Ficción, realidad

FICCIÓN, REALIDAD.

No sé qué es más ficción, si mis cuentos, los sueños o la realidad.

Invadido por ejércitos detractores que todo amenazan, en los cuentos encontré un sinfín de políticos y burócratas, todos siempre inconformes porque la realidad no les satisface; por eso buscan mejorar y en sus labios brotan flores de cambio para el beneficio del país y la transformación de nuestra sociedad.

De pronto todo lo trastocan, unos dicen tenemos que cambiar, pero sus acciones nos muestran otras cosas; intercambian las formas para sostener la ambición del poder, el dinero fácilmente obtenido de facturas engordadas y programas enflaquecidos, igual que décadas atrás.

Por allá no falta el que reclama derechos de familia, logros corporativos, o simplemente exige un derecho, no sabemos si bien conquistado, para sí, sus hijos o la esposa, sobre un sillón en el Cabildo o en el Congreso, sin tener la preparación adecuada, aunque alaban al que sabe por su amplia experiencia, sin darle oportunidad para aplicarla.

Algunos moldes se rompen, aunque dicen que todos sirven, solamente es necesario aplicarles un poco de pegamento para que las ollas sigan iguales para llenar el estómago y algo más, de quienes pugnan que la historia permanezca sobre las mismas vías.

Ayer se alabó lo que hoy se condena; antes se criticaba lo que ahora es bueno. En pocas palabras, todo cuanto digas y calles, lo que hagas y omitas, forzosamente será usado en tu contra sin derecho a un abogado, pues solamente hay un culpable de todos los males del país como un zorro perseguido por la jauría.

A todo y a todos hay que oponerse, esa es la norma del mal político, no hace distingos entre los mil colores de la ropa de los que se ostentan como servidores públicos, toda vez que ninguno es el siervo de la patria como Morelos; no interesa si es bueno o malo; a nadie le importa que el país esté paralizado, al cabo que son puros cuentos.

En mis sueños no dejo de asombrarme de la capacidad que tienen los seres humanos para meterse en problemas, siempre dicen que es involuntario porque los demás son los culpables. Por eso los abogados siempre tenemos trabajo.

“Dios me perdone, no es por criticar, pero hay que decir las cosas como son”, especifica una comadre en la oficina “Fulanita así como está de gorda me cae de pesada”. Allá están doña cascabel, acompañada de la vieja coralillo y la señorita cobra aniquilando cualquier tipo de competencia, mientras que la anaconda, de diámetro elefantástico, se las come vivas a todas y el señor alacrán inyecta su veneno para paralizar a su vecino.

“No soy monedita de oro para caerle bien a todos”, canta con singular alegría una que sin cooperar ni pedir permiso se lleva el almuerzo del compañero, porque éste que es un bruto dejado tiene la obligación diaria de mantenerlo; y otro se molesta por la alegría sincera y espontánea del compañero que vive en armonía consigo mismo.

Me asombro de tantos pleitos, unos en la casa porque al señor no le gustó la sopa o la señora quiere al marido a su lado como una marioneta. Otros en la calle, por el abusón que se siente dueño de todo e invade la entrada a la cochera y como el zorrillo después se enfada porque le dicen que huele feo cuando le piden que mueva su vehículo, mientras que otro derrama la basura en la banqueta, uno más con sádico placer pintarrajea las paredes, y los conductores quieren siempre ser los primeros en pasar. Muchos más en los centros de trabajo, porque les molesta aquel que supo ahorrar y todavía trae dinero al fin de quincena; porque les corroe la envidia a las fodongas de que Sutanita sepa arreglarse como si fuera a conquistar a su marido después de diez años de matrimonio, por lo que le inventan que anda de amante del más amable del lugar. No faltan los intrigosos que llevan sus chismes y pleitos de vecindad hasta el gobernador y los juzgados, sin permitir que nadie los logre conciliar.

Las imágenes se suceden unas a otras en la vorágine freudiana salpicada con las páginas kafkianas y tintes maquiavélicos.

Estoy sudando, la respiración agitada, al parecer hubo un grito, mi esposa enciende la luz y mi pequeña de ocho entra en la habitación.

–¿Te pasa algo papito? No te preocupes, sólo fue una pesadilla, reza tus oraciones y verás cómo te cuida tu angelito de la guarda –me aconseja la chiquitina con las mismas palabras que le digo en circunstancias similares.

“¡Qué fácil es!” me dicen los cuentos en medio de los sueños, “dar gusto a la gente”, mi esposa me pide una caricia, mi hijo un tiempo exclusivo y la niña que juegue con sus muñecas a que yo soy el hijo y ella la mamá. Fracciono mi tiempo, todos a gusto y yo me quedo con un poquito para mi intimidad.

Qué fácil es, saludo al vecino, comprendo las prisas de los demás, iguales a las mías, pero que no me impiden ser cortés y caballeroso a la usanza antigua, anterior a la liberación de la mujer.

A mis compañeros de trabajo los trato bien, a todos por igual, sin importar jerarquías, y todos así me responden de la misma manera para trabajar en equipo. A mis competidores los hago mis amigos, al cabo que hay oportunidades para todos en este pequeño mundo.

–¡Hey, m’hijo! –me susurra una voz al oído mientras me menean suavemente- despierta, ya está caliente el agua para que te bañes, se nos va a hacer tarde para llevar a los niños a la escuela.

El agua tibia recorre todo mi cuerpo para reanimar mis sentidos, mientras en mi mente me cuestiono: ¿Qué es más ficción, mis cuentos, los sueños o la realidad? y le pregunto a Erasmo ¿dónde está el origen de la estulticia?, ¿en mi mente o en la naturaleza?, ¿por qué tanto elogio a la locura si hace a un lado a la cordura y el amor?

Phillip H. Brubeck G.

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