El inspirador de sueños
A quien comprendió la vida antes del fin,
porque allí está nuestra verdadera salvación.
La ventana, por donde penetraba el olor a grama y pasto tierno, daba hacia la planicie que se perdía en torno a los ojos, cuando era contemplada desde la habitación. El jardín se vestía de las flores más bellas.
“El alma respira aromas; la vida, esperanzas.” Hoy, como ayer, le pediré a Rosita que me acomode la cama para contemplar la rosa roja:
—“¡Estás más linda!; ¡Qué hermosa eres! Me pregunto si mañana estarás allí, o yo dejaré este sitio que me ha tenido compartiendo con el silencio expresado en mi propio ser. Es maravilloso consentirte con mi…”
—¡Hola! ¡Buenos días! ¿Cómo te sientes hoy?
—¡Hola! ¡Buenos días! Bien, muy bien, ¿y tú?
—Seguro estabas hablando con tu rosa roja, ¿verdad?
—Sí, es encantadora. Llevo días hablándole; quiero convencerla que me regale uno de sus tiernos y suaves pétalos. Anoche soñé que me traía uno y lo colocaba sobre mi almohada. Era el obsequio más hermoso que mis manos habían acariciado vez alguna.
—Entonces quiere decir que te puedes acercar y tomar uno.
—¿¡Tú crees!? ¿Pero sabes que no puedo hacerlo?
—¡¿Cómo!? No entiendo. Recuerdo, hace unos meses decías: “Cuanto me gustaría que frente a la ventana…” Y tu deseo se hizo realidad. Cómo dices entonces que… Tú me has enseñado a hacer mis sueños realidad.
- ¡Lo siento!, tienes razón…
—Así me gusta, con entusiasmo harías sentir más orgullosa a quien se desprenderá de algo tan íntimo, como su propia piel, para compartirla con alguien especial como tú.
—¡Pobre flor!
—¡Pobre, no; dichosa! Nadie es pobre por servir; menos, por dar felicidad.
—¿Cuánto tiempo llevas cuidándome?
—Mucho antes que floreciera ese hermoso jardín que te encanta y consientes como un niño. ¿Por qué me lo preguntas?
—Por nada… Es que sabes lo que pienso y…
—Y nada, no te me pongas melancólico, porque cuando estás triste tu linda mirada se opaca y…
—Temo que algún día despiertes y no esté.
—No somos dueños de nuestro destino.
—Si tomamos las decisiones correctas, sí. No es posible que haya pasado por esta vida sin haber sido dueño de mi destino, pudiendo haberlo alcanzado con cada acto, cada decisión, cada…
—Pero somos humanos y nos equivocamos.
—Pienso que esa es nuestra peor excusa. Precisamente, el ser humano debería ser condición suficiente para alcanzar la perfección.
—A mí me gusta ser imperfecta, porque…
—Pero algún día tú y yo podremos ser tan perfectos que nos igualaremos a nuestro creador a su imagen y semejanza.
—¿Cómo lograremos algo tan, pero tan difícil?
—Con el aprendizaje de cada vida.
—Claro, y mientras menos vidas, más fácil se nos hará el camino.
—¡Esa es la idea!
—Entonces, ¿por qué estás preocupado?
—Estaba. Ahora soy feliz, y muy seguro de mi siguiente paso. Siento que el poco aliento que me queda, respira a través de ti.
—Eso suena precioso, pero no tienes por qué exagerar.
—La verdad nunca es exageración; es un ápice de lo que deberíamos ser. Me ayudaste a encontrarme con el ser más difícil y desconocido: yo; la tarea más importante de cuantas debemos completar para alcanzar nuestra evolución…
—Qué curioso, empezamos hablando de la rosa; y ahora de un tema tan complejo para quienes se debaten entre el “tener” y el “vivir.”
—Así es cuando se comparte con alguien que luego de despertar a la vida entiende qué es lo importante sobre lo trascendental. Pero sígueme hablando de la rosa roja, ¿Te parece?
—Si vuelvo a soñar con ella; insistiré en mi deseo…
—Ella te escuchará porque sabe que la mejor caricia es la que se brinda con el corazón.
—¿En serio? Y si me prestas tus manos, tus pies; quiero decir, tu…
—¡Lo que quieras!
—Entonces mañana será un día maravilloso.
—Bueno, ahora debo irme. Tengo pacientes que al igual que tú, hacen de mi trabajo algo especial.
—Vienes ahora, ¿no?
—Sí, claro.
—¡Ah!, por favor, antes de retirarte; hazme dos favores: Acomódame la cama; y llévale esto a Amable.
—Como no, encantada —respondió, sin dejar de ver algo extraño en aquella solicitud.
Rosita se retiró de la habitación, dejando en él un hálito de tranquilidad. Así lo había sido desde la noche que ingresó al recinto hospitalario, donde permanecía postrado en una cama, luego de aquel terrible accidente, cuando abandonaba el estadio, y el vehículo chocó contra un puente, luego de ser embestido por otro, que saltó del canal contrario.
