El rapto de Alicia

El rapto de Alicia.

Todavía recuerdo aquel día, un domingo soleado, Monseñor Tulio Manuel Chirivella me había invitado para que lo acompañara a la ciudad de los lagos verdes: El Tocuyo. Por obligación se vio en la necesidad de manejar el Jeep, carro disponible en ese momento en el garaje de la casa arzobispal, ubicada en la avenida Los Abogados con la calle Doce, cerca del parque zoológico Bararida de Barquisimeto.

Como yo no sabía manejar vehículos sincrónicos, él condujo. El joven José Mantilla, apodado Cheo, era quien le conducía en sus diligencias; pero ese día no estaba en nuestra ciudad crepuscular. El sacerdote de apellido Calles de nacionalidad española, celebraba su cumpleaños, el cual coincidía con su fecha de ordenación al servicio de Dios y por ese motivo iríamos a acompañarlo en ese evento y compartiríamos con la feligresía quien le brindaría muchas sorpresas. En el transcurso del grato y maravilloso viaje, Monseñor y yo, hicimos un contrapunteo de chistes. Le contaba una breve narración graciosa y rápidamente, como un pensamiento fugaz me respondía con otro chiste.

Todavía en mi mente está grabada una pregunta que me hizo:

– ¿Conoces el chiste mexicano más corto del mundo?

Pensé que tal vez lo había inventado Phillip el director de la revista Bellas Letras.

– No sé cuál es el chiste mexicano más corto del mundo –respondí.

Monseñor me miró y luego estacionó el vehículo cerca de un aviso dónde se leía: “Bienvenido a Tintoreto”. Me volvió a mirar, suspiró y observó fijamente su mano y exclamó:

– ¿Qué hubo mano? –soltó una carcajada, se reía a todo pulmón.

– Ese chiste lo invento usted –le respondí al Monseñor Tulio Manuel Chirivella.

– No, ese me lo contaron en una de las reuniones en la parroquia, muy bueno –contestó mientras seguía riendo.

Cómo nos divertíamos en la literatura oral, contaba uno, otro y otro, tenía un repertorio de anécdotas graciosas era, un libro abierto como los del colombiano Facundo Lozano. Así llegamos a nuestro destino. La gente humilde del pueblo lo esperaba; al verlo, comenzaron a aplaudir y alegres decían:

– ¡Viva el monseñor!, ¡viva el monseñor!

Cuando nos bajamos del Jeep, me quedé atrás un poco tímido y rezagado. Lo seguían aplaudiendo y cantaban oraciones. Los ojos del caserío brillaban de alegría. Monseñor Tulio Manuel Chirivella al percatarse que yo estaba paralizado al ver tanta gente me dijo:

– Ven, ven, no te quedes. Sígueme.

Reaccioné y le seguí hasta entrar a la casa del padre Calles, casa amplia con un jardín de bellas rosas blancas y rojas.

La curiosidad es algo que te permite indagar, conocer y uno de los muchachos de confianza del padre, quien estaba en la casa con parte de la multitud, se acercó a Monseñor Tulio Manuel Chirivella y le pregunto:

– ¿Quién es ese señor que le acompaña y usted le maneja?

Hubo un silencio breve y el monseñor rápido le respondió:

– Es mi nuevo director del Instituto Diocesano en Barquisimeto.

Fue entonces cuando entendí para qué me había invitado, además de acompañarle para darme esa noticia, sentí mucho miedo, era un compromiso difícil, pero era un reto, pensé muchas cosas, veníamos entretenidos en el camino en lo que ahora llaman la risoterapia, técnica dónde fluye la alegría y se fortalece el sistema inmunológico tan importante para la salud.

Indudablemente el monseñor me preparó espiritualmente en ese mundo antes de darme esa noticia. Como él lo decía que su cuerpo se gastaría y desgastaría en trabajar por los demás.

El platillo volador venía de Saturno y estaba descendiendo verticalmente sobre el pueblo de Sarao, fundado por la bella Oriana.

La doctora Anyuri inyectaba a los habitantes la nueva vacuna contra el Coronavirus. Por fin dejaremos de usar tapabocas y volveremos a saludar con abrazos y besos en las mejillas. Los medios de comunicación centraban toda su atención a la ciudad de Trujillo en el Perú. Allí residía el joven médico Irwin Villanueva, quien con su bella dama Andreina, habían llegado de otra galaxia, traían la fórmula mágica que daba la estocada mortal a la terrible pandemia, casi año y medio con esta silenciosa e invisible plaga. La Pizarra de Pablo ya lo había anunciado: “El fin del Coronavirus”.

La profesora Alicia Lucena ya lo había comentado: La fórmula será descubierta aquí en la América del Sur, ella conocía la historia de los visitantes de otros planetas, ella fue secuestrada por uno de ellos y le obsequiaron la sabiduría, ella lo sabía y esquivaba las conversaciones referentes a la vida en otras galaxias.

El doctor Irwin para hacerse más humano, leía una Biblia donde se hablaba de Jesús y se pregonaba el perdón hacia el prójimo. La mayoría de los humanos tenían resentimientos, decían que perdonaban, pero en el fondo de sus corazones habitaba el odio, y se vestían de blanco porque practicaban el perdón, pero todo era una falsedad. El doctor Irwin estudiaba con su mente el fondo de los humanos y descubría que se ocultaba la personalidad con una falsa apariencia donde no existía la sinceridad. Se preguntaba cómo hizo Jesús después de ser azotado, golpeado, apedreado, castigado salvajemente y crucificado, dónde le decía a su padre: “perdónalos que no saben lo que hacen”.

José Argenis Peña Salcedo.

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