GOLAZO.
Para sublimar el conflicto
del hombre con el hombre,
se propuso el certamen,
la competencia.
Será mejor, dijeron
el que se muestre más fuerte
sin herir a nadie.
El que se destaque más hábil
sin perjudicar al prójimo.
El más rápido, pero
sin mal apropiarse nada.
Comenzaron a experimentar
distintos juegos y notaron
que no era sólo la finalidad
sino también, el comienzo
el transcurso y el después.
Trocaron lanza en jabalina
aguzada solo en dirección
al aire, la distancia.
Y el músculo fue mera fuerza
de exhibición y asombro
y la velocidad apenas
finalidad de tiempo.
Y la fuerza individual
se complementó al equipo
y la destreza de uno
a la habilidad del otro
y es así como se fue
redondeando la pelota.
Ya que el error
fue pueblo contra pueblo,
clan contra clan,
hombre contra hombre
por el odio tonto.
Esta vez será
varón versus varón,
mujer versus mujer
en rivalidad pactada.
Y podrán ser también equipos
como clanes, como pueblos
civilizadamente adversos
con reglas convenidas de antemano.
Y se dispuso el número,
se estableció la forma,
la duración, los tiempos
el valor del tanto,
el lugar del acto.
Es decir; la cancha.
Los avíos y atavíos necesarios,
la igualdad olímpica.
Será penada la agresión al otro,
la obstrucción, la trampa
y toda otra acción malsana.
Jóvenes, mujeres grandes,
adultos varones, gente seria
soldados de la paz y los colores
retornando a la magia de la infancia.
Salen a jugar, se divierten
y son el pacífico espectáculo,
son las estrellas que rutilan
en el lúdico erotismo de la fiesta.
Avelino.
Del libro “Juguemos a la vida”.
