Las luces de Nerea
Oscuridad. Frío. Incluso si miraba hacia arriba, la luz había quedado lejos, cientos de metros atrás. Nada se movía afuera de la cápsula de silinaquia, el único material capaz de resistir la presión en las profundidades del Abismo de Challenger.
— We’ve got no anchors tied down. Land or sea, there are no guarantees here, we know…
Nerea cantaba para contrarrestar el abismal silencio en el cual se hundían. En uno de los extremos de la cápsula, el panel marcaba la distancia recorrida: 10 900 metros. Superaban las marcas registradas con anterioridad. Ningún humano había logrado bajar tanto. La presión y el frío dificultaban la tarea, sin embargo, ahí estaban ellos dos, sumergiéndose con la intención de llegar al fondo de la Fosa de las Marianas, una media luna situada en el Océano Pacífico, con un ojo directo a las mayores profundidades de la Tierra. No muchos hubiesen aceptado ser parte de tal misión. Tan pronto como los avances tecnológicos llevaron a la primera tripulación a Marte, los mayores progresos de la humanidad siguieron esa trayectoria: hacia arriba, siempre hacia el cielo y más allá de la Luna. La sociedad aceleró sus sueños en dirección a las estrellas, olvidándose así de lo que había bajo sus pies. Se construyó un mundo cada vez más lejano, poco a poco los humanos abandonaron la Tierra como parte de un proyecto a escala mundial.
Ahora, el planeta era un yacimiento, una mina todavía explotable. Los ecosistemas lograron evolucionar, adaptarse por enésima ocasión en cuanto los humanos dijeron adiós. Y la Tierra se convirtió en un objeto de investigación.
—No pensé que encontraría sirenas aquí abajo.
A través del intercomunicador, la voz de Cillian resonó dentro del casco de Nerea y logró borrar de su mente la tonada que apareció esa mañana antes de abordar el vehículo submarino.
—Las sirenas eran crueles y despiadadas con los marineros, no olvides eso —respondió con una media sonrisa. Cillian tan solo rió mientras revisaba una vez más los niveles de temperatura y oxígeno.
El equipo de la investigación estaba conformado por un buen número de científicos, expertos marinos e ingenieros, pero Cillian y Nerea fueron los afortunados elegidos para realizar el trayecto hasta el fondo. Su entrenamiento era casi equiparable al de los astronautas y cualquier otro miembro de los equipos de expediciones espaciales; tenían cuerpos fuertes y un buen conocimiento en la materia del buceo y los sistemas de naves submarinas.
Desde que Nerea podía recordar, la gente no se preocupaba por las aventuras terrestres, pues ya no quedaban muchos misterios por resolver en el planeta. Las nuevas generaciones crecían deseando ser la próxima comandante de una tripulación o el mejor piloto, un miembro especial capaz de participar en la expedición que iría más allá del Sistema Solar.
Mientras ellos jugaban a volar entre las estrellas, Nerea ansiaba el azul cristalino del mar. Místicas voces de sirena la llamaban en sueños siempre bajo el agua.
—¿Crees que encontraremos algo?
Nerea negó con la cabeza.
—No lo sabremos hasta que lleguemos.
—Quizás podrías seguir cantando.
—¿Estás nervioso?
A pesar de las luces blanquecinas emitidas por la cápsula, no había nada salvo una inmensa negrura, no se comparaba siquiera a la del espacio, interrumpida de manera aleatoria por los colores de cuerpos celestes, algunos de ellos recorriendo la superficie del espacio con la rapidez de un pestañeo. No podía culpar a Cillian, habían llegado a la zona del Hades, un infierno frío, oscuro y desolado. Resultaba normal sentir cierto desasosiego, aunque ella se encontraba en calma tras haber dejado atrás algunos xenofióforos y lipáridos con los que se cruzaron en el camino.
—No me gusta tanto silencio, eso es todo.
