La permanencia en el error

LA PERMANENCIA EN EL ERROR.

Cuando una persona está convencida de algo, es muy difícil hacerla cambiar de opinión, a pesar de demostrarle con pruebas contundentes el error en el que se encuentra.

A partir de 2019 me llamó mucho la atención el fenómeno de la reacción apasionada, y hasta cierto punto violenta, de los seguidores de Andrés Manuel López Obrador, cuando se les señala algún aspecto negativo relacionado con su gobierno, no permiten se diga nada en contra de él, aunque uno tenga razón.

Durante los cinco años que han transcurrido de su gobierno, en las conferencias de prensa matutinas, López Obrador ha marcado la pauta de la forma de abordar los señalamientos que se le hacen. Sus seguidores la siguen como cajas de resonancia.

Entre los simpatizantes de MORENA, como en todos los partidos políticos, podemos encontrar tres tipos de personas: los políticos, la masa popular y los militantes por convicción.

Para los políticos, por regla general, su convicción es la satisfacción personal de dinero y poder, por eso cambian de partido conforme más les convenga, a efecto de obtener un puesto de elección popular, desde una regiduría hasta la presidencia de la república, aunque también puede ser un buen cargo dentro de la administración pública. Los que en los últimos cinco años han pasado de otros partidos a MORENA, además lo han hecho para tratar de borrar su pasado y limpiar su imagen ante los ojos del gran censor, así mantienen su impunidad frente a la acción de la justicia y la posibilidad de seguir dentro del presupuesto público.

La masa popular por regla general no se preocupa mucho por cuestiones ideológicas, obedecen lo que el político les dice siempre y cuando redunde en su beneficio con despensas, pensiones, becas y demás programas sociales, toda ayuda gratuita que les llegue. La mayoría está acostumbrada a obedecer, a hacer lo que el dirigente les ordena, por lo que, si este cambia de partido, ellos también, siempre y cuando sigan recibiendo los apoyos. Además, se sienten parte de un grupo social que los entiende y apoya con los programas de beneficencia pública. Siguiendo este principio de identidad social, para ellos es natural defenderlo a toda costa, pues de no hacerlo, ellos solos se estarían excluyendo del grupo, volverían a ser desplazados y quedarían abandonados, solitarios, retroalimentando su rencor social.

Los que más me llaman la atención son los que aquí denomino militantes por convicción. Durante las tres décadas anteriores al ascenso de López Obrador al poder, tuve la oportunidad de convivir con amigos socialistas, todos ellos de conciencia crítica, siempre prestos para señalar los errores de los gobernantes en turno de aquella época, así como para presentar propuestas de solución a los problemas sociales. Dado a que estoy acostumbrado a buscar la verdad y la justicia, aunque no comparto en su totalidad los principios socialistas ni capitalistas, frente a algunos problemas sociales hasta cierto punto mi postura es en el mismo sentido que la de ellos, motivo por el cual yo no aceptaba los errores de los gobernantes de aquella época. Por esta razón podíamos debatir sin mayores problemas, aunque no estuviéramos totalmente de acuerdo.

El problema surgió cuando, por allá del 2019, quise seguir la misma dinámica de diálogo con los amigos socialistas, y me di cuenta del cambio que se había operado en la mayoría de ellos: no soportaban la crítica en contra de López Obrador; al señalarles acciones de malos políticos que en el pasado ellos habían catalogado de nefastos, en el régimen de la cuarta transformación dejaron de serlo, y respondían airados, como si los estuviera atacando personalmente, que todo era culpa de los anteriores gobernantes. Para no acabar con la amistad dejé de hablar con ellos sobre los temas políticos y sociales, pero eso no me quitó el prurito de investigar la causa por la cual respondieron de esa manera.

¿Por qué?, me preguntaba, si antes eran bastante críticos, de pronto dejaron de serlo, a pesar de que les demuestren con pruebas contundentes que están en el error, no solo se niegan a aceptarlo, sino que buscan imponer su pensamiento, que a su vez es la resonancia de su líder.

Han transcurrido cinco años, y la luz me la dio Luis Villoro en su libro Creer, saber, conocer, donde afirma que “las ideologías son sistemas colectivos de creencias que se mantienen porque sirven a ciertos intereses de grupo de clase”. Poco más adelante señala que “la crítica a la ideología no consiste en refutar las razones del ideólogo, sino en mostrar los intereses concretos que encubren”.

