Cuento: ¡Corre idiota!

Día de muertos

¡Corre, idiota!

Día de muertos

He comprendido, no dejo de aprender, y sé que aún me quedan muchos ojos por abrir y que todo está ahora a mi alcance. No había imaginado nunca tal satisfacción, no habría podido. Mi cuerpo, el que me perteneció, yace, más feo que nunca, en el paso de la habitación al pasillo. El tuyo, anonadado pero vivo, apenas puede respirar, aterrado. Así fue el reparto: tú susto, yo muerte.

Igual que ahí se maneja el espacio, basta con un leve movimiento para cambiar de posición, se maneja aquí el tiempo. No quiero que fluya, me deleito en el instante en que vi tu interior y supe que ese hombre que aún veo es una de las cabezas más pobres que camina. Tienes tantas carencias que distas mucho de la normalidad, pero has pasado siempre desapercibido porque la gente, mientras vive, sólo aprecia ciertas habilidades motoras, un aspecto corriente y poco más. Tú, el que me contempla, el que sigue paralizado frente a lo que ya sólo es mi cuerpo, ahora roto, eres un discapacitado emocional casi total; una de esas anomalías de la Naturaleza que no debería gozar del derecho a nacer, no debería haber sido viable, igual que no lo es un feto incapaz de desarrollar unos pulmones o una red nerviosa y desemboca en aborto espontáneo. Pero resulta que la Naturaleza, tan admirada, avanza a trompicones, es un cúmulo de errores, una fábrica de imperfecciones, no siempre evidentes. Acabo de descubrirlo y para eso he tenido que morirme; bienvenido sea el paso, que me permite un estado superior. Lo malo es que como tú, hay demasiados.

Eres un imbécil auténtico, Pedro, nada más que un imbécil. Desde ese punto de partida, ya se comprende tu egoísmo, tu mal carácter, tu soberbia, tus… desviaciones, por decirlo de alguna manera. Yo lo fui también, me creí tus memeces, acaté tus abusos. O no tanto, porque en realidad, algo vislumbraba y a punto estuve de largarme un par de veces; si no lo hice fue por la carga de mi madre. Total, ahora sí que se verá en un asilo de beneficencia y, para su consuelo, se morirá en cuatro días. Más que una carga, mi madre me supuso una presión: creía yo que el disgusto de verme separada la llevaría a la tumba ¡Qué obsesión con evitar la muerte, caramba! Atrevida que es la ignorancia, nada más. O fui más tonta aún que tú, porque tenía capacidades y me dejé avasallar. He de descifrarlo, cuanto antes, no tardaré. Esto parece el paraje del conocimiento, buena sorpresa.

De todas formas, mi problema no fue tanto ella como el malhadado hecho de haberme enamorado de ti y no haber sido capaz de quitarme la venda que a muchas mujeres se les acaba cayendo y a mí no, todavía no sé porqué. Asumo mi culpabilidad, nunca debí consentir ni un atisbo de vejación, mucho menos de daño. Sin ser tonta, me comporté como la más, tal vez llegue a comprender eso en algún momento y pueda perdonarme.

Me harán la autopsia, lo lógico. Arrástrame, llévame hasta el final de la escalera, que de todas formas nadie se creerá que me caí, que me rompí un brazo y la cabeza sin ninguna otra magulladura en el resto del cuerpo. Pero no se te ocurrirá otra cosa, dirás que sí, que me caí y así te delatarás. No vas a contar tu costumbre de amarrarme y golpearme, claro, de retorcerme el cuerpo hasta conseguir tu placer con mis gritos, y que hoy se te fue la mano, quisiste creer que mi brazo era una astilla que se podía partir, sin más, que me arrojaste, cuando me desmayé de dolor contra la pared y que el borde de la estantería me hundió la nuca. El análisis de mi rostro descubrirá la lumbre de tus cigarrillos, no podrás evitarlo, aunque jures que las heridas me las hacía yo con las uñas, mientras veía la televisión. Nunca confesarás que convertiste mi alcoba en torturadero y que acabó en patíbulo.