Le causaba gracia verlo así. Cillian era un poco más bajo que ella, tenía un cuerpo musculoso, bien trabajado, lo necesario para poder nadar un largo trayecto en caso de ser necesario. Tenía un aspecto de tipo rudo, pero el tiempo como compañeros le había permitido a Nerea ver que era más que eso, un hombre lleno de capas. Su compañero y amigo en el confinamiento bajo el agua.
—It feels deeper than any ocean floor, our lungs no longer believe in any shore…
El medidor marcó los 11 000 metros. El descenso era lento, debían ser cuidadosos, el más pequeño error podría costarles la vida.
—So let’s dry out our clothes and catch our breath. Our process implies our… progress.
Oscuridad. Quietud. Frío.
Sintió la mano de Cillian sobre su hombro.
—¿Ya llegamos?
—No. Quiero decir, no lo sé —respondió el hombre, haciendo uso de todas sus fuerzas para mantener la calma. Lo vio, el medidor había llegado a los 11 031 metros bajo el nivel del mar cuando las luces de la cápsula se apagaron y sintieron como si algo los hubiese detenido. ¿Acaso el medidor había fallado?
—Iniciaré el sistema auxiliar.
—No—. Nerea se adelantó tomando de uno de los bolsillos de su traje una barra luminiscente, la cual comenzó a brillar justo después de un chasquido que resonó en la cápsula—. No falta mucho, solo cuatro metros. Podemos hacerlo.
Cillian parpadeó. Su rostro, iluminado por el resplandor verdoso parecía sorprendido ante aquellas palabras, aunque no debería. En sus pocos más de 30 años de vida, rara vez se había encontrado con alguien más decidido que Nerea. Le parecía dueña de una determinación comparable con la fuerza de un calamar gigante que lo arrastraba bajo el agua.
—Podemos hacerlo— insistió ella—. Los humanos hemos estado más veces en la Luna que en el fondo del mar, Cillian. Somos los primeros en llegar hasta aquí, si no lo hacemos ahora, solo atrasaremos la investigación.
Solo era una misión de reconocimiento, colocar algunos sensores aquí y allá, volver a la superficie y observar todo desde la cálida seguridad de la base submarina o tierra firme. Nerea haría todo por lograrlo, lo ansiaba.
Cillian suspiró.
—De acuerdo. Mantén tu comunicador encendido y baja con cuidado. Recuerda, tienes 23 minutos antes de que la presión empiece a hacer efecto sobre el traje, pon tu temporizador para comenzar el regreso a los 17 minutos.
—A la orden, capitán.
Cillian la vio sonreír detrás del casco, los hoyuelos aparecieron en el rostro para saludarlo. En esos momentos, ella adquiría una emoción casi aniñada, genuina. Si existía en la Tierra o en el espacio, alguien tan enamorado del mar como los estaban los marineros siglos atrás, esa era, sin duda alguna, Nerea.
En un lado de la cápsula, a la derecha de Nerea, se encontraba una escotilla con una antecámara de salida, y de ahí solo quedaban las profundidades del mar abierto. Tomó el maletín con los sensores. Al inicio no notó ningún cambio salvo la sensación natural de flotar bajo el agua, su traje, un poco aparatoso, estaba hecho también con fibras de silinaquia, para mantener su cuerpo protegido como si todavía estuviera dentro de la cápsula.
Ni siquiera la puerta al exterior hizo ruido.
Nerea se movió a un lado hasta alcanzar un arnés colocado en la cápsula. Lo amarró a su cintura y comenzó a nadar para alejarse poco a poco de la nave, no sin antes comprobar que no había nada bajo esta impidiendo finalizar el descenso.
—El sistema auxiliar está listo.
—De acuerdo —Nerea notó solo un poco de claridad a su alrededor; miró hacia arriba por un momento, la luz provenía de la cápsula.
—¿Cómo vas?
—Bien.
No podían hablar mucho, lo sabían, sería un gasto innecesario de oxígeno, pero parecía casi vital en aquel momento. Bajaba con sumo cuidado, en la mano libre llevaba una lámpara de mano, y cada cinco metros el cable tenía una marca fosforescente para señalar el camino, aunque poco servía para cortar la densa penumbra. Entonces sintió el maletín topar contra el fondo.
