Mineros de esperanza

Mineros de esperanza

Dedicado a los mineros del
río Chama, especialmente a:
Edgar, Guapo, Chente, Víctor,
Chuy, Gabriel, Rafael, Caya, Moté,
Oscar, Rafael,
Eduardo, Fidel+, Abuelo, Ucho+…

Es cualquier día de la semana. La necesidad apremia y la oportunidad se encuentra a escasos pasos de sus humildes residencias, ubicadas no lejos de allí, en medio de la oscuridad y el insoportable desecho humano. Los gallos —el reloj más antiguo de la historia— han realizado su tradicional conversa desde muy temprano en distintos puntos del populoso sector, son los primeros en anunciar la llegada del nuevo día. La mañana deslumbra por el páramo los conejos y lentamente se va acercando a la cuenca abrazando todo a su paso con ternura de madre, cuando el sol despliega su magnánima presencia a lo alto de la cordillera flanqueada por el los dioses toro y león, al calor del enigmático rostro de la diosa India siempre atenta protegiendo la comarca.

La oración personal es lo primero. El café calienta sus cuerpos. El desayuno está servido. Comienza el ritual que da inicio a la preparación. Son las 9 de la mañana, los mineros se alistan para comenzar la fría jornada. Llenos de esperanza, se animan unos a otros para salir en busca de la buena suerte que espera por ellos —según dicen— vestida de agua, frío y sol. Con barra y pala en mano se van reuniendo, conversan, echan broma y piensan en que será un día productivo para todos.

Su marcha es observada por curiosos que comentan en voz baja: son los mineros de la esperanza. El desfile es armónico. Caminan cerca de un kilómetro para encontrase con el puente Chama 2 —como se conoce la estructura de “guerra” (metal) hecha para un momento cuando se construyó la nueva vía hacia la comunidad de los Chamaes en la década de los ochenta del pasado siglo XX (un asentamiento agrícola poco habitado, entonces) y se quedó petrificado en el tiempo a la espera de ser suplantado por otro con la llegada de la nueva carretera—. Observan la cantidad de agua que trae el emblemático río Chama, uno de los principales afluentes de agua de la cordillera de los Andes. Otrora espacio para bañarse y disfrutar a comienzos del siglo XX, como lo narra Mariano en su célebre texto narrativo, “Viaje al amanecer”, hacen silencio mientras fijan su mirada en la corriente que fluye rauda bajo sus pies.

Durante aproximadamente cinco décadas, del pasado siglo, fue el escenario de depósito de basura del estado Mérida, especialmente del municipio Libertador. Día a día camiones del aseo urbano (empresa dedicada a recoger la basura), dejaban allí los desechos, hasta que la comunidad se organizó a través de la junta pro-desarrollo, y el botadero fue trasladado a Lagunillas, pero el daño ecológico estaba hecho, el río se había convertido en una de las dos cloacas más importantes de la emérita ciudad.

Unos minutos son suficientes para rendir culto al ser vivo que yace bajo sus pies.

—Vamos —dice uno de ellos— es hora de trabajar.

Encomiendan la jornada al altísimo y descienden camino abajo por el estrecho sendero de tierra hasta encontrase con el hermano río que les da la bienvenida con su canto, su poesía. Cambian de ropa, algunos se fuman un cigarrillo antes de entrar a la fría corriente, oran y se encomiendan a Dios. Los años han dejado en el fondo o lecho sedimentos ricos en oro, plata, cobre y bronce. Buscarlo es una tarea que requiere de habilidad, fuerza y destreza así como de buena salud, pues la pala, la barra no sólo ayudan sino que hacen más fácil el encuentro del hombre-minero con la ansiada fortuna.

Observan el pozo en el que llevan días compartiendo su labor. Conversan acerca de cómo mover las piedras que las crecidas depositan en el fondo, escavando en lo profundo de las aguas del turbulento río. Por momentos, el lugar es tan hondo que hace necesaria la inmersión pues, superan el metro y medio de profundidad en muchos casos. Salir a flote, descansar un poco, fumar otro cigarrillo para aplacar la furia del Dios Frío, comer algo más, pensar un poco, analizar la estrategia; hace más llevadera la carga. La alegría de sacar algo, es un grito que se comparte con emoción: solventa parte de las carencias económicas: adquirir alimentos, vestido y medicamentos, objetivo que se repite día a día.

—El agua es fría; la corriente, fuerte. Pero la esperanza para quienes no cuentan con un empleo fijo es una oportunidad de salir adelante y mantener sus familias. —expresó, Óscar a la investigadora universitaria.

