MENSAJE EN UNA BOTELLA.
29 de octubre de 1845.
Querida esposa, Estefanía:
En el momento que se levantan las olas y el viento no amaina, te quiero pedir disculpas, porque no he estado ahí para ser tu hombre, he sido aquel que siempre ha estado ausente, porque he vivido en alta mar.
De la inmensidad del océano te escribo estas letras, con un corazón dolido y consternado, por el tiempo que he desperdiciado, al no poder sostenerte en mis brazos y no haber sido parte real de tu vida.
Me vienen a la mente los momentos felices que pasábamos juntos, cuando venía en la embarcación que me traía desde altamar a tus brazos en tierra. Han sido los más gratos recuerdos que tengo, sin embargo en la soledad de la lejanía, te debo ser honesto, en este último instante, porque no sé si pueda volver a verte.
Sucede que en este momento atravesamos el Estrecho de Magallanes y a nuestra embarcación se le ha cortado el velamen, no tiene arreglo con esta tempestad, ya se han perdido ocho hombres en el intento y no hemos sido capaces de gobernar la nave en el mar; el capitán hace su mejor esfuerzo, mas la tormenta ruge sin piedad a nuestro alrededor, creo que moriré en este lugar, no sin antes decirte, lo que siento por ti, Estefanía.
Esposa mía, en todo este navegar, de marea en marea, me he dado cuenta que el inmenso amor que siento hacia ti, es tan profundo, que las palabras se hacen pocas, pero soy tu esposo y como tal te debo revelar, para que no creas que no he sido leal contigo, tengo otras hijas aparte de las nuestras, a ellas nunca les ha faltado nada, siempre he querido ser un buen padre; aunque ausente, he sabido llevar el pan a mi hogar. ¿Y por qué te digo esto con tanta soltura?, no deseo que te lleguen con historias baratas desde alta mar, es mejor que lo sepas por mi puño y letra.
Al estar lejos, me fui enredando en diferentes puertos y lo único que hacía, era pensar en ti, y de pronto, me di cuenta que tenía otra mujer entre mis brazos, pero no quería romperte el corazón, ya que nuestra familia es lo más importante para mí y no creas que esto, que te confieso, es porque estoy en las horas de mi muerte.
Siempre quise decirte la verdad de lo que estaba sucediendo, pero al mirar tu rostro esperando en el atracadero cada vez que llegaba mi velero, se me hacía un nudo en la garganta en las noches cuando me preguntabas: “¿Qué te pasa?”, al momento que me veías sollozando, no te puedo describir el dolor intenso que padecía mi alma sin poder revelar este secreto que he llevado por años dentro, contártelo hubiera sido perder todo el esplendor de mi corazón que son ustedes.
Por fin, un hálito de calma, no ha cesado el temporal, pero hemos quedado en su centro, no hay tiempo para pedirte perdón, no hay lapso de vida para decirte que te amo desde lo más profundo de mi ser. En esta calma que está antecediendo a nuestro final, he decidido darme un tiempo contigo, aunque sea en la letra, desde estas penosas aguas de mi alma, no pido que me sigas amando, solamente que me entiendas, porque la soledad del mar que tanto he querido y las diversas cosas que he visto y he vivido, me han llevado a recordarte, a cada instante que mi nave cruza el ancho y azul mar.
Esa figura que hace palidecer a las bellas musas, que he podido encontrar en mis viajes eres tú, a quien no olvido, ni olvidaré; tus suaves manos que he sentido en mi cuerpo, cuando nos acariciamos al amar, son un recuerdo de tu existir en mi vida; me viene a la memoria tu boca besándome, ha sido infinitamente imborrable, porque tus labios de carmín han sabido llenar los espacios vacíos que tenían los míos. Solamente esta mar ha escuchado gritar el amor que te profeso, con angelitud esplendorosa de vida y vivencias que me hacen recordarte a cada instante.
En este suave movimiento de olas con el crujir de las maderas del navío, te digo el amor constante que he tenido hacia nuestras hijas, sin dejar de pensar cada segundo en ellas, siento sin embargo, que les he fallado como progenitor, y que debes darles un mensaje del hombre que fue su padre, decirles que las amo con todo el corazón y pase lo que pase, desde donde esté las cuidaré siempre.
Se ha desatado nuevamente el temporal, sorbiendo mi último trago de ron y encomendándome a Dios, te amaré por siempre, Estefanía.
Tuyo por la eternidad, Felipe, tu esposo.
René Julio Milla Auger.