—Llegué. Colocaré el primer sensor justo aquí, después delimitaré la zona alejándome primero hacia el norte —En el brazo izquierdo de su traje tenía un pequeño panel con los niveles de oxígeno, el reloj listo para dar la alarma cuando hubiesen pasado 17 minutos, la profundidad a la que estaban y una brújula. Funcionaba de manera independiente a los sistemas de la cápsula, las fallas de ésta no afectarían el sistema de su traje.
—De acuerdo. El radar apenas está iniciando, ten cuidado.
Nerea sacó el primer sensor, el cual imitaba una especie de caracol marino que, al presionar un botón, taladró la superficie para clavarse y luego encendió un pequeño foco verde.
—¿Tienes miedo de no ser el único aquí además de mí, Cillian?
—Tú misma lo has dicho, nunca llegamos a conocer ni la mitad de lo que hay bajo el mar.
La primera marca luminosa del cable apareció ante sus ojos. Colocó una pesa para evitar que se moviera y no perderse al intentar volver. Comprobó la brújula y comenzó a nadar hacia el norte tal como había indicado. Solo debía poner seis sensores en total, siguiendo las pautas previamente establecidas por los investigadores en la base.
—El espacio exterior es más grande y la gente sigue embarcándose en misiones hacia lo desconocido.
—Al menos aquí hay un límite, ¿no?
Los nervios de Cillian viajaban a través del intercomunicador mientras el cable marcaba el camino de Nerea. Tras cuatro marcas, colocó otra ancla y otro sensor, entonces cambió el rumbo hacia el oeste.
—Podrías venir y comprobarlo por ti mismo.
Apenas lo escuchó reír, fue un sonido débil y lejano, luego se cortó. Sus intercomunicadores también fallaron. Debía ser solo la distancia y las condiciones, la señal perdiendo su intensidad. Quizás, las condiciones eran diferentes a las previstas, así que no se asustó y continuó nadando.
Veinte metros más. A su espalda, el rastro del cable se perdía fácilmente en la oscuridad y la lámpara seguía sin alumbrar mucho más de uno o dos metros a su alrededor. Colocó el tercer sensor y revisó su reloj. Llevaba buen ritmo, si lo mantenía, tendría tiempo suficiente para activar los sistemas y asegurarse de poner todos los sensores en la red. No se entretuvo más.
Tres, cuatro… Su brújula falló, al igual que el medidor de distancia. El panel en su brazo tan solo marcaba el tiempo y los niveles de oxígeno, presión externa y temperatura. Le dio un par de toques, mas no pasó nada y decidió seguir adelante para terminar su trabajo.
—¿…escuchas?
—Ahora te escucho. Perdí señal por un momento, pero logré colocar todos los sensores.
—Mierda, me estaba preocupando.
Cillian hubiese deseado quitarse el casco para secarse el sudor de la frente; en cuanto no recibió más respuesta de su compañera, el pánico comenzó a filtrarse dentro de su traje; estaba entrenado para lidiar contra él, por supuesto, no obstante, no significaba que fuese una tarea sencilla. Perder a su compañera en ese abismo era una idea capaz de hacerlo temblar, pues se encontraba en un lugar por completo desconocido.
—Me quedan dos minutos, activaré el sistema.
—Puedes hacerlo desde aquí arriba, mejor sube de una vez.
—No tardo.
El hombre bufó. Testaruda, eso era Nerea.
—¿Y si cantas de nuevo?
—No soy tu asistente personal, Cillian— reprochó con tono suave mientras revisaba el panel dentro del maletín. Unas luces parpadearon y en la pantalla apareció la señal de los seis sensores. —Listo, te dije que podía hacerlo. Ahora regreso—. Justo en ese momento, la alarma sonó y siguió el camino marcado por el cable, quitando las pequeñas anclas. Entonces sintió un escalofrío. Quizás fue solo la baja temperatura comenzando a traspasar la tela del traje. Era normal, mientras no bajara demasiado antes de alcanzar la cápsula.
