ABRIL
Abril lleno de luz, de soles vivos,
atraviesa la estepa de los brazos,
cojea entre los pies, trata la lengua
como un amante fiel, como si aún
fuera un cuenco de luna; el ruiseñor
que todavía canta en sus alcores.
Pleno de algarabía en la ventana,
con suavidad, él deja su presencia
en la dehesa triste de los ojos,
en el ocaso azul, los altozanos,
sobre la voz del río y el adagio
que es el cierzo callado cuando duerme.
Yo no quiero morir en primavera,
con el almendro en flor y los rosales,
ni en la marcha triunfal de cuanto vive
embriagada de aromas y de trinos.
¡Oh, Dios! Cómo me duele mi corazón de barro,
mis huesos de madera, los nudos de mis dedos.
María García Romero.