Muchos de ellos adquirieron sus convicciones ideológicas desde el hogar paterno, porque sus padres eran socialistas; otros las recibieron durante su paso por la escuela preparatoria o la universidad. El ideal de resolver los problemas de la pobreza, la desigualdad social, las injusticias sociales, que en sí es positivo, para ellos debía hacerse nada más por la vía de la revolución socialista, que implica la lucha de clases y el extermino de los capitalistas.

A ellos, en su juventud, les tocó vivir el auge de la teología de la liberación y la pedagogía del oprimido, las luchas en contra de las dictaduras militares en América Latina de las décadas de 1970 y 1980, pero también la caída del régimen soviético en Europa Oriental y Rusia, por lo que vieron la evolución del socialismo en el Foro de Sao Paulo. Todo esto se convirtió en una lección de la historia que les proporcionó razonamientos útiles para fortalecer su conciencia política.

En el contexto del socialismo latinoamericano del Siglo XXI, a través de una elección democrática, estos amigos apoyaron el ascenso de López Obrador al poder. Era el momento de aplicar sus ideales a la vida social. Los papeles cambiaron, los críticos se convirtieron en autoridad y desde ese momento rechazaron de manera tajante cualquier argumento en contra de los errores que estaban cometiendo, del mismo estilo que los de los gobiernos anteriores, siempre con una respuesta pronta, muchas veces fundamentada en sofismas, a pesar de que existían pruebas contundentes de la verdad de los hechos.

¿Por qué esa reacción? Es la pregunta.

Luis Villoro explica que las personas en muchas ocasiones se niegan a aceptar las razones que van en contra de sus creencias, a pesar de que estén debidamente fundamentadas, porque les repugna ver que estaban en el error, constatar una incongruencia en su sistema global de creencias, además de considerarlo como una traición a la fidelidad a las enseñanzas paternas y a la persona que consideran como su líder moral y social.

Una de las reacciones que tienen, es el rechazo a todos aquellos razonamientos que van en contra de su creencia, por muy justificados que estén, por lo tanto, todo aquello que se constituya en una incongruencia a su sistema general de creencias, es falso.

Otra de sus reacciones es enfrentar esa incongruencia con sofismas para demostrar que sus detractores son quienes están equivocados. Sus argumentos están sustentados con algunos silogismos verdaderos y otros falsos, que en su estructura lógica dan la apariencia de llegar a conclusiones verdaderas. En este sentido, uno de los métodos que siguen es trasladar los errores de la gente de su partido a sus contrarios con argumentos que demuestran las faltas de los otros, haciendo a un lado el objeto principal que se les está señalando.

Ese sistema de creencias que a lo largo de su vida han estructurado, provoca el rechazo a todas aquellas ideas particulares que no sean coherentes con dicho sistema, el cual en sí tiene mayor peso para dominar y solucionar cualquier contradicción. De esta manera suprimen el proceso de deliberación, razón por la cual “la detención del proceso de justificación racional suele ser el recurso más común para no cuestionar una creencia que interesa conservar”.

La defensa de sus ideas la hacen con vehemencia, porque están convencidos plenamente de ellas, con seguridad personal, por eso lo sustentan con fuerza, empeñando para ello su palabra y hasta su vida. El convencido “«toma a pecho» sus creencias, está presto a saltar en su defensa, a no dejar que alguien la impugne, a demostrar con hechos lo que cree. El fanático podría ser el ejemplo extremo del convencido.”

Esta reacción impetuosa se debe a que el abandono de su convicción de años les causaría un daño psicológico fuerte, toda vez que va en contra de alguna de sus necesidades o deseos profundos. Se trata de convicciones que corresponden a creencias que les importan vitalmente porque satisfacen sus fines y dan sentido a su existencia, si se pierden esas convicciones, al saber que se había vivido en el error por tanto tiempo, para ellos la vida podría dejar de tener sentido. En pocas palabras, “la convicción depende pues de los motivos, no de las razones de nuestras creencias”.

Creo que estos son los motivos por los cuales los críticos de antes dejaron de serlo cuando su partido político llegó al poder.

Phillip H. Brubeck G.

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