Llegó y entró a la antecámara sin más problema, esta expulsó el agua en un remolino y luego le permitió entrar a la zona principal. Le hubiese gustado sentarse, pero la forma y el espacio obligaba a permanecer de pie a los tripulantes.
—Listo, vamos.
Cuando el remolino que ocasionó su regreso se calmó, las luces titilaron y sufrieron de una sacudida. Cillian y Nerea miraron a su alrededor, luego entre ellos, conteniendo el aliento por unos segundos.
—Debió ser la presión—, supuso ella.
—Sí…
El medidor empezó su cuenta regresiva; todavía no tenían contacto con la base submarina o el centro de investigación en la superficie. Cillian se sentía un poco más aliviado según la distancia se acortaba, hasta que el número se detuvo por un par de segundos, luego se reactivó varios metros después. Era raro, ninguno de los dos lo dijo, probablemente por superstición. Debía ser solo el cambio de presión.
El equipo de investigación los recibió entre vítores una vez volvieron a la base. Nerea se ofreció a llenar el informe de investigación, así, Cillian tendría tiempo para reponerse más rápido tomar el transbordador hasta la isla. No obstante, cuando se encontraron en uno de los pasillos unas horas después, el hombre parecía tener más prisa y ni siquiera la menor intención de hablar con ella. Las pesadas botas de Cillian resonaban por el pasillo, cada paso reverberaba por el puente hacia el exterior.
—¡Cillian! Cillian, ¿qué demonios te pasa ahora? ¿Te afectó la incursión?
El hombre se dio la vuelta de manera abrupta, Nerea retrocedió un paso y se detuvo ante el dedo índice que de pronto le señalaba de manera acusatoria.
—¿Qué te pasa a ti? Leí el informe en cuanto lo subiste. Está incompleto.
—Eso no es cierto, escribí todo.
—¿Estás segura de ello? Porque no mencionaste nada de las turbulencias. Pudo ser algo importante, ya fuese del sistema o algo en el abismo. Tú lo dijiste: nunca se investigó ni la mitad de lo que hay en las profundidades del océano.
Hubo un silencio, solo sus miradas pelearon por unos instantes, Cillian entornó los ojos un poco más inclinándose cerca de ella. Nerea mantuvo la mirada sin problema, no era una mujer asustadiza ni siquiera ante aquel ceño fruncido.
—Hay algo más —sentenció—. Había algo más ahí, lo viste.
—Cillian…
—Debemos informarlo.
—¡No! —se negó de inmediato.
—¿Por qué demonios no? Tú más que nadie deseaba llegar y ver el fondo.
—Porque no estoy segura de lo que vi, creerán que fue una alucinación. Cillian, tú lo sabes. No me dejarán bajar de nuevo si creen que vi algo además de pseudo-esponjas y peces babosos.
—¿No lo entiendes? Lo que sea que hayas visto, nos pudo poner en peligro. Nos pudo costar la vida, joder, por eso se hace el informe completo. Jamás te creí tan insensata. Creí que esto te importaba —sentenció con fuerza antes de darle la espalda.
Nerea se mordió el labio. Podría pelear, podría contraatacar a su compañero, tacharlo de cobarde y más, pero no tenía caso. En realidad, no deseaba hacerlo, porque seguirían siendo un equipo y una pelea así lo complicaría todo. Y quizás, porque tenía razón: si había algo más ahí abajo, podrían haber muerto.
Cillian volvió a la isla más cercana con su familia. Tenía una esposa y un hijo pequeño llamado Tide, era la clara imagen de su compañero: los mismos ojos pequeños, la piel morena, el cabello castaño rojizo. Ahí residían las precauciones siempre tomadas por el hombre: el no querer dejar atrás a su familia. En cuanto a Nerea, ella no tenía mucho interés en ese tipo de asuntos, formar una familia era un ancla a tierra cuando deseaba moverse libre en las profundidades de los océanos.
