Por una paz duradera.
¿Yo qué puedo hacer para que haya paz duradera en el mundo? Es la pregunta que solemos hacernos en este tiempo cuando la violencia se pasea por todos lados con variadas vestimentas, y nos hace sentir impotentes, porque no encontramos la forma de frenarla.
Nos sentimos pequeños. Estamos acostumbrados a pensar que instaurar la paz corresponde siempre a los gobernantes, pues ellos son quienes deben evitar o solucionar las guerras internacionales; poner un freno a los narcotraficantes y todo tipo de delincuentes que mantienen sojuzgada a la sociedad. Les toca a los políticos, como líderes sociales, para detener las guerras civiles y dirimir las controversias por la vía del diálogo.
La violencia nos tiene abrumados. Llena los espacios de los noticieros en los medios masivos de comunicación y en las redes sociales. Penetra en nuestras casas, afecta a nuestras familias, a nuestro comportamiento individual. Nos estamos acostumbrando a ella, ya no nos asombra ni nos indigna un homicidio o una violación, y seguimos pensando que es un problema social donde nada podemos hacer.
En 1967, el Papa Pablo VI, en su encíclica Populorum Progressio, nos explicó que el camino de la paz está en el desarrollo integral de las personas y de los pueblos. “Combatir la miseria y luchar contra la injusticia es promover, a la par que el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de todos, y, por consiguiente, el bien común de la humanidad. La paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres” (n. 76).
En estos 54 años el panorama no ha cambiado mucho, siguen las guerras internacionales y nacionales, los narcotraficantes dominan, el hambre y la pobreza se han extendido aún más, el desempleo permanece en muchas partes del mundo. Todo esto provoca grandes migraciones de personas en busca de un lugar más tranquilo y con mejores condiciones laborales e ingresos.
El desarrollo integral de las personas, implica ver al ser humano en su totalidad, en la satisfacción de sus necesidades materiales básicas, como son la alimentación, la vivienda, el vestido; en el desarrollo de sus componentes intelectuales, culturales; y también en su componente espiritual, su relación con Dios. Si le falta algo, queda incompleto.
Este primer día del año 2022, en la 55 Jornada Mundial de la Paz, el Papa Francisco, nos recuerda que todos podemos ser artífices de la paz, en el microcosmos donde vivimos, y nos muestra “tres caminos para construir una paz verdadera”, una paz duradera.
El primero de ellos es el diálogo entre las generaciones, donde los mayores son “los depositarios de la memoria” y los jóvenes “los continuadores de la historia”. “Dialogar significa escucharse, confrontarse, ponerse de acuerdo y caminar juntos”, por esta razón su principal característica es la “confianza básica entre los interlocutores”.
El diálogo, es la premisa fundamental para la sana convivencia, pero no debe ser nada más intergeneracional, también debe practicarse entre los miembros de una misma generación, los jóvenes con los jóvenes, los adultos con los adultos. Empezar al interior de la familia entre los esposos para solucionar las diferencias naturales de su carácter, de su forma de pensar, especialmente en las situaciones difíciles que los estresan y a veces les hacen elevar el tono de la voz, ya sea por las dificultades económicas, de salud, o en la dirección de los hijos. Es necesario respetar mutuamente su individualidad, su forma de ser, de pensar, para llegar a acuerdos en todo momento.
Los jóvenes entre sí, en especial en aquellos aspectos que los apasionan y su lucha contra la injusticia, para usar en todo momento las armas de la razón, los argumentos, y especialmente el amor al prójimo, con sus hermanos, con sus amigos, para hacer ver lo que está mal y encontrar juntos las soluciones.
El segundo camino es el de la instrucción y la educación. La instrucción es la enseñanza del acervo científico, tecnológico y cultural que recibimos en la escuela para conocer mejor la naturaleza y la sociedad, con el objeto de desempeñarnos correctamente en el trabajo. En la actualidad la instrucción se da en ambos sentidos, ya que los mayores, de manera tradicional comparten el conocimiento acumulado, pero los jóvenes se encargan de transmitir a los mayores las novedades tecnológicas que dominan con mayor facilidad, y así, culturalmente se complementan ambas generaciones.
La educación se da en el aspecto ético, es la transmisión de los valores de manera vivencial, se realiza sobre todo en el seno familiar, e incluye los aspectos religiosos. Esto es fundamental para el desarrollo de los individuos, pues solo así puede conocer de manera íntegra la realidad material y espiritual del mundo, al tiempo que se convierte en una persona libre, capaz de tomar sus decisiones propias.
Por estas razones, el Papa Francisco especifica que instrucción y educación son “los principales vectores de un desarrollo humano integral”, son las bases de una “sociedad cohesionada, civil, capaz de generar esperanza, riqueza y progreso.”
El tercer camino es promover y asegurar el trabajo. Aquí conviene recordar que, en la encíclica Laborem Exercens, el Papa Juan Pablo II, precisó que el trabajo tiene un sentido objetivo, en cuanto el hombre transforma la naturaleza para hacer determinados productos que le ayuden a satisfacer sus necesidades materiales, además de que es un medio para obtener el salario que llevará sustento a su familia. Pero también, tiene su aspecto subjetivo, en cuanto el trabajo contribuye “a la realización de su humanidad, al perfeccionamiento de esa vocación de persona, que tiene en virtud de su misma humanidad” (n. 6).
En este aspecto, nos explica el Papa Francisco, corresponde a los empresarios, de cualquier nivel, generar esas fuentes de trabajo, y al gobierno apoyar su correcto desarrollo, así, juntos, la sociedad en su conjunto une “las ideas y los esfuerzos para crear las condiciones e inventar soluciones, para que todo ser humano en edad de trabajar tenga la oportunidad de contribuir con su propio trabajo a la vida de la familia y de la sociedad”. Para ello es necesario promover “condiciones laborales decentes y dignas, orientadas al bien común y al cuidado de la creación”.
También hace un llamado a los gobernantes para que promuevan “un justo equilibrio entre la libertad económica y la justicia social”, como un complemento de la actividad de los particulares.
Destaca que todos pueden encontrar en la doctrina social de la Iglesia orientaciones seguras para seguir estos tres caminos, y exhortó a los hombres de buena voluntad, para “que sean cada vez más numerosos quienes, sin hacer ruido, con humildad y perseverancia, se conviertan cada día en artesanos de la paz”, a través del diálogo, la educación y el trabajo, los instrumentos de una paz duradera.
Phillip H. Brubeck G.
People Comments (2)
Lourdes Brubeck Gamboa enero 2, 2022 at 3:17 am
Buen análisis y objeto de reflexión. L no es algo externo, se construye desde el interior mismo de cada individuo
admin enero 3, 2022 at 5:28 am
Así es, la construcción de la paz empieza por uno mismo. Si yo tengo paz y armonpia en mi ser, es lo que voy a transmitir a los demás.