Cuento: Detente, mira y vuelve.

Cristo

DETENTE, MIRA Y VUELVE.

Cruz

Con tanto problema a diario se me ha olvidado concentrarme en la oración. ¿Será que no tengo suficiente fe?…

Apagó la alarma del reloj, de inmediato se sentó al borde de la cama, estiró los brazos para desperezarse; como de costumbre se persignó y mentalmente agradeció a Dios haberle permitido despertar a un nuevo día.

Diez minutos después se sirvió la primera traza de café recién hecho. En su ánimo persistía una sensación de inquietud por los sueños que había tenido esa noche, no los recordaba con precisión. Uno estaba relacionado con una junta de trabajo a la cual debía asistir, pero no atinaba a llegar a la sala donde ya se estaba efectuando, los pasillos se alargaban, las salas se multiplicaban, pero nunca llegaba. El otro era sobre acciones pecaminosas que estando consciente jamás atravesaban por su mente; esto el preopcupaba aún más al pensar que podría llegar a ese tipo de conductas, pues las traía enquistadas en el subconsciente. Le daba miedo que por alguna razón se convirtiera en uno de esos monstruos de doble personalidad salidos de las series policiacas de la televisión.

Sin faltar a su costumbre, rápido bendijo y comió el desayuno, tras lo cual salió corriendo al trabajo. Tenía ya un par de meses con ese ritmo de vida, en la empresa habían realizado un recorte de personal, por eso le incrementaron la carga de trabajo, casi siempre salía una o dos horas después de su horario normal, pero no le pagaban las horas extras (a un compañero que las había exigido le advirtieron que si no estaba contento con su sueldo podía buscar ocupación en otro lado donde pagaran mejor).

La gasolina, el gas, la energía eléctrica, la carne, las verduras, todo había subido de precio, menos su salario. Las deudas lo agobiaban, había quincenas en que no alcanzaba para atender las necesidades de la familia.

“Detente un poco de esa agitación, y de correr sin sentido, que llena el alma con la amargura de sentir que nunca se llega a ningún lado. Detente de ese mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de los hijos, el tiempo de los abuelos, el tiempo de la gratuidad… el tiempo de Dios.”*

Todos los días era lo mismo, de lunes a viernes, al caer la tarde llegaba a casa, sin ánimo de nada, no obstante el par de horas que podía convivir con sus hijos le pintaban en su rostro una chispa de alegría, le platicaban los sucesos del día, verificaba el cumplimiento de las tareas escolares, luego, un pequeño momento de diálogo con su esposa antes de dormir. Los sábados disponía de las tardes para atender pendientes de la casa; los domingos después de la misa iban al supermercado para surtir la despensa, comían y descansaban en casa. La misma rutina a veces rota por una fiesta o reunión sabatina con los amigos.

Precisamente ese sábado habían ido de visita a casa de un compadre. Los hijos de ambos matrimonios tenían casi las mismas edades, eso les había permitido consolidar la amistad entre los niños, así, mientras estos jugaban, los adultos podían platicar tranquilos en la sala. Hubo un momento en que la comadre se levantó para ir a la cocina; regresó con una charola con más botanas y refrescos, así como una hojas con una reflexión que había bajado de internet.

“Mira el rostro de nuestras familias que siguen apostando día a día, con mucho esfuerzo para sacar adelante y, entre tantas premuras y penurias, no dejan todos los intentos de hacer de sus hogares una escuela de amor.”

Cuando regresaron a casa los hijos no tardaron en ir a dormir. Todavía conversó un poco con su esposa en la cama, apagó la luz, se persignó y dio gracias a Dios por el día que concluía, el sopor le cerró los ojos. Al poco tiempo el sueño se escapó, esto le sucedía cuando las preocupaciones le obsesionaban. Se levantó y se fue al comedor para no despertar a su esposa, sobre la mesa vio el escrito que le había regalado la comadre, y se puso a leerlo, a ver si así le daba sueño nuevamente.

Era la homilía del Papa Francisco de la misa de bendición e imposición de la ceniza, así cayó en cuenta que ya habían transcurrido cuatro semanas del inicio de la Cuaresma. En todo este tiempo no había tenido oportunidad de hacer un alto para reflexionar sobre la pasión de Cristo, mucho menos se acordaba de la última vez en que se había abstraído por completo en la meditación.

No es que fuera un mal cristiano, seguía una vida normal sin hacer daño a nadie, no se olvidaba de Dios, los domingos siempre participaba en la misa; cotidianamente con actos pequeños, desperdigados durante el día, a veces le ofrecía la jornada por alguna intención, otras le pedía ayuda para aguantar el ritmo de trabajo o para solucionar los problemas económicos.

Intentaba recordar la fecha de la misa en que el sacerdote recalcó la importancia de confiar en Dios. “Sí -pensó-, Dios me va a ayudar a salir de esta situación difícil, pero como dice el dicho: «a Dios orando y con el mazo dando», yo tengo que trabajar duro para hacer mi parte, no me puedo quedar con los brazos cruzados y esperar que todo me llegue del cielo. Muchas veces me desespero, la angustia me gana, ¿no sé si esto sea falta de confianza en Dios? El problema es que las posibles soluciones se entorpecen porque dependen de otras personas que nada ayudan; de mí no ha quedado. Con tanto problema a diario se me ha olvidado concentrarme en la oración. ¿Será que no tengo suficiente fe?…”

“¡Vuelve!, sin miedo, a los brazos anhelantes y expectantes de tu Padre rico en misericordia que te espera.”

Sus reflexiones continuaron y con ellas retornó la confianza, una vez más resonó en su corazón la frase de Abraham: «Dios proveerá». ¿Cuándo? ¿Cómo? Quién sabe. Algo le decía que cada cosa llegaría en el momento oportuno.

Por lo pronto le era necesario encontrar esos minutos especiales de intimidad con Dios, para hablar con Él, para escucharlo. Sabía que no le era posible sustraerse del ritmo de vida, de sus obligaciones laborales y familiares, pero siempre podría encontrar unos minutos de silencio para respirar profundo, serenarse, concentrar sus pensamientos en Cristo para platicarle sus sueños y luego callar para escuchar su mensaje en el suave rumor de la brisa nocturna.

Phillip H. Brubeck G.

________
*Homilía del Papa Francisco en la misa de bendición e imposición de la ceniza el 14 de febrero de 2018.

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