Así que lo dejó seguir su camino hacia la superficie, ella se quedaría un rato más en la base submarina, le gustaba, el ambiente acuático la hacía sentir más en casa que cuando vivía en su colonia espacial.
Fue a su camarote y se recostó viendo a través de una de las ventanillas hacia el exterior. Algunos peces pequeños pasaban por ahí, sus colores le trajeron el recuerdo de lo que vio al perder contacto con Cillian, podía cerrar los ojos y volver a verlo. Fue cuando notó que su brújula falló y perdió contacto con su compañero.
Luces. Al principio pensó que era el reflejo de su lámpara en su visor, pero el brillo no era verde, los colores variaban y se movían como fosfenos bailarines. Parecían luces cósmicas, le recordó cuando fue por primera vez al planetario y las proyecciones del sistema solar brillaban a su alrededor, con estrellas y nebulosas a la lejanía de los planetas. Lo que vio esa mañana en el Abismo de Challenger, no pertenecía al fondo del océano, y estaba segura de que, de no haber sido por el cable conectado a la cápsula, hubiese caído en la inmensidad de aquellos colores.
No podía explicárselo, iba de pronto contra sus deseos de mostrar al mundo las maravillas del mar, pero había una certeza instalada en su mente: no podía decirlo. Dio una vuelta sobre su costado, el reloj en la pared le hizo pensar en el tiempo en que perdió conexión con Cillian. Tiempo. Si su compañero se enteraba de lo que había hecho durante esos preciados minutos, el enojo de un momento atrás no sería nada.
La alarma del intercomunicador la despertó a la mañana siguiente. No tardó mucho en cambiarse e ir hacia el cuarto de control. La doctora Ignia Zale, la encargada de toda esa enorme investigación estaba frente a las pantallas. Tenía el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho. Nerea todavía no terminaba de acomodar la trenza alrededor de su cabeza cuando cruzó la puerta.
—¿Qué ha pasado?
—Perdimos contacto con dos de los sensores —Sus labios se fruncían hacia un lado y luego al otro, pasando del enojo a la consternación—. No se registró daño físico ni movimiento alrededor, solo perdimos la señal. No me lo explico, ¿estás segura de que los activaste bien? —preguntó con un tono tan inquisitivo como su mirada.
Nerea observó las pantallas. Una estaba dividida en seis, aunque dos de los cuadros carecían de señal. No tenían la vista del suelo iluminado por la luz verdosa como en las otras cuatro tomas. Pertenecían a los últimos dos sensores, los más alejados del punto de descenso.
—Deberán bajar a revisarlos.
La idea no le gustó para nada a Cillian; él esperaba pasar unos días más con su esposa e hijo, sin embargo, esa misma tarde se vio obligado a volver a la base submarina, se puso el traje y entró a la cápsula con Nerea. Sumergirse fue rutinario y un tanto pesado.
—¿Sigues enojado conmigo?
Cillian no comentó nada, sus ojos no se despegaban del panel de control.
—Solo vi luces, Cillian. No quería que me sacaran por una semana de labor solo para hacerme exámenes médicos.
—¿Y entonces prefieres morir si es que algo te afectó al bajar?
—One day we’ll wake up and realize, to make any difference one must simply try.
Cillian rodó los ojos. Era increíble que intentara arreglarlo todo con aquella canción, una tontería. No dijo más, la dejó seguir con su música como el día anterior, pues todavía resultaba reconfortante mientras bajaban. Entonces se apagó el sistema principal, otra vez con a la misma profundidad que el día anterior: 11 031 metros bajo el nivel del mar. A Cillian le resultaba inexplicable, pero se aferraba a que nada pasaría de nuevo y activó el sistema auxiliar.
Nerea se preparó para salir y bajar de nuevo. Encontró con facilidad el primer sensor encendido y siguió el camino hacia los demás
—Cillian —le llamó tras poner la primera ancla en el cable.