Otros pacientes reclamaban su presencia para que les hablara, consolara; y sobre todo, acompañara en un momento donde la soledad es peor que la enfermedad. Recorrió el pasillo, entró al ascensor; mientras esperaba, observó el regalo que tenía en sus manos, sonrió al ver su foto entre aquel grueso de páginas. Instantes después entraba en la habitación infantil.
—¡Buenos días! ¿Cómo están los niños más lindos?
—¡Hola! —respondieron a coro el grupo de infantes, entre quienes se encontraba Amable, un niño de 10 años; su piel era escasa en medio rostro producto de un cáncer, y se mantenía cubierto con un vendaje especial.
—Aquí tienes, Amable. Te lo envió…
—¡El paciente de la cama 13! ¿Verdad? ¡Bravo!
—Sí, dijo que lo cuidaras; es un tesoro muy valioso que te habías ganado por ser tu amigo.
—¿Cómo está?
—¡Bien, creo que bien!
—Si es así, por qué lo dices como si estuvieras triste.
—Porque uno sólo se desprende de algo tan valioso, cuando está a punto de…
—¡Partir!
—Sí, Amable. Se está despidiendo. Tu responsabilidad es conservarlo, y cuando sientas que llegó tu momento, pásalo a otro ser digno como tú.
—¡Gracias! lo intentaré —agregó, no sin antes dejar que la tristeza le hiciera bajar el rostro. Pero duró poco, pues la insistente brisa que entraba por los amplios ventanales, abrió el álbum y una foto muy particular apareció en escena.
—¡Mira, es él! —Gritó con emoción—. No sabía qué…
—Sí, ese fue su pasado.
—Cuando la hayas visto, me la prestas, Amable. —Gritó Chicho—. La enfermera sonrió al ver la solidaridad, el compañerismo, que se crea cuando la necesidad es la dueña de la vida.
De nuevo tomó el pasillo para encontrarse escaleras arriba con las habitaciones de las Diosas —como decía—. Allí compartiría el almuerzo con sus compañeras, y pasaría la tarde contemplando el pasado femenino que se niega a dejar la madre tierra.
—Bueno y ahora me llevas al jardín, Princesa —dijo Adelaida.
—Como no, mi Reina. Ahora mismo te llevo para que te sientas libre como una paloma en ese rinconcito del universo que nos rodea.
La anciana sonrió, y se dejó llevar en la silla de ruedas. Las otras pacientes se unieron al grupo. Pronto la marcha femenina encabezada por Juanita se dirigía a demostrarle al universo cuán bien se sentían en compañía de su Ángel Guardián.
Luego regresó a culminar su jornada con el paciente de la cama 13, por haber llegado al centro asistencial un 13 de… Observó que un tenue reflejo de la luna se asomaba por el pasillo y daba hacia la habitación.
“Esto le encantará”.
Cuando ingresó lo halló en posición fetal.
—¿Cómo te fue con el encargo?
—¡Bien, Amable, Chicho… todos te lo agradecen!
—¡Qué bueno! Ahora debo descansar, mis energías se agotan rápido; no es suficiente decir que soy un ser que se activa con el sol; y se desactiva, sin él.
—¡Comprendo! ¿Te cierro la ventana?
—No, sólo corre la cortina, deseo que la habitación se impregne de la rica fragancia que emana el jardín.
—Pero te puede hacer daño el aire frío que aprovechará para colarse y…
—¡No importa! Él también tiene derecho a visitarme de vez en cuando; además, no sabe de enfermedad. Pienso que es frío porque nadie le da calor.
—Tú y tus cosas. A lo mejor tienes razón.
—¡Gracias por ser sincera conmigo. Pero, ¿por qué te da risa?
—Porque la frase es profunda, hermosa, llena de ternura…
—Sabes, estoy pensando en la rosa, ella también debe sentir frío. Y si no es frío al salir de aquí, como cuando recorre nuestro cuerpo; entonces puede llevarle algo de mi aliento, y sé que me lo agradecerá.
—De eso estoy segura.
—¿No sabes si hoy habrá luna?
—¡Sí, acabo de verla salir; pronto estará frente al jardín!
—Espero que entre a dormir conmigo como el sábado.
—¿Qué se siente dormir con una dama como ella tan linda, tan..?
—¡Luz!, que duermes con la luz más tierna y hermosa que existe en el universo.
—Debes ser el único qué duerme con la luna y lo reconoce.
—La última vez me sentí triste, porque la lluvia le impidió entrar; y sus lágrimas acallaron el silencio de la noche.
—¡Lo siento! Fue el día que no pude venir.
—Sí, fue una noche gris. Tuve pesadillas. Siento que cuando tú estás… y me lees un cuento, duermo bien; sueño bonito. A veces me pregunto ¿por qué?
—Porque ahora admiras las cosas sencillas y bonitas que antes no consentía tu corazón.
— ¡¿Qué hora es?!
— Las nueve…
—¡¿Me cuentas un cuento?!
—Sí, como no. ¿Alguno en especial?
—¡El inspirador de sueños!
