Un mundo lleno de vida

UN MUNDO LLENO DE VIDA

Un mundo lleno de vida, de luz y color, de movimiento, le llenó su ser con la brisa fresca de la mañana que le acariciaba el rostro. El sol tempranero brillaba en el cielo despejado mientras el olor del aire húmedo le llenaba los pulmones. Por entre las ramas de un árbol se escuchaba el currú-cu-tucú de un par de tórtolas. Las pequeñas mariposas blancas se confundían con los pétalos de los geranios en una maceta, mientras otras mariposas más grandes, de alas anaranjadas y manchas negras, revoloteaban entre las rosas encarnadas y las teresitas malvas.

En armonía con ese entorno permanecía quieta, gozando la mezcla de perfumes de las flores, y esa quietud atrajo a la pareja de colibríes de alas azul tornasolado y pecho verde para, suspendidos en el aire con su altear incesante, libar la miel de los tulipanes anaranjados.

Una mano se posó en su hombro izquierdo.

–Abuelita –le gritó al oído una joven de grandes ojos negros–, dice mi tía que ya está listo el desayuno.

La señora de casi un siglo se levantó de la cama donde había estado sentada.

–Deja te ayudo, abue –se ofreció gritándole al oído, mientras la tomaba del brazo.

–No te preocupes, yo puedo sola.

–Pero a mí me gusta mucho llevarte del brazo. Me acuerdo que cuando era pequeña salimos a pasear al parque y tú me llevabas de la mano.

–Y luego a la orilla del lago te quedaste asombrada cuando los patos empezaron a comer las migajas de pan en mi mano, estabas asombrada, te puse un poco de migajas en tu manita, hasta que se acercó un pato y te espantaste cuando empezó a picotear.

–Sí abue, pero me enseñaste que no hacían daño y después lo sentí como cosquillas cuando comían en mis manos y me hicieron reír mucho, no se me olvida, todos los patos estaban rodeándome, querían que les diera de comer.

–Mamá, ya siéntate –le gritó su hija, una señora de sesenta y nueve años con el pelo pintado color caoba– ¿Qué tanto haces?

–Nada más estoy acomodando las cosas en la mesa.

–Ya siéntate, aquí está tu huevito con frijoles –dijo mientras ponía el plato en la mesa, regresó a la cocina, volvió al comedor con un tortillero, un aguacate y una taza con café, lo puso todo en la mesa frente a su madre–. Aquí están las tortillas de harina, el aguacate y el café, empieza a comer porque se enfría.

La nieta se sentó al lado izquierdo para seguir platicándole a gritos al oído mientras comían.

Después del desayuno le pidió a su nieta la acompañara al jardín.

–Necesito caminar –le dijo mientras andaba apoyado en el brazo de la joven–, no debo quedarme siempre sentada o acostada, la vida es movimiento constante, y si no hago ejercicio luego tampoco las piernas me van a funcionar.

Cuando llegaron a donde estaban unas flores lilas, se detuvo, con cuidado frotó sus dedos en las hojas de la planta y los acercó a la nariz de la muchacha.

–Huele muy rico abuelita.

–Es lavanda, y allá está la hierbabuena –dijo señalando a otro ángulo del jardín–, mira, aquí está el romero nuez también tiene un olor muy bonito y deja un sabor increíble en la carne –siguieron dando vueltas en el jardín mientras hablaban de las flores y las plantas aromáticas, incluyendo el olor amargo del epazote, ideal para los frijoles negros y las quesadillas. Así estuvieron durante casi una hora, caminando despacito. Hubo un momento en que la joven sintió que su abuelita perdía el equilibrio, por lo que afianzó los pies y con fuerza la detuvo para evitar que se cayera.

–¿Te sientes bien, abue?

–Sí, hija, lo que pasa es que a veces como que pierdo el equilibrio.

–¿Y qué te dijo el doctor de eso?

–Pues que está relacionado con el problema del oído, pero de ahí en fuera todo está bien, la máquina ya está vieja. Ven, vamos a mi cuarto, quiero mostrarte algo.

Acercó una pequeña mesa a la cama, puso sobre ella una gruesa carpeta y le fue enseñando los dibujos que había hecho, muchos estaban en cartulina negra, dibujados con lápices de colores, representaban flores, libélulas y otros animales. Le explicó a su nieta que esos eran los últimos que había hecho; ante la deficiencia de su vista la cartulina oscura la permitió distinguir mejor los trazos con los colores, en especial el blanco. La muchacha estaba fascinada con esas sencillas piezas de gran belleza, y más porque las había hecho estando casi ciega, en ellas demostraba que albergaba en su mente la precisión de la forma y el color, y en una asociación de ideas recordó que un maestro le había dicho que Beethoven había compuesto su novena sinfonía cuando ya estaba sordo. Mientras contemplaban los dibujos platicaban sobre diversos temas.

