tomaba analgésicos potentes para paliar los dolores que le producía la rehabilitación, y de noche un inductor al sueño para que descansara sin problemas. Esa noche, ante su lógica excitación, el médico dejó pautada una medicación más fuerte, porque sabía que con la habitual no podría dormir. ¡Menuda alegría se había llevado el hombre cuando su hermano le dio la noticia! Estaba seguro de que en esa familia eran todos unas excelentes personas.

Llegó la noche. Eduardo entró en la habitación de Daniel con el vaso de leche que acostumbraba tomar y le dio el medicamento explicándole el motivo del cambio. Daniel hizo una mueca que todos habían aprendido a interpretar: sonreía.

—Buenas noches, Daniel; luego entraré a ver si duermes.

—Benas notes.

El enfermero hizo la ronda a las dos de la madrugada sin incidencias. Se acomodó en el sillón en la enfermería y sacó la novela que tan intrigado le tenía. Estaba disfrutando mucho con ella. Tras una hora de lectura, se levantó a estirar los músculos y a echar un vistazo a algunos residentes. Cuando se hallaba ya en el pasillo con su linterna, le llegó un olor extraño cuyo origen tampoco pudo identificar. Regresó a la enfermería y llamó a la supervisora a su despacho. Ella no había notado nada raro, pero iría a echar un vistazo.

Continuará…

Encarna Martínez Oliveras.

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