—¿Sí? —El hombre vigilaba la señal en el radar, donde también aparecían los seis caracoles de silinaquia.
—¿Alguna vez has pensado de dónde vinieron todos los demás peces y criaturas marinas?
—Son organismos que fueron evolucionando.
—Quiero decir… ¿de dónde salieron realmente?
—¿No pusiste atención en clases? —Sonaba un poco molesto todavía, pero el que siguiera la conversación era una buena señal, sin importar si lo hacía para mantenerse tranquilo solamente. La vio llegar hasta el tercer sensor, sus músculos se tensaron ante la posibilidad de perder contacto, a pesar de los nuevos comunicadores que les habían dado en esa ocasión.
—¿Y si vienen de otro lugar? Quizás, fueron microorganismos de otra galaxia que llegaron hasta aquí después del Big Bang, se adaptaron a las condiciones terrestres y evolucionaron.
Cillian frunció el ceño. La conversación era extraña, ya había tocado el tema de criaturas marinas anteriormente con Nerea, ella era como una enciclopedia de peces, octópodos y demás grupos de animales acuáticos.
—¿Cómo pudieron haber llegado al fondo del mar?
—No lo sé, tú dime.
—¿De qué hablas?
—Mira esto.
La señal de la cámara de Nerea se activó, en el panel, una pequeña pantalla al lado del radar. Mostró primero la negrura en la fosa, nada nuevo, lo mismo alrededor de la cápsula, y entonces lo vio: luces. Poco a poco crecieron conforme Nerea se acercaba a los sensores desactivados, cerca de donde se había perdido la señal el día anterior.
—Es hermoso, ¿cierto? Esto es lo que vi ayer.
Cillian quedó boquiabierto, sus ojos no daban crédito a aquella imagen. No tenía la mejor calidad, sin embargo, se podía apreciar bastante bien.
—¿Qué es eso? —preguntó inclinándose sobre la pantalla.
—¿No es obvio? Ambos hemos estado allá afuera, en el espacio exterior.
Un haz de luz atravesó frente a la cámara, quizás un cometa. Podría reconocerlo con facilidad, aunque lo demás era desconocido, extraño, no se parecía a nada de lo que había presenciado durante su vida en el espacio. Se sentía nuevo.
—Nerea, vuelve ahora.
—Al inicio tenía mis dudas, pero mira hacia allá: un planeta.
—Nerea, sube a la cápsula —pidió con tono firme y tan estable como le fue posible.
Ella lo ignoró sin dejar de nadar en una dirección desconocida. No había norte ni sur, solo flotaba y las luces se distorsionaban por el movimiento del agua, tal como el día anterior. Encontró el quinto caracol, pero la cámara mostró un planeta con colores naranjas y púrpuras.
—¡Nerea vuelve! —Fue una orden, una petición cerca de la desesperación.
—Tranquilo —Revisó el temporizador en su reloj. 14 minutos. Respiró hondo. —Escúchame bien, ¿de acuerdo? Voy a volver y desactivar los demás sensores.
—Nerea, no hay tiempo de…
—Lo estuve pensando desde ayer, ¿sabes? Esto podría cambiar el rumbo de la humanidad.
—Me importa una mierda, debes volver, tu traje no aguantará demasiado una vez llegues a los 23 minutos.
—Lo sé. Pero este es un misterio que no podemos desvelar a los demás. Saber de su existencia no será suficiente para personas como Ignia Zale.
De verdad reflexionó mucho desde el momento en que volvió a la cápsula en la incursión anterior. Sus ojos no la engañaban y no entendía cómo era aquello posible: un portal entre al planeta Tierra y una nueva galaxia. Conocer aquellos misterios era su mayor anhelo, la Fosa de las Marianas era solo el primero, sin embargo, al llenar su informe de expedición se dio cuenta de que no podía hacerlo público. Un descubrimiento así atraería la atención de nuevo sobre la Tierra, sobre el mar. La Fosa, las islas, el Abismo de Challenger no serían sino otro sitio peleado por la gente rica e influyente, tal como sucedió con Marte.