–¡Qué bonito! –exclamó la joven cuando le enseñó el dibujo de una pareja de gatos, sentados en la azotea de una casa observando la luna llena– me fascinan estos gatos.

–Ahí están tú y tu novio, ten, te lo regalo –le dijo mientras se lo entregaba. Ella lo recibió y se quedó muy emocionada mirando el dibujo, hasta que la abuela la sacó de su contemplación.

–Conque ya te vas a casar.

–Sí abue, dentro de cuatro meses, por eso vine, para avisarte personalmente.

–¿Y qué tal tu novio?

–¡Anda, es bien lindo!, lástima por el trabajo no pudo acompañarme, me hubiera gustado que lo conocieras. Es muy paciente y detallista. ¿Sabes?, a él le gusta tocar la guitarra y el otro día me compuso una canción… –con la emoción el torrente de palabras brotó en profusión con el volumen adecuado para ser oído sin dificultad; en el rostro de la anciana había una sonrisa al compartir la alegría de su nieta. Después de un buen rato de estar escuchando a su nieta, sin interrumpirla, la señora se levantó y fue al tocador, de un cajón sacó un alhajero de madera tallada, se sentó nuevamente en la cama. La curiosidad la hizo cambiar de inmediato el sentido de la conversación y le pidió le enseñara lo que ahí guardaba. Sacó un medallón de plata con la imagen de la Virgen de Guadalupe, ya oscurecido por el paso del tiempo.

–Este medallón me lo dio mi mamá –le explicó mientras lo ponía en su mano–, es mi regalo de bodas para que la Virgen los acompañe en todo momento. Con mi edad ya no puedo hacer viajes largos, no voy a poder estar en tu boda.

–¡Ay, abue, qué linda eres! –la abrazó con ternura y le dio un beso en la mejilla– muchas gracias, lo voy a cuidar mucho, te prometo que en cuanto podamos vamos a regresar para que lo conozcas –de nueva cuenta las palabras de la joven desbordaron como un río durante una tormenta de verano.

Al caer la tarde, las tres fueron a una reunión con un grupo de amigos de la hija. Todos los asistentes la recibieron con muestras de gran cariño, ella también era parte del grupo, asistía a todas la reuniones y fiestas porque a su hija no le gustaba dejarla sola en la casa. Se sentaron en una mesa, pero como es natural, la hija no tardó en levantarse para ir a platicar con sus amigos. Mientras tanto se quedaron solas en la mesa la abuela con su nieta.

La alegría del ambiente penetró en la abuela, con el rumor de la música y las imágenes borrosas. Estaba quieta, gozando el momento, el rumor se convirtió en la música de los cuarenta, resonaron las notas de la orquesta de Glenn Miller, la pista se abrió para bailar el ritmo ágil del swing con sus amigos de la universidad hasta el cansancio, y luego la magia romántica de los boleros de Consuelito Velázquez, reproduciéndose como una película en su interior.

Durante un tiempo la nieta permaneció también en silencio, simplemente contemplaba a los invitados y escuchaba la música, mientras comía las botanas que habían puesto al centro de la mesa, y tomaba refresco. Cuando empezaba a aburrirse decidió iniciar la conversación con su abuelita, gritándole al oído izquierdo.

–¿En qué piensas, abue?

Volteó su rostro hacia su nieta, de sus ojos empañados brotaba la chispa de armonía del ser con el cosmos. Durante unos segundos pensó en la respuesta.

–En todo lo que me ha dado Dios durante estos noventa y siete años. Le doy gracias por lo bueno y por lo malo, porque lo malo sirve para apreciar lo bueno, si todo fuera bueno no lo podríamos distinguir con claridad porque no tendríamos un contraste para compararlo, además de que siempre me ha servido para algo, en especial para no volver a cometer los mismos errores.

–¿Y no te aburres en las fiestas de estar nada más sentada y en silencio? –la nieta le hizo esta pregunta porque se estaba aburriendo al no tener a alguien de su edad con quién platicar.

–No –fue la respuesta espontánea–, cuando estoy así, como ya casi no veo ni oigo, se me vienen muchos recuerdos a la mente, muchas cosas de la infancia y de la juventud.

–¿Cómo qué? –preguntó impulsada por la curiosidad.

–Verás, cuando estaba en sexto año de primaria, la maestra nos encargó hacer un poema para el Día de las Madres, ese fue el primero que escribí, no tiene rima ni métrica, pero bueno, le puse mucho sentimiento:

Cuando la aurora de la mañana
besa tu frente,
no hay nube que impida
sus rayos desplegar.