La amable mujer se acercó a la mesa. En ese momento recordó… “Cuando haya partido de esta vida, ese libro será tuyo; consérvalo…”
—¡Gracias! Es muy bonito.
—Fue un regalo de mi padre cuando era niño.
—Entones tu padre te contaba cuentos…
—Todas las noches…
Tomó un ejemplar de fino empaste; entreabrió sus páginas, buscó en el índice el título sugerido por su interlocutor.
—Pero, ese no existe.
—Tampoco existía el de anoche, ¿verdad?
—Cierto, entonces lo…
—Sí. Sabes que me encantan; he leído, al menos sus títulos; y ninguno supera los contados por ti.
—No es para tanto. Sólo cumplo con mi trabajo…
—Con tu corazón; tu nobleza…
—Tu siempre con la buena intención y los buenos pensamientos hacia mí.
— Los mereces.
—¿Desde cuándo piensas así?
—Desde que siento que mi vida no es más que recordar su belleza; admirarla con la pausa que produce el dolor; el deseo que marca la angustia; la esperanza que trae la partida cuando conmueve el corazón; la seguridad de que tendré otra oportunidad de evolucionar hacia la perfección.
—Me complace escuchar eso.
—¡Bien! Dime, ¿estás listo para comenzar?
—Sí, pero antes bájame el espaldar de la cama.
—Prométeme que hoy no te dormirás, pues nunca conoces el final del cuento.
—Quizás por eso me gustan; parece el mismo cuento contado una y otra vez; que no envejece; que no muere; que… perdura. Te lo prometo: esperaré hasta el final, que es mi sueño, y este no existiría sin él y sin ti.
—A lo mejor, pero no olvides que esa promesa me la haces todos los días.
—Eres un ser de hermosas palabras y bellos sentimientos.
—Ahora si soy un hombre cierto; he reconocido mi verdad.
Ella sonrió y comenzó…
— “El Rey, preocupado por su salud, llamó a todos sus súbditos. Fue claro: que vengan todos. Hoy su Rey dejará el trono y quiere despedirse… La triste noticia comenzó a expandirse… Los viajeros no cobraron por el viaje. Era necesario, su Rey no sólo partiría, sino que les había dado suficiente alegría y felicidad. Los vendedores regalaban los trajes; querían que su Rey los viera de la mejor manera. Nada se comparaba con tanta paz. Largas caravanas cruzaban desiertos, ríos, montañas… para estar presente. Ningún rey habías sido tan fiel a su pueblo; tan difícil de vencer…”
El cuento avanzaba entre espacios, líneas, acción… en el vagón de la linda voz que lo conducía con ternura, hasta confundirse con el infinito de la noche. La amable enfermera interrumpió el relato cuando observó… Miró el libro, pasó una suave caricia sobre el empaste y lo apretó contra su pecho. Se acercó, tomó la sábana y la extendió hasta cubrir su cuerpo a la altura del cuello. Lo miró un instante, sonrió y se retiró, para dejar que la magia del cuento hiciera su noble trabajo.
“¡Hombre al fin! Nunca cumple su palabra. Pero eso es lo que los hace interesantes y amados; sobre todo, amados.”
—¿Hablando sola, señorita?
—¡Ah!, hola, disculpe, Doctor.
—¿Cómo está?
—Bien, Doctor, está mejor que nunca. Se ha dormido.
—¡Qué bueno! Me alegra. Los niños te esperan.
—¡Enseguida voy!
La noche continuó su recorrido, acompañada del sueño y la esperanza. El espíritu de aquel hombre estaba preparado para seguir su marcha, y en la madrugada un dulce pálpito lo separó de su cuerpo. La enfermera sintió en su corazón que algo había ocurrido y acudió de inmediato a la habitación.
“A lo mejor tiene una pesadilla” —pensó.
“No lo molestaré, sigue profundamente dormido”.
El vaso de agua yacía intacto. No había despertado como siempre a tomarla. Tampoco se había movido en la cama. Le encantó verlo así: tranquilo y sereno. Cuando vio que el reflejo de la luna daba hacia la cama, sonrió. Corrió la cortina y se retiró de nuevo a su lugar de descanso.
El día llegó a la ventana, y comenzó a llamar con el canto de las aves para que le abrieran. El silencio hablaba insistentemente en la habitación.
—¡Buenos días, ya amaneció!
Como no obtuvo respuesta, se acercó a la cama, y comprobó con tristeza que tenía razón. Tomó su mano derecha para pulsar, y un extraño frío recorrió su cuerpo. De súbito se contrajo.
—¡Feliz viaje!
Con tristeza, observó que un pétalo de la rosa roja estaba sobre su almohada. Comprendió y se alegró que su último deseo se hubiera cumplido. Pulsó el intercomunicador, y mientras esperaba la llegada del Doctor, tomó el pétalo, depositó en él un tierno beso y lo dejó en su lugar, para despedirse y seguir adelante, no sin antes enjugar sus lágrimas que, en silencio, le recordaban cuán dura era su propia verdad.
Tulio Aníbal Rojas.