—Lo destruirán todo, Cillian, ya sabes cómo somos humanos.
—Si no vuelves ahora…
—Si no subo ahora, la investigación se cancelará. El gobierno prohibirá las expediciones en la Fosa de las Marianas. Quizás hasta cierren la base de investigaciones aquí y evacúen la isla de nuevo. Lo pensé todo desde ayer, el fallo de los sensores no fue una coincidencia. Necesitaba volver para arreglar todo esto.
Sonaba convencida mientras desprendía los caracoles de su sitio y los mandaba a flotar hacia la superficie. Cillian ya no tenía más palabras. Hacer que el cable comenzara a replegarse para sacar a Nerea del fondo sería igual de peligroso si no lo hacía con calma, no había tiempo. Y, lo más curioso, era que no le sorprendía viniendo de Nerea. Tenía razón, el descubrimiento lo cambiaba todo. Nadie se detendría a preguntar, solo se lanzarían como perros hambrientos sobre la zona, y después… el espacio. Los alienígenas invasores de lo que hablaban los libros de antes, eran los humanos.
—Esto es más grande que nosotros, Cillian. Hay secretos que es mejor mantenerlos ocultos. Solo diles que tuve que eyectar los sensores para revisión y no logré volver a tiempo, mi traje falló, no aguantó.
—No puedes pedirme eso —respondió. Se negaba por completo a permitir el riesgo, así que comenzó a revisar su traje, dispuesto a salir y regresar con ella hasta la base—. ¿Qué debo hacer para cambiar tu opinión?
—Nada. Sabes que no puedes —dijo con una ligera risa. Un vistazo a su reloj. Dieciocho minutos. Entonces comenzó a cantar, dejando atrás su cámara, poco o nada importaría el dejarla ahí—. We’ve got no stakes in the ground, we’ve got no anchors tied down…
No podía quedarse a ver. Salió de la antecámara acompañado de la canción, colocó el arnés, al lado del que usaba Nerea y empezó a seguir las marcas del cable mientras ella continuaba con su suave canto. Una luz pasó a su lado: otro de los caracoles se elevaba.
Nerea empezó a sentir la presión alrededor de su cuerpo, como si el traje se ajustara más a sus músculos. Podía soportarlo por ahora, pero luego vendría el dolor insoportable, no sabía si se rompería una costilla o moriría asfixiada, prefería no pensar en ello e intentar luchar contra su instinto de supervivencia. Tal vez algo en la incursión terminó por afectarle como para tomar una decisión de aquella magnitud, no estaba segura.
—Finally, there’s a mountain beneath us, but up here our lungs fight against us…
Aquellas palabras le costaron muchísimo, hacía pausas más largas entre estrofas para poder respirar, acercándola al pánico del cual intentaba huir. 28 minutos. Le costaba moverse, pero logró eyectar otro sensor. Uno más y sería todo, solo debía soportar el creciente dolor, seguir el camino del cable… ¿En qué momento decidió sacrificar todo por una visión?
Aquellas palabras le costaron muchísimo, hacía pausas más largas entre estrofas para poder respirar, acercándola al pánico del cual intentaba huir. 28 minutos. Le costaba moverse, pero logró eyectar otro sensor. Uno más y sería todo, solo debía soportar el creciente dolor, seguir el camino del cable… ¿En qué momento decidió sacrificar todo por una visión?
Cillian apareció en su campo de visión; aun con la cabeza embotada, logró sonreír. Podía escucharlo llamarla conforme se acercaba hacia ella, apenas a unos pocos metros el primer sensor. Intentaba hablarle porque ella ya no podía, se disculpó con ella por haberse enojado y haberla llamado insensata.
Estiró el brazo hasta tomar la mano de Nerea.
—Land or sea… there are no… guarantees… here…
Colores. Frío. Silencio.
Diana Brubeck.