LAS IGUANAS.
En cierto lujoso hotel de Cancún, de hermosos jardines, espléndida playa de arena blanca y mar de aguas azules y verdes, tranquilas vivían una familia de iguanas que solían gozar del sol y orgullosas posar como si fueran estatuas de bronce con la cabeza erguida e inmóviles; eran la atracción de los turistas que gozaban tomándoles fotos mientras permanecían quietas con su figura imponente, luciendo su belleza.
Una niña traviesa que se hospedaba con sus padres en el hotel, jugaba en los jardines y cuando veía a las iguanas, gozaba tirándoles lo que encontrara a la mano para hacerlas correr a esconderse, principalmente a la más pequeña porque era la más tímida.
Esta niña, además de traviesa, solía mentir con frecuencia a sus padres y cuando le preguntaban “¿Dónde estabas?”, ella respondía cualquier cosa que se le ocurriera en ese momento para ocultar sus travesuras, nunca decía que molestaba a las iguanas para ver dónde se escondían y continuar molestando a la más pequeña¸ pero decía a sus padres que había ayudado a una señora con su bebé mientras se vestía, o que estaba leyendo el libro de cuentos que recibió la última Navidad. Siempre encontraba alguna respuesta falsa para explicar su ausencia.
La iguana más pequeña se quejó con su padre, la iguana más grande e imponente, cuyo trabajo era posar para los huéspedes del hotel y así no les faltaría alimento ni refugio a la familia de iguanas.
Un día la niña arrojó un vaso de agua a la pequeña iguana que apresurada se escondió entre las matas del jardín, la niña siguió tirándole piedritas a la iguanita, pero por más que ésta se escondía, siempre la encontraba para continuar molestándola. Temerosa, la pequeña iguana buscó refugio con su padre, quien protector se enfrentó a la niña para sorpresa de la niña escuchó a la iguana padre que habló con voz ronca diciéndole:
– Deja de molestar a mi hija o te la verás conmigo.
Reponiéndose de la sorpresa, contestó la niña:
– Tú no me puedes hacer nada, le hablo a mi papá que es más grande y con su pistola te mata.
La niña cogió una piedra más grande y la arrojó a la iguana padre e intentó correr en busca de su padre, pero la iguana se le paró enfrente, repentinamente creció en gran tamaño y arrojó fuego por la nariz como un dragón. El fuego quemó el pelo de la niña, que asustada corrió en busca de sus padres.
Al encontrarse con ellos, la niña lloraba, sus padres asustados le preguntaron qué le había sucedido, ¿por qué sus cabellos estaban quemados?
La niña les dijo que la iguana mayor se había convertido en dragón y había arrojado fuego por la nariz. Semejante respuesta no fue creída por sus padres, sabiendo que con frecuencia les mentía y la ignoraban pensando que sus mentiras no tenían importancia, pero en esta ocasión al ver a la niña pelona y con los pocos pelos que le quedaban quemados en gran manera, insistieron en su pregunta.
– ¿Qué sucedió? Di la verdad.
Obteniendo la misma respuesta. El padre se disgustó más y regañó a la niña severamente. Ella no dejaba de llorar de angustia ya que diciendo la verdad no le creían, pues ellos pensaban que por traviesa se había metido donde están los calentadores del agua para servicio del hotel o en la cocina y por traviesa e imprudente se acercó demasiado al fuego.
Es importante recordar siempre que no debemos mentir, ya que, luego, aunque digamos la verdad, nadie nos creerá, y tampoco molestar a ningún animal para no recibir las malas sorpresas que pudieran darnos.
Beddy Gamboa Lugo.