Alza tu frente y mira
aquella aurora
que al verte
despliega sus rayos divinos
y te besa.

La pasé en limpio, aunque mis manos quedaron manchadas por la tinta, porque en aquel entonces todavía no se habían inventado los bolígrafos, usábamos manguillos con plumilla metálica y teníamos que meterlos constantemente en los frascos de tinta. El caso es que la maestra me dijo que estaba bien. Luego la pegué en un plato de cartón, le pinté unas flores alrededor y lo barnicé para protegerlo, y ese fue el regalo que le di a mi mamá ese año, por allá del 39.

–Debe haberle gustado mucho a mi bisabuelita.

–Así es, a las mamás siempre nos gustan los regalos de nuestros hijos, y más cuando ellos los hacen, ya lo comprobarás cuando tengas tus hijos, aunque sean unos garabatos y rayones en una hoja.

El último comentario provocó la risa de la joven.

–Como te decía, muchas veces los recuerdos vienen como simples chispazos. Por ejemplo, muy vagamente me viene a la memoria cuando tenía dos años…

–¡Qué bárbara! –interrumpió la nieta asombrada– ¡Qué memoria tienes!, te acuerdas de cuando tenías dos años, yo apenas y me acuerdo de algunas cosas de cuando tenía cuatro.

–Bueno, no tengo todos los detalles, el caso es que mi mamá me compró unos zapatos, tenían unas motitas al frente y por eso me gustaron mucho, un día se le cayó una motita, intenté ponérsela de nuevo, pero no pude y eso me llenó de mucha tristeza.

Hizo una pausa, miró a su nieta mientras reordenaba sus pensamientos.

–Otro día, creo que tenía como tres años, me sentaron en una sillita junto a un perro para tomarme una foto, intenté cogerlo y me di cuenta que estaba muy tieso, la sensación que me dejó fue desagradable, el animal estaba disecado. Porque habrás de saber que siempre me han gustado los animales, pero más los gatos, son muy tiernos y cariñosos.

La joven se explayó sobre sus experiencias con los gatos, incluso sabía interpretar sus distintos maullidos para conocer lo que querían o sentían en cada momento, pero también sabía maullar como ellos y muchas veces le respondían. La plática recayó una vez más en el futuro matrimonio de la muchacha, y la abuelita la aconsejó un poco sobre la familia.

–Espero que Dios me dé licencia para conocer a tu primer hijo. Bueno, eso es lo que me gustaría, pero siento que en cualquier momento me puede llamar, ya estoy viviendo de más.

–No digas eso abue –le dijo mientras le acariciaba la piel delgada de su mano–, verás cómo Dios te dejará conocerlo.

La señora sonrió ante estas muestras de cariño.

–Bueno, ya Dios dirá, pero a lo que iba, el caso es que los hijos son maravillosos, son el motor de los padres, uno se esfuerza en todo para que no les falte lo indispensable, la comida, la ropa, la casa, pero lo más importante es su educación en los valores morales, principalmente, el modelado de su carácter, porque todos son muy distintos y a cada uno hay que guiarlo por donde necesita, y todos esos detalles se convierten en la razón de ser de los padres, aunque los hijos estén grandotes. Pero al mismo tiempo, los padres son el motor de los hijos, porque quieren ser como ellos cuando sean grandes.

Nuevamente hizo una pausa.

–El caso es que siempre debes estar ocupada, haciendo algo, con las manos o con el pensamiento, aún en tu descanso, el cerebro siempre debe estar activo con pensamientos positivos, no hay que dejar recuerdos negativos a nadie.

–¡Ay, abue! Tú eres mi ejemplo de vida.

La anciana sonrió y continuó sus reflexiones.

–Ahora sí puedo decir con Amado Nervo: “Vida estamos en paz”.

Se hizo el silencio entre las dos mujeres. Sentía la vibración de la música en su piel mientras la escuchaba como un lejano rumor. Un amigo de su hija la sacó a bailar, y con gusto se movió como sus piernas se lo permitían llevando el ritmo que su pareja le hacía llevar.

De regreso en casa, después de darles la bendición nocturna a su hija y a su nieta, en el oscuro silencio de su alcoba, se fue introduciendo en su interior, hasta que vio un rostro luminoso que le sonreía.

–Gracias mi Dios por haberme permitido vivir este día maravilloso…

En el diálogo con el Creador, como todas las noches, después de agradecerle todas las cosas que había vivido ese día, le encomendó a cada uno de sus hijos y nietos, en sus necesidades específicas, y luego pidió por las almas de sus padres, sus hermanos, su marido, que se habían adelantado a la morada divina.

Phillip H. Brubeck G.

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