EL ESPÍRITU DEL ROMANTICISMO.
De nombre original “Sturm und Drang”, el romanticismo nació a finales del siglo XVIII en Alemania, logrando conquistar con prontitud el resto de Europa a lo largo del siglo XIX y, finalmente, América. No tenía una bandera salvo la libertad, su espíritu rebelde hablaba en cientos de heroicas voces que se alzaban contra las reglas prestablecidas de movimientos anteriores a él.
Era el hijo rebelde que afectó en todas las artes y la vida, su pensamiento desviado del ya marcado. Se negaba a vivir bajo un yugo opresor y la fuerte afirmación de que los sueños no tenían sentido. No buscó refugio en el imaginario y lo subjetivo, sacó su fuerza de esos sitios, tomó héroes y heroínas, y también los formó.
Tormenta e ímpetu. Nunca se escuchó una expresión tan estridente y dispuesta para sacrificarlo todo; el romanticismo no era esa mala idea preconcebida debido a un falso amigo sobre el ideal de las novelas rosas con el que, dicen, todas las mujeres sueñan. Era mucho más: la exaltación del espíritu, la sensibilidad, y la búsqueda de la verdad.
Etimológicamente, se asocia la palabra a los términos “romántico” y “romance”, en una aparente alusión a la ciudad de Roma. Imperio conquistador que dio a la historia grandes héroes. No obstante, durante las décadas más importantes del romanticismo, llamarse un “romántico” era sinónimo de oposición a la escuela clásica. Una vez más, signo de rebeldía.
Del latín rebellis, esta palabra se forma por el sustantivo bellum (guerra) y el prefijo “re-” con el cual se indica la repetición o reiteración de algo, dotando así de una característica guerrera a todo aquel que se enfrente contra una autoridad ya existente. El espíritu de un rebelde está lleno del ímpetu por buscar la verdad y la justicia a pesar de las desventuras venideras, y lo hará siempre conducido por el espíritu heroico reflejado en grandes pinturas de esta escuela, las cuales retratan épicas batallas donde el hombre y sus emociones son los protagonistas de la escena. La rebelión, como el resultado, es la tormenta.
Otra característica representativa, sobre todo en la pintura, es el contacto del solitario humano con la mística naturaleza a su alrededor. El caminante sobre el mar de nubes de Caspar David Friedrich, es una de las primeras imágenes que se me vienen a la mente cuando pienso en el romanticismo. Un mar de nubes representan incertitud, mas no amedrentan. La conexión con la naturaleza se ve plasmada en muchas otras obras, y ¿no es una tormenta un fenómeno natural? Y el ímpetu, como una característica del espíritu, y el espíritu como un soplo de vida, ¿no son también fenómenos naturales? Entonces, el espíritu rebelde como un soplo de libertad, ¿no es por tanto un espíritu romántico? Una manifestación natural inherente en aquellos que buscan libertad, verdad y justicia.
Esta característica se ha visto una y otra vez como un ciclo a lo largo de la existencia del ser humano, quizás bajo diferentes escuelas y movimientos hasta que encontró su propia encarnación en un cuerpo formado por muchos otros cuerpos de hombres y mujeres del siglo XIX. Los románticos existieron desde antes de saberse románticos y siguen existiendo en cada generación, es el legado entregado más allá de libros y piezas musicales, permeando poco a poco en la cultura y otros ámbitos socio-culturales de los grupos humanos. Es así como el romanticismo prevalece, y aunque se refiera a él en pasado, queda claro que el fuego de la tormenta no amaina en los corazones de las nuevas y atrevidas generaciones, guiadas por aquel imaginario que les dicta su espíritu.
Es una fuerza, un soplo más fuerte de lo imaginable que arrastra todavía en la actualidad a los artistas. Las tormentas cambian el mundo antes de desaparecer, y a esta le sigue otra tormenta que cambia y desaparece, para dar paso a otra tormenta después. Lo mismo con las rebeliones, las ideas, y no importa cuánto se prepare la oposición, eso no evitará la tormenta si ha de suceder. Mientras ese soplo de ímpetu exista, los románticos seguirán existiendo y no importa cuánto se intente luchar contra ellos o exterminarlos, siempre habrá otros después de ellos, quizás ya no con los mismos nombres, pero sí con el mismo espíritu.
Diana Brubeck.