Durante 6 horas, sus oídos no hacen más que escuchar el canto del mítico río en su andar pausado hasta encontrarse con el inmortal Coquivacoa. El golpe de las piedras al ser removidas y el mantras de quienes con alegría emprenden la búsqueda, completan la melodiosa composición.

Los Dios Viento y Frío se combinan para hacer más dura la faena de los hombres, quienes no sólo utilizan herramientas tradicionales sino sus propias manos, en cuya piel se observa el rastro de las cortaduras, machucones, producto del roce con vidrios, metal oxidado u objetos punzantes como clavos, guardianes del tesoro, para alcanzar la meta.

El contacto con el agua contaminada los ha hecho inmunes —según refieren ellos cuando se les pregunta si no le temen a una enfermedad—. Pienso que el propio Dios, Poseidón, los protege desde el olimpo de la cordillera venezolana. Ellos lo saben; sobre todo, lo sienten —comentó la investigadora cuando defendía su tesis ante el gran jurado— No faltó quien dejará ver su incomodidad ante tal afirmación.

Durante la década de los años ochenta del pasado siglo XX, era frecuente observar a hombres allí extrayendo riqueza de entre los desechos que a diario bajaban en busca de su aposento final en la rivera del estado andino —continuó la joven estudiante mientras la tecnología dejaba ver fotos de los hombre cuyos cuerpos escasamente sobresalían en las oscuras aguas.

Un tiempo que se prolongó y sus vertientes medicinales provistas de sulfuro conservaron el secreto. Quizás no era necesario profanar su tranquilidad para no despertar a la guardiana de un tesoro que, según cuentan los más viejos, yace más allá de sus aguas termales —una serpiente cazadora que habita en el lugar— y se le ha visto cruzar el río volando literalmente sobre la espalda del río, cabalgando sin prisa, escasamente rosando la superficie mientras se desliza magistralmente para alcanzar la otra orilla. Pero no los ataca. Parece entender y comprender su situación. Cuando es observada, los mineros detienen su labor, permanecen inmóviles mientras dura el espectáculo; contemplarla en su ritual mientras realiza la sorprendente maniobra, es normal entre los hombres.

—Es lo único que nos pide a cambio, además de no ofenderla —respondió, Chuy, mientras cruzaba sus manos sobre el duro objeto de metal para observar como pasaba cerca de él.

Luego, en el siglo XXI, se retomó la búsqueda del metal precioso ante la crisis económica y la falta de empleo entre quienes habitan los sectores populares de la comunidad. Al comienzo los buscadores vivían en el Sector los Naranjos; ahora, también hombres provenientes de las Mesitas pueblan sus riveras —agregó la dama y un mapa del sector se dejó ver ante los escasos espectadores.

Los viejos mineros volvieron al cauce por un diario para llevar el sustento a su hogar —reseñó el emblemático periódico merideño—. Desde hace 50 años, sus aguas son agitadas por los buscadores de tesoros que durante el día se aferran a la idea de encontrar pedazos de oro, plata, bronce; objetos de valor que son vendidos, reusados o reutilizados, con el fin de obtener dinero a cambio. Ponerlo a la venta es viajar a la frontera con Colombia por un mejor precio o someterse a los explotadores locales que les ofrecen menos del valor estimado por un collar, un anillo, una moneda. La venta de lo obtenido representa el triunfo.

Entonces, ya Ucho, Fidel, El Mudo, entre otros, no están físicamente, pero convertidos en espíritus protectores, recorren las aguas diariamente, brindando seguridad a sus amigos y compañeros durante la jornada. Cuentan que los han sido vistos por el lugar sentados sobre las piedras o revoloteando sobre las oscuras aguas observando curiosos el trabajo de sus amigos y compañeros de faena.

Durante el encuentro, sus pensamientos se congelan y el mundo parece detenerse.

Si usted pasa por el lugar se encuentra con un grupo de hombres realizando su dura tarea: la fortuna de encontrar algo que le brinde tranquilidad, mejor vida, aunque sea por un instante. Basta detenerse un momento en el lugar para observarlos. Los turistas se acercan en busca de un recuerdo. Algunos se niegan a aceptar que exista tal riqueza, piensan que no es lugar para ello; pero cuando escuchan la historia del lugar, no sólo comprenden sino que alaban la hidalguía de los mineros.

—Nosotros no buscamos oro, plata, bronce; ellos, nos encuentran a nosotros —expresó, Edgar, sonriendo. La suerte no es para todos ni se da todos los días tampoco. A veces nos llevamos sólo el cansancio a nuestras casas con la esperanza intacta para el día siguiente.

Tulio Aníbal Rojas

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