¡No le pegues al perro! ¡No te ensañes con él! Deja que se acueste al lado de ese cuerpo maltratado al que adora porque le daba cariño y comida. Deja que intente reanimarlo con el hocico, deja que lo acaricie con su pata… déjalo que llore, de alguna manera tiene que exteriorizar su pérdida. El perro sí me quería, todavía me quiere, sin ser consciente. Tú dedicaste tu vida a buscar migajitas de placer físico por el camino más retorcido que encontraste, por medio de mi dolor. No odies al perro, zopenco, esos celos del animal te rebajan, pero jamás lo entenderás. No puedes.

La pena es que cuando te mueras, es posible que te sea concedida la Luz y eso, fíjate, eso me va a molestar. Ya he sobrepasado el dolor físico, pero todavía me encadenan los sentimientos, y ahora que me es dada la elección entre atormentarte hasta acabar contigo, o abandonarte a tu suerte, creo que voy a inclinarme por la segunda opción: quiero que vivas, cuanto más mejor, a tu libre albedrío, con tus limitaciones como castigo, con el eterno susto en el cuerpo. Noche de tomar alternativas, ya ves, elijo para ti una vida rastrera. No te quiero a mi nivel.

Bueno, ya has colocado el cadáver casi en el salón; pobre estúpido. Ya, ya sé que pesaba mucho, tú encontrabas tu goce en mi sufrimiento y yo en la mayonesa y el chocolate. Ahora llamarás a los vecinos, no tendrás que fingir que estás aterrado, eso te saldrá bien.

¡Que no le des patadas al perro! ¡¡Bruuuutoooo!! ¿Qué? ¿Te da miedo una simple corrientilla de aire helado? Claro, como están cerradas ventanas y puertas… vaya con lo sobrenatural. ¡Qué interesante! ¡Resulta que puedes percibir mis carcajadas como un soplo gélido! ¡Corre, corre, idiota! ¡Pero no se te ocurra caerte! ¡¡Coooorreeee!! Sí, sí, aún más glacial, la bocanada… sí, sí, es más rápido mi aliento que tus patas, ¡mentecato!

No, no voy a perseguirte mucho, no hará falta, te pasarás el resto de tu vida huyendo. Sé que soñaras con esta escena a menudo, que despertarás empapado en sudor y encogido de frío, que sentirás el soplo pasar y que volverás a oír mi risa mientras vivas, sobre todo por las noches, la oscuridad ahonda los miedos. Recorre tu vida como puedas, tal vez en la cárcel te sientas más seguro, nunca se sabe. Por última vez, mientras echas la última ojeada a la que fue tu casa, te lanzo mi hálito helador: ¡¡Coooorreeee, idiooootaaaa!!

¡Mira hacia delante, cretino, que no ves el coche que dobla la esquina! Pues claro que es la policía, ¿no lo esperabas? Buena reacción, tumbarte sobre su morro azul y blanco, menos mal que han frenado a tiempo, sólo has conseguido una detención teatral, ellos no saben que en el fondo buscas protección. Sí, ayudó mucho a la puesta en escena el resquebrajamiento del parabrisas, pero no es tuyo el mérito, había un antiguo impacto en el cristal, de una piedrecilla de la autopista, y el choque térmico entre mi exhalación y el calor del interior hizo el resto. No creo que se te olvide, la noche de hoy. ¡Espectaculares esos pequeños cortes en la cara, esos hilillos de sangre! ¿Qué? ¿Disfrutas más como víctima o como verdugo? ¡Quién me lo iba a decir, que es mucho más satisfactoria la muerte que el susto!

Me voy, me aburres. Quiero aprenderlo todo: el porqué actúa la gente, el cómo funciona el Universo… el bosón de Higgs, por ejemplo. Entre otras muchísimas cosas.

Eva Barro.

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