Corazón marchito

CORAZÓN MARCHITO

La señora era bella al inicio de sus cuarenta, los hijos y la edad no habían hecho gran merma en su físico, dejando ver que en su juventud fue hermosa. Como de costumbre, su marido se le acercó para despedirse de ella con un beso, pero con un movimiento rápido, inconsciente, la mujer esquivó la caricia que iba dirigida a sus labios, para dejar que se depositara suavemente en su mejilla.

En las pláticas con sus amigas, éstas se quejaban constantemente de la infidelidad de sus maridos acostumbrados a una sociedad de consumo sexual donde la mujer es un simple objeto de placer a la que hay que robarle las caricias y el dinero fruto de su trabajo, por lo que ellas en la charla se aconsejaban inútilmente sobre mil estratagemas para detenerlos en casa e intentar hacerlos pagar por lo menos los gastos indispensables para la manutención de los hijos.

Ella compartía la indignación de sus amigas, sin embargo se sentía orgullosa de que su marido no era como los otros, si bien él era cariñoso y en ocasiones especiales le enviaba flores a la oficina, también la auxiliaba en las labores del hogar, el cuidado de los niños y no se desbalagaba para emborracharse con los amigotes.

Cuando llegó su esposo por la tarde, igual que en al mañana, con un movimiento rápido de la cara, eludió el beso, y con el pretexto de que estaba calentando la comida para servírsela, rompió el abrazo de él.

No es que no amara a su marido, simplemente ya no sentía la misma ansiedad, el mismo ardor de hacía un par de años, ya no se le antojaba nada, por eso en la noche, por costumbre y quizá por un cansancio acumulado en la oficina y la casa, cuando ya regresaba del trabajo el señor, ella estaba acostada y dejaba que cenara sólo o con los niños, y las más de las veces cuando él se metía en la cama ella estaba ya dormida.

Incluso en sueños, cuando él la buscaba para darle un abrazo y dormir unido a ella como antaño, automáticamente sus manos se movían a proteger aquellas partes más sensibles a las caricias, y se volteaba rígida, escurriéndose hasta el extremo de la cama, desalentando así por completo cualquier posibilidad de mayor intimidad.

Esto ya era una rutina, su gesto se estaba avinagrando, el tono de voz, antes dulce y solícito, ahora era brusco, a la defensiva, con el regaño en la punta de la lengua y siempre dispuesta a defender lo suyo como una fiera, escurriéndose a cualquier manifestación de cariño, para no dejar que se le fuera.

No sabía lo que le estaba sucediendo, ni siquiera se había entretenido en analizar su situación personal, preocupada en cómo defenderse de la compañera de trabajo que siempre estaba viendo cómo sacar provecho de las demás, o por la amiga a la que su marido la había abandonado por una mujerzuela horrible y corriente, o por la otra que siempre estaba con el Jesús en la boca porque no le alcanzaba el dinero para satisfacer las necesidades mínimas de sus hijos.

En el interior siempre estaba orgullosa de su marido, no solamente lo admiraba, sino que lo amaba profundamente, a pesar de tener dificultades para externárselo. En cualquier oportunidad se ufanaba de él, al decirles a sus amigas que era totalmente diferente, porque siempre le daba el dinero que se necesitaba en la casa y más, dedicaba por completo su tiempo libre a ella y los niños, le auxiliaba con el quehacer de la casa.

Resignado, el señor aceptó que no debería esperar una respuesta positiva de su esposa a sus múltiples demostraciones de cariño, por lo que poco a poco las fue retirando o restándoles efusividad, y por las noches esperaba hasta el último momento del cansancio para acostarse, cuando ya ella le reclamaba su presencia en la cama, con el pretexto de que no la dejaba dormir. Otras veces, para evitar cualquier posibilidad de conflicto, se acostaba a la hora en que ella se lo pedía, a pesar de no tener sueño, aunque a veces se levantaba para ir a leer en la sala.

Una noche, ella no podía conciliar el sueño, el noticiero de la televisión había concluido y estaban transmitiendo la última telenovela, altamente cargada de erotismo e infidelidades conyugales. De pronto se dio cuenta que no estaba su marido en la cama. Mecánicamente le exigió se acostara y le reclamó que no la dejaba dormir. Quería que la besara, que la acariciara, deseaba sentirse amada, y a su vez echar afuera todo lo que sentía, pero no encontraba la forma de hacerlo, no se atrevía a iniciar las demostraciones de cariño, pero también se negaba a pedirlas, por el temor de ser rechazada.

Guardó silencio, esperó a que el marido se metiera entre las sábanas y se durmiera, apagó el televisor y se acurrucó poco a poco entre los brazos de su esposo, con suavidad, para dormir sintiéndose segura y amada, y en silencio le gritaba ¡bésame!, ¡abrázame!, ¡acaríciame!, quiero sentirte en todo mi ser, nunca dejes de amarme que yo nunca lo he hecho.

Phillip H. Brubeck G.

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