Viajero de la noche

Viajero de la noche

A los viajeros de la noche,
especialmente a quienes esperan un regreso
que a veces no es el esperado.

La noche lucía su hermoso traje de gala, con el cual había conquistado el pluriverso, especialmente la vía láctea y su padre sol, aquel lejano y maravilloso día cuando se produjo el bello destello de luz que dio origen a la partícula de Dios, el Creador; al universo padre de la vida. Su diseño representaba al infinito estrellado bordeado de vivos colores.

Cuando la luna corría de prisa por el espacio apartando las nubes para hacer más agradable su estadía, se podía observar a la dama luciendo su espectacular belleza, asomando su imagen por sobre el oscuro telón, luego que la lluvia se lo impidiera la noche anterior.

Los grillos criticaron su ausencia, y no faltó el canto del búho que ululaba con más insistencia. Era un ferviente admirador de la elegante dama que prendida de lo alto del firmamento mostraba lo mejor de su inigualable presencia, y coqueteaba a todos con su andar cadencioso. Los meteoritos, distraídos con tan hermoso ser, chocaban contra la atmósfera y se convertían en estrellas fugaces portadoras de buenos deseos. La vegetación surcaba la vía, y por momentos sus entretejidas ramas impedían que los conductores disfrutaran de tan fantástico espectáculo celestial.

El ruido del vehículo estaba en discordante armonía con el silencio del ambiente. Su conductor disfrutaba de aquella inigualable velada; escuchaba y tarareaba una canción de Alfredo Sadel para mantenerse despierto, pendiente de los innumerables huecos que hacían del recorrido una proeza al volante. El pesado acto era compensado con la hermosura del paisaje, lo fresco del clima y lo mágico de la noche. De vez en cuando inclinaba su cabeza y observaba a la diosa. ¡Qué bella eres! —dijo en voz alta mientras sonreía—. Había sido un largo viaje. El cansancio parecía indomable y se hacía intenso, producto de las trancas en la ciudad que había hecho de su cuerpo una permanente queja de dolor. Ya debía haber llegado a casa como siempre.

El teléfono celular estaba sin señal y poca batería. Descansar, hacer la entrega de la mercancía y tomar sus tres días de descanso era prioridad para aquel hombre de 40 años, contextura gruesa y baja estatura que había dedicado su vida al servicio de la prestigiosa empresa nacional, trasladando productos de diversa índole hasta la provincia. Los fuegos artificiales en honor a San Juan y San Pedro, le indicaban que la ciudad estaba cerca. La esperanza de verse pronto rodeado de sus seres queridos le iba levantando el ánimo; parecía tener más fuerzas cada segundo que avanzaba.

—Papi llegaste —gritó desde la puerta su menor hija quien como siempre salía a recibirlo— cuando escuchó el camión que se estacionaba. Corrió y salto a sus brazos y le besó cuanto pudo, dejando en cada roce de sus inocentes labios su ternura y amor único.

—Papi me hiciste mucha falta —le susurró al oído—. Me traites el regalo que te pedí. Sabes te esperaba desde hacía mucho, pero mucho tiempo.

—Claro cómo se me iba a olvidar —le respondió y dejó entrever su felicidad acompañada de su suave sonrisa.

Acercó un paquete que la infanta recibió con especial afecto.

—¡Gracias, papito! —expresó, la infanta llena de emoción.

—A la orden, mi amor. Y ahora vamos a casa.

—¡Yupiti!, celebró la niña. Sí, vamos, mami nos espera.

—No olvides lavarte las manos, papi.

—Claro mi amor, vamos tú, me lavas.

—Está bien, como siempre, yo lo haré —expresó emocionada la niña.

En el interior de su humilde hogar, el ambiente era cálido y lleno de alegría; su esposa lo recibió con un tierno beso, y los tres se dispusieron a cenar. Pero cuando entraba su primer bocado a la boca, un dolor agudo lo detuvo. Quiso abrazarlas una vez más pero sus brazos no alcanzaban, su voz no era escuchada, y sólo lágrimas cubrían su rostro, ahora envuelto en una semi-presencia que se alejaba como succionado por una fuerza superior a él que lo alejaba, entrando en un oscuro túnel. Se sorprendió al ver dos seres que reconoció como sus padres.

Los próximos segundos fueron un remolino de ideas, pensamientos que atropellaban su mente, luego de escuchar un ruido aparatoso que le hizo perder el control del vehículo.

—¡Dios mío cuida a mi familia! —gritó mientras maniobraba, y el pesado vehículo dejaba sus marcas sobre el pavimento. Finalmente, no logró su objetivo y el camión, luego de embestir ramas y árboles de un espeso monte, fue a lo profundo del barranco, girando y chocando intempestivamente. El último aliento del hombre se escuchó cuando el volante atravesó su piel y fue a dar contra la espalda. Intentó respirar pero sólo un breve hálito de vida le dejó entre abrir sus ojos que atónitos fueron envueltos en el traje de la radiante dama. Instantes después su vida ya formaba parte de otra dimensión. La oscuridad fue total y un silencio aterrador cobijó el ambiente, hasta que voces de los curiosos a lo lejos comenzaron a bajar en desbandada montaña abajo, para apoderarse del sitio y tomar lo que encontraban a su paso; saquear el vehículo era el objetivo de algunos, mientras un pequeño grupo intentaba sacar al hombre de entre el amasijo de metal que cubría su cuerpo.

—¡Por aquí! —gritaba uno.

El nada podía hacer. Los testigos que presenciaron el fatal accidente, manifestaron al reportero que el conductor no sólo falleció en el acto sino que una extraña luz se desprendió de su cuerpo y se esfumó entre los arbustos.

Tiempo después comenzó a escucharse la historia de un camión que aparece y desaparece en la vía. Situación que generó preguntas entre los curiosos, y temor en los conductores. Muchos se preguntaban: Qué habría de importante en aquellos objetos perdidos que le hacen retornar cada noche cuando hay luna llena, hasta desaparecer ante los ojos de quienes se asustan por el deslumbramiento del camión fantasma que aparece en dirección contraria y desaparece justo antes de impactar con el vehículo que se aproxima. Otros, que aparece para iluminar a quienes pierden el control de su vehículo; no falta quien afirme: es para alertar a quienes sienten una fuerza extraña casi descomunal que doblega sus manos sobre el volante, y les hace retomar el control antes de precipitarse al vacío. Tampoco falta quién asegure: un ángel protector de quienes tienen hijos en casa esperando por ellos, y sale a su encuentro para que no falten a la cita con el amor y la felicidad.

Tulio Aníbal Rojas.

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