Cuento: El despertar del amor.

Primer amor

EL DESPERTAR DEL AMOR

Primer amor

A final de cuentas 14 de febrero, San Valentín. Qué romántico era todo eso para ella que se movía de un lado para otro entre el césped y los macizos de flores, observando todo, mientras esperaba a su amado.

Ya era necesario un descanso, la maestra los había estado atormentando con las matemáticas durante las dos últimas horas, insistía mucho que si querían ganar en la Olimpiada del Conocimiento Infantil tenían que dominarlas. Pero era excesivo lo que les estaba haciendo, porque además los números se negaban a comunicarle su secreto encanto a Fátima. A lo mejor estaba tan secreto que nadie lo podría encontrar. Bueno, ni tanto, porque su hermano mayor que ya estaba en la preparatoria no dejaba de jugar con los números, pero eso no era para Fátima, a quien le encantaban las poesías, los cuentos, la música, el baile, la cocina y las ciencias naturales, porque no tienen la frialdad de los números y le permiten ser como ella quiere, expresar lo que es desde lo más profundo de su intimidad.

Rápido metió en la mochila los útiles que tenía sobre la mesa, le quitó el seguro a la lengua y empezó a hablar con su compañera, tenía la necesidad de echar afuera las palabras en torrente después del silencio en que la habían mantenido.

Al salir del salón el sol la recibió de frente, brusco, para cegar sus ojos que despidieron una chispa de chocolate, y los rayos lumínicos le hicieron cosquillas en la nariz.

– A… a… ¡achiú!… a… a… ¡achiú!

Se frotó la nariz para quitarse el cosquilleo que la había sacado además un par de lagrimillas. De pronto se separó de sus amigas y se fue corriendo al fondo del patio, se acordó que había quedado de verse con Adolfo.

A la sombra de un viejo y descascarado eucalipto, del otro lado de la reja, ahí estaba él, esperándola con esa sonrisa que lo hacía tan especial, pintada sobre su rostro moreno y delgado.

– Hola pipiolina, creí que ya no ibas a venir.

Sus manos se entrelazaron por entre la malla de la cerca que separaba la primaria de la secundaria.

– ¡No manches!, fíjate que otra vez la maestra se colgó con sus cosas de matemáticas, a la fuerza nos tiene dale que dale con sus números y números, que si le sumas y luego multiplicas, para restar y sacarle el cuadrado lo que se pone peliagudo porque era redondo… pero fíjate que Gilberto a cómo estaba moliendo, como se sentó detrás de mí, con la goma del lápiz me estaba picoteando la espalda cuando la maestra no le veía, y hasta que me cansó, y justo cuando volteé para decirle que ya no estuviera enchinchando, ¡chimális! que me cacha la maestra y me regañó… ¿y tú qué tal?

– Bien, -respondió sencillo el muchacho- lo malo es que en historia el maestro me estaba arrullando y por tantito me quedo dormido…

– ¡Ánda, qué te cuento!, -le interrumpió la niña- fíjate que la que ya ni le despista es Karla, ahí delante de todos se quedó dormida en plena clase, nomás puso los brazos sobre el cuaderno y ahí clavó la cabeza….

Fátima no paró de hablar mientras, con las manos entrelazadas a través de la malla, Adolfo la escuchaba pacientemente, hasta que se acabó el descanso de ambos y acordaron verse a la salida.

Después de español y geografía acabaron las clases de ese día. Justo al salir al patio un globo rojo se le escapó de las manos a una niña, Fátima lo siguió con la vista, cuando un destello deslumbrante le golpeó los ojos para sacarles una chispa de chocolate y los rayos le hicieron cosquillas en la nariz.

– A… a… ¡achiú!… a… a… ¡achiú!

Se frotó la nariz para quitarse el cosquilleo que la había sacado además un par de lagrimillas. Sin perder tiempo se despidió de sus compañeros y se fue corriendo al jardín de la colonia para no hacer esperar a Adolfo.

En el jardín había varias parejas de muchachos con el uniforme de la preparatoria, todos llevaban algún regalito, varias de las muchachas traían en sus manos ramos de flores o muñecos de peluche. Fátima veía con curiosidad como se abrazaban, los besos que iban y venían, la forma en que las chicas miraban a sus novios.

Un muchacho de la prepa llegó con un trío que empezó a cantar:

“Hermoso cariño,
hermoso cariño,
que Dios ha forjado
nomás para mí…”

Fátima extasiada los contemplaba, cuando de repente unas manos le taparon los ojos.

– ¡Felicidades pipiolina!

– Adolfo…

Al momento en que ella volteó el muchacho le entregó una pequeña rosa roja de tela envuelta en su cucurucho de papel celofán, levantó la cara para darle un beso a su galán, pero el sol la castigó enviándole los dardos lumínicos para solazarse en arrancarle la chispa de chocolate.

– A… a… ¡achiú!… a… a… ¡achiú!

Se frotó la nariz para quitarse el cosquilleo que la había sacado además un par de lagrimillas, como siempre, pero las lágrimas continuaron descendiendo desde lo más profundo de su corazón para regar la flor que tenía en su mano.

No había llegado todavía el novio anhelado, el muchacho ideal, galante, formal pero divertido, aún seguía dentro de su imaginación, en las ansias de amar y ser amada despertando junto con su adolescencia. Lloraba sin saber lo que le estaba sucediendo, sin saber que la infancia se había escapado junto con el último estornudo.

Mientras caminaba con la cabeza baja rumbo a su hogar, una abeja se posó en la flor artificial, agitó sus alas con vigor para sacudirse la lágrima que le había caído encima. Con sus patitas delanteras peinó sus pelos amarillos y negros de la cabeza.

– No llores pipiolina, no estás sola, pronto verás a tu Adolfo, el novio ideal llegará en su momento oportuno, cuando menos lo esperes. No corras prisa, él ya vive para ti, se está preparando para el momento del gran encuentro, entonces ya no serán ilusiones románticas, sino una realidad del beso soñado que lleva el despertar del amor.

Phillip H. Brubeck G.

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People Comments (2)

  • Encarna Martínez Oliveras febrero 18, 2018 at 9:41 am

    Cuento de pubertad… ¿Quién lo ha escrito? No veo el nombre del autor o autora.

    • admin febrero 20, 2018 at 5:39 am

      El autor es Phillip H. Brubeck G.

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